
Ingeniero Ambiental por la Universidad de Cuenca. Maestro en Ciencias de la Sostenibilidad por la Universidad Nacional Autónoma de México.
Impedir la libre expresión de la ciudadanía; perseguir a personas y grupos opositores; cooptar, desde el poder Ejecutivo, a los otros poderes o funciones del Estado; meter mano en la justicia; subordinar a la entidad electoral y no garantizar elecciones libres; absorber a los órganos de control de la función pública: todos estos son actos antidemocráticos y autoritarios, sin importar quién los ejecute.
Discriminar a una persona por su sexo, etnia, orientación sexual o cualquier otra distinción individual o colectiva; irrumpir en territorios intangibles de pueblos indígenas para actividades extractivas; implementar programas que sostienen y amplían las brechas sociales; obligar a una mujer o niña a ser madre; torturar; arremeter con tanques de guerra o con armas de fuego contra una movilización ciudadana: todos estos son actos que vulneran los derechos humanos, sin importar quiénes los realicen ni en contra de quiénes.
La democracia y los derechos humanos, como dos de los principales logros de la civilización moderna, deberían ser defendidos siempre y en todo lugar, como principio básico de convivencia y responsabilidad ciudadana. Si una persona o grupo político defiende la democracia o los derechos humanos en función de quién los vulnere, no lo está haciendo por principio, sino por dogma ideológico; la empatía selectiva no es empatía, porque sigue siendo un reconocimiento de “mi grupo” y “el otro grupo”, donde el otro grupo no tiene el mismo valor.
Si a una persona le preocupa el totalitarismo de Maduro, pero no el creciente autoritarismo de Bukele, significa que a esa persona no le preocupan la democracia y el ejercicio autoritario del poder, sino únicamente quién ejerce ese poder. De igual forma, si a una persona le preocupa el uso desproporcionado de la fuerza del gobierno de Duque, pero no las torturas de las dictaduras de Maduro y Ortega; si una persona critica la homofobia y el machismo de Bolsonaro, pero no los de Morales; significa que esa persona no se preocupa por los derechos humanos, sino por la ideología de quien vulnera esos derechos.
Una posición mínima en derechos humanos es condenar la persecución en Venezuela, las torturas en Nicaragua, los disparos contra civiles en Colombia, y el discurso antiderechos del poder en Brasil.
Y ese es un tope frecuente al analizar lo que sucede en cada país para intentar tomar una posición democrática y de derechos; lo que pasa ahora en Colombia, lo que pasó tiempo atrás en Ecuador y Chile... La solidaridad con la demanda social de igualdad es justa, el llamado a permitir la protesta pacífica es necesario. Pero cuando se observa que esa solidaridad y ese llamado vienen de personas y grupos que manifiestamente defienden a las dictaduras de Maduro y Ortega, lo menos que se puede hacer es sospechar y estar alerta.
Una posición mínima en democracia es oponerse a las dictaduras de Maduro, Ortega y quien-gobierne-en-Cuba, y criticar y alertar sobre el autoritarismo creciente de Bukele. Una posición mínima en derechos humanos es condenar la persecución en Venezuela, las torturas en Nicaragua, los disparos contra civiles en Colombia, y el discurso antiderechos del poder en Brasil.
Y una posición democrática y de derechos humanos constante y permanente es fundamental para salir del péndulo cada vez más extremo que impera en América Latina. No podemos seguir yendo de derechas tipo Bolsonaro-Áñez-Duque a izquierdas tipo Maduro-Ortega-Morales, con la consideración de que estas últimas, además, se aferran al poder.
Del lado de los gobiernos democráticos, el reto es luchar contra la lacerante desigualdad, para que no tengan cabida populistas de derecha ni de izquierda, y no tengamos que elegir entre Fujimoris y Castillos. Del lado de la ciudadanía, el reto es defender la democracia y los derechos humanos sin permitir que quienes los defienden a conveniencia se apropien de la lucha. No se puede defender la democracia y los derechos humanos junto con quienes también defienden a Maduro y Ortega. Si no se hace esa distinción, se legitima a esos grupos y se permite que se laven el rostro de cara a una futura toma del poder, que en última instancia es lo único que buscan.
Los derechos humanos y la democracia se complementan, no se excluyen. Son los acuerdos más decentes que hemos logrado como humanidad en medio del horror de la guerra, la discriminación y la injusticia social; hay que defenderlos como acuerdos mínimos de convivencia mientras no construyamos acuerdos más amplios y profundos, y hay que defenderlos siempre.
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