
Desde luego que hay excepciones que, lamentablemente, no pasan de tres o cuatro. Los restantes, unos más que otros, pertenecen al reino de la improvisación o de la mediocridad. Pero no de una mediocridad cualquiera. Una mediocridad que se amplifica en la medida en que pasa el tiempo, en ese hablar de política, de economía, de las condiciones actuales del país y del mundo.
¿Acaso en esta terrible mediocridad deberá sostenerse nuestra débil democracia? ¿Acaso para demostrarnos libres es necesario pasar por la vergüenza propia y ajena de tener candidatos que prácticamente no saben nada de nada y menos aún de lo que es política nacional e internacional, macroeconomía, justicia social, desarrollo sustentable?
En más de un caso, se presentan ciudadanos que quieren llegar a la presidencia sin saber en lo que se meten. Como si el país fuese una tienda de barrio, una chacra, un pequeño negocio de ventas o incluso una iglesia. Y en otros casos, que saben bien a dónde quieren llegar amparados en la sombra de cierto líder político de triste memoria y que tiene muchas cuentas que saldar incluida la de una sentencia penal. Un expresidente convicto es traído y llevado por cierto candidato que justamente ahí encuentra su fortaleza.
No pocos ni siquiera pueden disimular que jamás en su vida han leído algo serio, más allá de los textos escolares. Apenas se cuentan con los dedos de una mano los realmente formados académica y políticamente. La mayoría de esa eclosión de mediocridades no hace otra cosa que repetir, en un discurso simplón, un texto político que se aprendieron de memoria. Las entrevistas realizadas por periodistas serios han hecho que esta espantosa mediocridad se haga absolutamente evidente.
Si ninguno de estos grandes mediocres tuviese la más mínima posibilidad de triunfar, no habría de qué preocuparse. Pero, por desgracia, no es así. De hecho, algunos de estos auténticos monumentos a lo políticamente pobre cuentan con el auspicio de oscuras fuerzas internas y externas, como la del correísmo, por ejemplo. Correa se ha propuesto regresar a como dé lugar. No importa en lo más mínimo el hecho de que sobre él pese una sentencia penal en firme. Él se ha sentido siempre más allá del bien y del mal. Simplemente es Rafael Correa, y ese conflictivo narcisismo le es suficiente. Si triunfase su protegido, inmediatamente le serán devueltas su inocencia y su libertad. Correa y los suyos se consideran más allá del bien y del mal.
La mayoría de esa eclosión de mediocridades no hace otra cosa que repetir, en un discurso simplón, un texto político que se aprendieron de memoria. Las entrevistas realizadas por periodistas serios han hecho que esta espantosa mediocridad se haga absolutamente evidente.
El alma de la democracia se halla en la capacidad e incluso en la obligación de los ciudadanos de elegir libremente a sus gobernantes. Pero el pueblo no solamente que podría ser engañado, sino que, históricamente, ha sido engañado infinidad de veces por políticos audaces que se presentan como los redentores de pobres y sometidos, como los mesías que redimirán al pueblo de todos sus ancestrales padecimientos sociales.
Con sus innumerables variantes, todos prometen pan techo, empleo y libertad. ¿Qué más puede desear un país atravesado por el subdesarrollo, la pobreza y el sometimiento a los poderosos?
En no poco, nuestra política se define como el arte de engañar a ingenuos y no ingenuos, pobres y no pobres. De hecho, el alma de una campaña política se sostiene en el arte de mentir. Hace años, al día siguiente de las elecciones, el hasta ayer candidato y ahora presidente electo, a un numeroso grupo de quienes había votado por él y que venían a su casa a asegurarse de que tendrían casa y empleo, les gritó sin miramiento alguno: carajo, ahora ya soy presidente, váyanse a sus casas y déjenme en paz, ya no los necesito.
¿Cuál es el mejor candidato? No necesariamente quien posee más dinero. Tampoco el que ostenta más títulos académicos. Sin embargo, los estudios son absolutamente indispensables. Porque sin una visión amplia, sociológica, antropológica y económica del mundo, alguien podría ver al país como una pequeña propiedad privada, una hacienda o como un buen negocio. Nuestra historia posee buenos ejemplos de ello.
La política no es un deporte ni un juego de azar. No faltan quienes incluso desmerecen la preparación académica. Porque se han convencido de que la verdadera universidad está las calles, en un establecimiento comercial o en esa madre de todas los fracasos e ignominias que es la improvisación.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]




NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]



[MÁS LEÍ DAS]


