
Docente de la Universidad Andina Simón Bolívar. Trabaja en Letras, género y traducción.
Los lutos colectivos, simultáneos, encadenados, son un modo de la vida cotidiana. Miramos en tiempo real la autodestrucción de la especie humana. Somos testigos de montajes bélicos con justificaciones históricas exacerbadas o creadas en laboratorios. Se suceden ante nuestros ojos masacres cada vez más sanguinarias, somos capaces de un odio que llega a asesinar. A costas europeas y americanas llegan barcos con gente que debe abandonar todo y arrancarse a sí misma de su tierra por un hambre y un miedo que llevan al borde de la muerte. Hay vidas que, por ser diferentes o incomprensibles, se consideran menos dignas de vivir.
Políticamente, cada uno de estos hechos puede justificarse de mil maneras, pero ésta es la especie humana: aniquila para vivir. El colapso de nuestra especie se anuncia ante el fracaso de la conversión de la naturaleza en recurso natural renovable. Lo “renovable” aparece imposible ante el desequilibrio entre los ciclos de regeneración de muchos recursos y la voracidad con que los explotamos. Para vivir, aniquilamos naturaleza, animales y a otros humanos.
No somos solo los amos del mundo natural, y no ejercemos nuestro dominio únicamente en nuestra especie. Entre nosotros se hallan también los amos del mundo animal. En el 2012, Juan Carlos de España fue descubierto en un safari en Botsuana. Era el “rey que cazaba elefantes” y que se tomaba fotos junto a sus cadáveres. Aun ante los animales más grandes el planeta, el hombre exhibe su supremacía. Qué decir de especies más vulnerables.
Del lado del animal hemos estado las mujeres, los niños, los esclavos, los indígenas, las personas con discapacidad. A nuestro turno, se nos igualó a los animales para justificar la necesidad de dominarnos. Sólo hay que recordar a Sara Baartman, mujer exhibida en un zoológico humano hace apenas 200 años por la forma de su cuerpo. Los amos del mundo nos han llamado bárbaros, simios, perras, cerdos, para oponer un abismo entre ellos y nosotros. Pero nuestra cercanía con lo animal, afortunadamente, persiste.
Los perros han viajado con el ser humano por miles de años. Fueron una de las primeras especies migrantes y se han desplazado con nosotros por todos los continentes. Por eso habitan las ciudades.
La semana pasada, un ciudadano lojano de Zamora Huayco realizó una petición pública al alcalde Bolívar Castillo: en su zona hay demasiados perros en la calle y hay problemas de higiene. Frente a miles de espectadores, el alcalde Castillo no duda en dar su opinión y, con esto, revela mucho más.
Es una “novelería humana”, afirma el alcalde. “La hipocresía humana los convierte en intocables”, La empatía con otras especies, nuestra convivencia milenaria con los perros, la lucha por los derechos de los animales en un país que un día otorgó derechos a la naturaleza, todo eso se resume para Castillo en una “novelería”. Banalizar las luchas sociales es una vieja estrategia del poder. En estos años, rara vez ha exhibido tal grado de crueldad. Quizás sea la primera vez que se anuncia públicamente una masacre de miles de animales como una acción legitimada por un gobierno local:
“Los tenemos que desaparecer. Habrá que buscar la forma más racional de hacerlos desaparecer, pero tienen que desaparecer. Si esa carne puede ser aprovechada para algo, pues en buena hora, sino tendrá que servir para abono. La vida misma es reciclaje. Lo que no se recicle contamina.”
La “forma más racional”. No solo se deslegitima la lucha por los derechos animales, donde sería difícil -pensábamos- hallar divergencias o una incomprensión de esta dimensión, sino que se afirma con impunidad la crueldad animal como solución a los problemas urbanos. La población de Loja y los defensores de los animales se han expresado en una protesta pública. Castillo ha cambiado de tono y ha dicho que hay una ordenanza en vigencia que permite “regular la fauna urbana con el sacrificio de animales”, que si quisiera ya lo habría hecho. Justamente, el punto no es poner en marcha una ordenanza que legitima la crueldad animal, sino cuestionarla. Esa sí sería una verdadera decisión magnánima.
Los despliegues de poder, las masacres, la violencia social, la virilidad como forma de gobierno, las distintas formas de dominio, no están aislados. Todos estos hechos hay que referirlos a un mismo horizonte de sentido, ha escrito Roberto Esposito: hechos aparentemente heterogéneos y que suceden en ámbitos separados uno de otro en realidad están orquestados bajo una idea particular de poder. Esos segundos durante los que Castillo habla de la necesidad de asesinar a los perros de la ciudad revela un horizonte de sentido: el dominio sobre los otros y la facultad de disponer de su vida. El alcalde ha cambiado de tono, pero lo que piensa ha quedado expuesto.
Si Loja tiene una población de cien mil perros, es porque arrastra un problema muy antiguo. Eso significa que la ciudad lleva muchos años sin promover adopciones, concienciar, esterilizar, sensibilizar respecto de la reproducción animal y la reproducción lucrativa que maltrata a las hembras no humanas hasta literalmente destruirles el útero. Esto evidencia que el problema no se limita a la actual administración, por eso está vigente una ordenanza anterior que no basta no usar, es necesario impugnarla y descartarla.
La declaración de Castillo no terminó en la propuesta de usar la carne de los perros asesinados para consumo o abono. También se refirió a los perros callejeros como potenciales asesinos: “Cómo va una familia a ir por los senderos con niños tiernos si se encuentra con una jauría de perros de marca gringa, no sé cómo se llaman...estos perros que son capaces de matarse entre ellos. Que agarre a un niño de esos, lo mata.” En coherencia con la idea de la política como dominio del otro, es necesario hacer de él una amenaza para justificar la violencia. “Aun cuando el extraño no tenga ninguna intención hostil, incluso cuando de él no parta ningún peligro, será eliminado”, escribe Byung-Chul Han sobre una sociedad que se sostiene sobre la idea de amenaza y protección. Si los perros son entrenados para matar, es porque hay un humano detrás que se solaza al violentarlos. No hay forma de eludir la responsabilidad de los humanos sobre otras especies.
Estos perros no tienen biografía, familias humanas ni nombre, y no son asesinos. Están a merced de una ordenanza y de la impaciencia de una administración que no reconoce sus derechos. Olvidamos muy pronto que en las tareas de rescate del terremoto del 16 de abril, los perros rescatistas fueron tratados como héroes. También olvidamos que el COIP reconoce a los animales como seres capaces de sentir sufrimiento, y por eso penaliza su maltrato y asesinato en los artículos 249 y 250, aunque se mantenga en su carácter punitivo.
Hoy, se ven como potenciales asesinos perros inocentes que podrían ser entrenados para rescate, salud, compañía, asistencia emocional, detección de enfermedades, o que podrían vivir con una familia humana. Si la alcaldía de Loja mata a esas decenas de miles de perros que son su responsabilidad, habrá fracasado rotundamente administrando la ciudad. Ante la amenaza de asesinato de animales indefensos en Loja, en Quito, en donde sea, está por fracasar nuestra posibilidad de imaginar una manera distinta de convivir con los animales. No hay opción sino estar del lado del animal.
“El cambio necesario es tan profundo que parece imposible. Tan profundo que es inimaginable. Pero lo imposible es lo que viene. Y lo inimaginable es lo debido. ¿Qué fue más imposible o más inimaginable: el esclavismo o su abolición? El tiempo del animalismo es el tiempo de lo imposible y de lo inimaginable. Nuestro tiempo: el único que tenemos.” Paúl (Beatriz, Marcos) Preciado
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