
¿Tema tabú? Sí lo es, en la medida en que ni remotamente forma parte del curriculum. Para el sistema educativo podría resultar una suerte de avispero que es mejor no tocar, ni siquiera acercarse.
Se cree que hacerlo podría traer consecuencias graves. ¿Para quiénes? No precisamente para los estudiantes sino para el mismo sistema educativo: para maestras y maestros que no sabrían cómo abordar un tema que va más allá, mucho más allá de lo puramente académico y que, sin embargo, les pertenece. Un tema que tiene que ver con la vida, con lo placentero y también con la realidad, a ratos dolorosa y cruel, de los embarazos no deseados de estudiantes.
No existen datos estadísticos oficiales sobre el aborto voluntario en la población adolescente. Se trata de un tema no apto para estadísticas oficiales. Ni siquiera para las conversaciones dentro de los planteles educativos.
Es mejor callar. En estos casos, el silencio es protector: logra que la conciencia del sistema educativo se mantenga siempre libre de culpa y con sus manos limpias. Por lo mismo, el sistema calla: nada tiene que ver con los ejercicios de la sexualidad en los escolares y sus consecuencias, entre ellas, el embarazo prematuro y no deseado.
Está bien que las autoridades educativas se interesen por mejorar y modernizar la enseñanza y el aprendizaje. Es indispensable que este sistema se actualice de manera permanente porque la ciencia, la tecnología y el mundo avanzan a ritmos absolutamente acelerados: felizmente, nadie los puede detener.
Por otra parte, las nuevas generaciones están a diez años luz de ser iguales a las generaciones de sus padres y, en la mayoría de los casos, más todavía de sus profesores y profesoras. En el sistema educativo y sus instituciones, todavía se recurre a cierto lirismo apolillado para referirse a chicas y muchachos cuando no se los acusa abiertamente de ser causantes de buena parte de los males del mundo.
las nuevas generaciones están a diez años luz de ser iguales a las generaciones de sus padres y, en la mayoría de los casos, más todavía de sus profesores y profesoras.
Con la pobreza y la violencia doméstica, el embarazo adolescente constituye uno de los más trágicos males que le pueden acontecer a una muchacha. No le pasa nada si no sabe cómo resolver las ecuaciones matemáticas. Pero, con un embarazo, su mundo de representaciones actuales y sus perspectivas de futuro se deshace casi irremediablemente: como un castillo de naipes. Para muchas de esas chicas, reconstruirlo se convertirá casi en una auténtica pasión inútil.
El sistema educativo y sus instituciones fácilmente se contagian de cierto cinismo cuando enfrentan realidades como la del embarazo de las adolescentes: o acuden a un rancio moralismo sexual o prefieren ignorarlo. Tan solo lo mencionan en los espacios neutros de las grandes proclamas políticas e ideológicas.
El tema del aborto voluntario es social y éticamente complejo. Por ende, la mejor alternativa es evitarlo. Sin embargo, ¿qué destino le espera a una chica de trece años que se convierte en mamá? Sin embargo, las condiciones personales deberán ser también tomadas en cuenta más allá de toda moralina
No se conoce en cifras actuales la realidad del aborto en la adolescencia. Primero, porque pertenece a la historia íntima de cada mujer que, desde luego, no lo va a publicitar porque en ello se juega su propio presente y futuro. Y luego porque cargaría para siempre con una múltiple culpa: haber mantenido relaciones sexuales, haberse embarazado y haber abortado. Carga demasiado pesada para una pobre muchacha.
Es necesaria y urgente la educación en sexualidad para colocar a las nuevas generaciones en el campo del saber y de la prevención. Así ellas y ellos evitarán algo que les trae consecuencias ciertamente fatales. Sin embargo, el sistema, calla.
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