
En el 2011, Vargas Llosa dijo del gobierno del PRI en México que se trataba de «la dictadura perfecta». Años después volvió sobre el tema y afirmó que no era tan perfecta pues había dado paso a una «democracia imperfecta». En 2014, el director mexicano Luis Estrada hizo una película con el mismo nombre que no llegó a las salas de cine. La dictadura perfecta se transformó en una expresión para entender esa mezcla de democracia, corrupción, autoritarismo y permanencia en el poder que caracterizó al gobierno del PRI durante setenta años.
Durante la entrega de credenciales a Lenin Moreno, el presidente del Tribunal Contencioso Electora, Patricio Baca Mancheno, hermano del nuevo fiscal, hizo una curiosa afirmación en el discurso de orden: «Prefiero mil veces —dijo, de acuerdo al diario El Comercio del 16 de mayo— esta democracia imperfecta a una buena dictadura».
En primer lugar, en su escala de valores políticos debe haber dictaduras buenas y malas. Ya me imagino cuales deben ser las buena y las justificaciones para adquirir tal atributo. Ninguna dictadura es buena, es dictadura y punto y no constituye alternativa de una democracia imperfecta. En segundo lugar, la disyuntiva en Ecuador no es entre una «democracia imperfecta» y «una buena dictadura», sino entre democracia y dictadura. Y la primera pierde de largo. A diferencia de México aquí vamos de la democracia imperfecta a la dictadura perfecta pues está revestida con el ropaje de la aparente democracia. Alianza País avanza a paso firme en el camino dar los últimos toques a esta dictadura: controla todos los poderes del Estado, incluso el electoral, ha conculcado la libertad de expresión, la justicia y la crítica es perseguida y anatemizada.
Lo que resta por controlar es el espacio de las redes sociales. Hacia eso apunta el pedido que tanto Baca como Pozo (condecorado por su compadre, el presidente saliente) hicieran a Moreno durante la entrega de las credenciales. Es parte del mismo tinglado el juicio promovido por el Ministerio del Interior contra el periodista Luis Eduardo Vivanco y otro juicio contra el periodista Jaime Cedillo. Los presuntos crímenes: un tuit y la reproducción de una columna que critica a su majestad.
En paralelo, en otra línea de ataque, se produce el poco original anatema contra los periodistas por parte del asambleísta Pabel Muñoz de Alianza País que mirando de frente a la historia —era su primera intervención como tribuno— repitió con temple atronador y furor profético, una de las frases predilectas de Correa: ¡Sicarios de tinta! Pero la Historia tiene sus bemoles. En código mexicano la frase de Muñoz podría escribirse de la siguiente manera: sicarios del Cartel de Sinaloa ajustician al sicario de tinta Javier Valdez. El asambleísta de AP es del círculo íntimo de Moreno.
Soy radicalmente escéptico sobre el futuro y no creo que algo pueda cambiar. La «mesa servida» que deja Correa es sinónimo de «camisa de fuerza». ¿Moreno al gobierno y Correa y Glas en el poder?
Recuerdo el viejo grafiti que se pintó en las calles de Quito en mil ochocientos y que lo registró Agustín Cueva en su libro Entre la ira y la esperanza publicado en 1967: «Ultimo día de despotismo y primero de lo mismo».
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