Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
Las declaraciones expresadas por los presidentes Obama y Castro en la reciente Cumbre de Panamá sintetizan las corrientes y resistencias que los gobiernos de América latina y sus pueblos vivimos en estos momentos. Su encuentro y el modo como manifestaron sus contradicciones y expectativas insinúan la posibilidad de configurar ambientes donde el diálogo sea el componente predominante para enfrentar los desacuerdos.
El reconocimiento de Obama, del fracaso de la política desarrollada por los distintos gobiernos de su país respecto de Cuba, y la afirmación de Castro de estar dispuesto a “hablar de todo” con los EE.UU. evidencian el nuevo escenario que está levantando la región, a pesar de ciertas voces reticentes que empiezan a parecer un anacronismo, por su incapacidad de adaptarse a las transformaciones, y porque su persistencia se asemeja a una propaganda cansina y aburrida, por desfasada.
La transigencia de Obama le llevó a aceptar errores cometidos por su país en el pasado inmediato, tanto en materia de derechos humanos, como en las relaciones bilaterales con sus pares latinoamericanos. Tomar nota públicamente de ello y admitir que significaron una equivocación da pie para que pueda emprender en políticas diferentes y se produzcan nuevos relacionamientos, sobre bases consistentes.
La apertura de Cuba, cuando Castro afirmó la necesidad de todos los presidentes asistentes a la cita de “aprender a respetar las tolerancias y a convivir en paz, como buenos vecinos” señala que su gobierno dejó en el pasado aquel deseo de exportar su revolución y que comprende el valor positivo del pluralismo, noción clave de la democracia. Es una muestra de que Cuba ha superado la etapa litúrgica de su revolución y es capaz de consentir y respetar las diferencias.
Las discrepancias mostradas en la Cumbre traslucieron, asimismo, la presencia de posturas trascendentes, aquellas dirigidas a superar malos entendidos históricos, por muy graves que hubieran sido, y de perspectivas mezquinas, encaminadas a perpetuar las visiones cortoplacistas que en nada contribuyen a fortalecer ni la democracia, ni el desarrollo de las sociedades americanas.
Por ello, no todo es para contentarnos. El ataque denunciado por FUNDAMEDIOS contra su director, César Ricaurte, quien fue presuntamente ultrajado y atacado por una “escrache” de supuestos revolucionarios del siglo XXI, es un signo de que no todas las miradas añejas están en retirada y que hay quienes aspiran a tomar la posta de antiguas prácticas, hoy fuera de lugar. Pretender con métodos violentos que los representantes de las organizaciones sociales no se reúnan para debatir sobre la participación ciudadana y la gobernabilidad, en el foro de la sociedad civil, va en contra del espíritu pluralista y de respeto a la controversia, que marcó la convocatoria presidencial, pese a las excepciones.
En esa línea es de lamentar la declaración oficial del ejecutivo ecuatoriano orientada a descalificar, otra vez, a los medios de comunicación de todo el continente, al declararlos de pésima calidad y acusarlos de ser los responsables de todas las acciones antidemocráticas acaecidas en todos los tiempos. Una condición que implica el propósito de evadir toda responsabilidad política y refleja la imposibilidad de asumir los desaciertos de manera autocrítica.
Frente a ello, la posición de Obama de señalar el valor de la expresión de las disidencias, de las voces cuestionadoras y de las diversidades en los medios que existen en su país es alentadora. Tanto porque estos medios siguen existiendo y tienen incluso la oportunidad de enmendar sus prácticas, si fuera necesario, y porque con ello se preserva el bien superior de que exista pluralidad de voces en el espacio público. Porque, finalmente, la democracia no consiste en silenciar, encarcelar, acallar y perseguir a los detractores, sino en garantizar que todas las ideas y opiniones se enuncien de modo seguro y sin represalias.
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