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13 de Octubre del 2015
Ideas
Lectura: 6 minutos
13 de Octubre del 2015
Patricio Moncayo

PhD. Sociólogo. Catedratico universitario y autor de numerosos estudios políticos.

¿Debe la economía mandar sobre la política?
Para que la política y lo político conduzcan la construcción de un gran acuerdo nacional en torno a una democracia que concilie la redistribución de la riqueza con la libertad, se necesita, eso sí, la capacidad de construir viabilidad a tal opción, y esto no es algo que se improvisa, ni se limita a cálculos político electorales.

Todos hablan de la desaceleración de la economía, el tema central parece ser el del “modelo económico”. No se discute la realidad económica sino la teoría que sustenta tal o cual paquete de medidas aplicadas o por aplicar. O sea se trata de un debate sobre la “verdad”, sobre quién la tiene: neoliberales o socialistas. Se trata, como dice el biólogo chileno Humberto Maturana, de debatir “explicaciones” sobre la realidad.“Las explicaciones científicas no hacen referencia a realidades independientes del observador”, dice.

Tales o cuales medidas son “patrimonio” de una determinada tendencia de pensamiento. Si un gobierno se ve obligado a adoptarlas se ha pasado de bando. La  pureza ideológica exige que primen los principios, sean cuales sean las consecuencias. Si se cede a las exigencias de la realidad, si se cae en el pragmatismo, se incurre en una claudicación o, en su defecto, en darle la razón al adversario ideológico.

Así, gobernar se convierte en un duelo ideológico.

Las vueltas o los retrocesos en la acción de gobierno, más que por los  dictados de la realidad, se los atribuye a leyes inexorables, como el predominio del capital financiero, la “estructura global del poder”, la globalización, el capital transnacional, o sea factores estructurales que determinan la dirección de tal o cual gobierno, sea cual sea su ideología y su voluntad.

De otro lado, la interpretación va por el camino de validar el ideario que sirvió de sustento a las medidas que hoy el gobierno se ve obligado a implementar con costos sociales muy duros. Se tratarían, en este segundo caso, de medidas “inevitables” en casos como el actual. Las ideologías, desde este ángulo de análisis, sobran, pues es la realidad la que determina lo que debe hacerse.

Lo que llama la atención es que tanto desde la izquierda como desde la derecha, el tema dominante del debate es hoy la economía.      

No se discute, sin embargo, la democracia, la distribución del poder político, el rol de la ciudadanía en la construcción de la democracia, la ampliación de los derechos ciudadanos, la participación política de los representados. Parecería como que estos aspectos -la agenda política- pueden interferir en el arreglo del ajuste, que la economía debería quedar libre de las interferencias de la política y de lo político.

Si se deja de lado a la política -se colige- los apretones de mano se vuelven posibles y hasta se podría pensar en un trueque: alianza público-privada a cambio de aprobación de enmiendas en la Asamblea. Es decir, desde el gobierno cabría imaginar esta estrategia: si ustedes empresarios no me apoyan en las enmiendas, les lanzo los proyectos de herencia y plusvalía. Y si me apoyan, así sea tácitamente en esa aprobación, uniremos fuerzas para enfrentar la crisis, y suspenderemos por el momento la “redistribución de la riqueza”, en aras de la "reconciliación nacional”.

¿Estará en camino un entendimiento de esa naturaleza de espaldas al pueblo, a la movilización social en calles y plazas, para dar paso a la estabilidad económica y a la paz social? ¿Quedará la recuperación de la democracia en segundo plano frente a la conciliación de intereses entre el sector público y el privado? ¿Hasta dónde irán las convicciones democráticas de los empresarios que respaldaron las marchas de agosto una vez que se selle el acuerdo público-privado?

Por el otro lado, ¿prevalecerá el criterio de la lucha de clases, esto es, la oposición a tal acuerdo, aun a costa de la tarea de recuperar la democracia como un espacio en el que se vuelva nuevamente posible debatir y confrontar proyectos ideológicos alternativos? ¿O este objetivo dejó de tener importancia cuando en el país avanza el reencuentro entre tendencias hasta ayer enfrentadas por la gestión de la crisis económica en la coyuntura?

Desde la izquierda ¿será mejor capitalizar la “claudicación” ideológica del gobierno frente a la derecha neoliberal que construir un frente común con los sectores empresariales y la clase media para darle al país una alternativa democrática, sostenible en el tiempo?

¿Hasta dónde la economía debe mandar sobre la política?

¿Bajo qué premisas cabe pensar en un acuerdo inter clases y ciudadano que trascienda la visión coyuntural y predominantemente económica de la crisis? ¿Es esto una utopía? ¿O solo cabe la real politik?

Para que la política y lo político conduzcan la construcción de un gran acuerdo nacional en torno a una democracia que concilie la redistribución de la riqueza con la libertad, se necesita, eso sí, la capacidad de construir viabilidad a tal opción, y esto no es algo que se improvisa, ni se limita a cálculos político electorales.

Gobernar, queda nuevamente demostrado, siempre es algo más que ganar una elección.

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