Nicolás Maduro ha sido proclamado por el CNE de Venezuela como el ganador de las elecciones presidenciales con 51% de votos frente al 44% del opositor Edmundo González. El proceso electoral ha estado repleto de irregularidades, la principal duda sobre el resultado es que la oposición no participó en el recuento de votos y el CNE no ha hecho públicas las actas electorales. El lunes, Caracas, despertó entre cacerolazos y marchas de protesta ante un nuevo simulacro de democracia disfrazada de socialismo.
Brasil, Argentina, Estados Unidos, España, Alemania, son algunos de los países que han exigido a Maduro algo de transparencia porque estas elecciones tienen todos los tintes de una elección amañada por el chavismo. La derrota de Maduro y sus adláteres, se evidencia en los más de 8 millones de exiliados económicos venezolanos que han salido de su país en los últimos diez años a países como Colombia, Perú, Ecuador, Chile, Argentina, Estados Unidos y España. Si la mitad de estos exiliados hubiesen tenido acceso al sufragio la derrota de Maduro hubiese sido contundente.
Los gobiernos de China, Rusia, Cuba, Nicaragua, Honduras e Irán han felicitado a Maduro y no han dudado sobre la idoneidad del proceso electoral, la distopía es total. A estos gobiernos se ha sumado el apoyo de líderes como Rafael Correa, Evo Morales, Pablo Iglesias. Aparentemente, no entienden el drama que vive la diáspora venezolana y no se dan cuenta de que existe un régimen dictatorial basado en el clientelismo y el miedo al ejército venezolano.
Más allá de la indudable opacidad de las últimas elecciones en Venezuela, también llama la atención el tinglado entre grandes corporaciones y el gobierno de Nicolás Maduro. Según Bloomberg, Harry Sargeant III, magnate estadounidense de la energía, obtuvo una licencia del gobierno de Biden para seguir comprando asfalto de Venezuela, alrededor de 95 mil barriles de asfalto. No es un caso aislado, a Sargeant, se suma LNG energy de Rod Lewis, multimillonario texano quien recibió contratos de PDVSA para explotar cinco campos petroleros en Venezuela que producen 3000 barriles diarios. No podían faltar en esta lista CHEVRON, REPSOL (España), Maurel & Pron (Francia).
Los gobiernos democráticos tienen una posición, pero sus corporaciones petroleras no tienen ningún empacho en hacer negocios con dictaduras. El capitalismo y sus sempiternas contradicciones van rompiendo los paradigmas sobre la acrisolada democracia occidental.
Platón, uno de los pensadores universales más trascendentes de la historia, planteaba al gobierno democrático como la victoria de los pobres. La consigna de la democracia era la libertad, decía que de la libertad surgía la igualdad. Platón rechazaba totalmente a la oligarquía, es decir al gobierno de los ricos, porque su afán de lujo era insaciable, creía que los filósofos eran los ciudadanos más capacitados para gobernar. Lamentablemente, en el siglo XXI vivimos simulacros de democracia en todo el mundo, democracias oligárquicas porque en última instancia son las grandes corporaciones (banca, petróleo, farmacéuticas, armas), sumadas a las sociedades offshore y los grupos de narcos los que definen qué hacer y no hacer a los gobiernos alrededor del planeta.
Los negociados de las corporaciones petroleras norteamericanas y europeas con la dictadura de Maduro sitúan a los países que se proclaman como más democráticos en los mismos niveles de corrupción que Rusia, China e Irán. Si se abrieran las cuentas secretas de los bancos suizos, franceses, panameños, norteamericanos y se transparentaran todas las cuentas offshore entenderíamos con mayor claridad la alianza entre mafias económicas y políticas a escala mundial. Comprenderíamos que la crisis de la democracia occidental es total.
Si nos gobernaran verdaderos regímenes democráticos no tendríamos calentamiento global, ni industria bélica y peor un genocidio en Palestina. Además, no existiría la absurda cruzada contra las drogas que a Latinoamérica le cuesta al año cientos de miles de víctimas. El problema del narcotráfico se hubiera enfrentado con la legalización del consumo y venta de drogas a escala planetaria, destruyendo los carteles con políticas centradas en entender a las drogas como un problema de salud pública y no como una cuestión militar.
Son tiempos de máscaras, disfraces, performances, distopía. El atentado contra Trump, las contradicciones extremas de los demócratas en Estados Unidos. Biden y la OTAN funcionan como maquinarias de guerra, apoyan a Netanyahu que ya es un criminal de guerra, no sólo para la gente progresista sino para la Corte Internacional de La Haya. Definitivamente, son tiempos para dudar sobre las democracias restringidas y su fábula infinita.
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