
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Arenas movedizas: así será el escenario de la política una vez que concluya el confinamiento. En ellas perecerán candidaturas presidenciales, carreras políticas y estrategias mediáticas. Ni siquiera el proverbial oportunismo de nuestros políticos servirá para sortear tanta incertidumbre.
Si el paro de octubre fracturó algunas agendas políticas y electorales, la pandemia ha terminado por demoler los planes que aún subsistían. Solo basta pasar revista a la imagen de los dirigentes políticos más conocidos para confirmarlo. Hoy, la crisis que se viene será de tal magnitud que nadie estará a salvo de sorpresas y sobresaltos.
Guillermo Lasso ha pasado de la desubicación de octubre a la inocuidad asistencial. Piensa que regalando respiradores consolidará unas adhesiones electorales que, precisamente ahora, no son sujeto de enganche clientelar. La angustia y la desesperación por la crisis, y el desaliento frente a un futuro nebuloso, configuran una población totalmente desentendida de las promesas electorales. El hambre y el desempleo rondan como nunca antes en nuestra historia, enfundados en una crudeza que no da para ilusiones.
Jaime Nebot deshojará margaritas durante el mes de junio, porque todavía no le salen las cuentas. A los graves pecados que arrastra como cadenas en su dilatada trayectoria política, hoy tiene que sumar la incontinencia racista de otubre y el colapso sanitario de Guayaquil. ¿Todavía querrá extender a todo el país lo que pomposamente calificó como un modelo exitoso de ciudad? ¿Será que el resto de los ecuatorianos borrará de su memoria la imagen de los cadáveres abandonados en las calles del puerto principal? Para colmo, sus protegidos en la Prefectura del Guayas acaban de salpicar al partido socialcristiano con el virus más letal del momento: la corrupción.
Los ministros estrellas del gabinete ya no saben cómo contribuir más a su propio desprestigio. Al paso que van pueden ser los primeros en hundirse en las arenas movedizas de la pospandemia.
Jorge Yunda no consiguió evadir la vieja maldición de los apurados: carrera de caballo, parada de burro. A su meteórico despegue le siguió un estrepitoso estrellamiento. Será muy difícil que salga bien librado de los escándalos de corrupción que sacuden al Municipio de Quito.
Otto Sonnenholzner no logra separa el trigo electoral de la paja gubernamental. Los pesados fardos de sus elevadas funciones no le permiten navegar ligero. Cada vez que pretende echarlos por la borda alguien se encarga de recordarle que él también tiene vela en este entierro. No solo eso: más de una vez le han hecho saber que si anhela llegar al paraíso, primero tendrá que pasar por el purgatorio de las intrigas palaciegas. Y dado el implacable canibalismo que propicia la atomización del gobierno, ese purgatorio se parece demasiado a una hoguera de la Santa Inquisición.
Los ministros estrellas del gabinete ya no saben cómo contribuir más a su propio desprestigio. Al paso que van pueden ser los primeros en hundirse en las arenas movedizas de la pospandemia. Es difícil que sobrevivan a una convulsión social como la que se perfila a consecuencia de las medidas económicas anunciadas. Si alguna de ellos tenía ilusiones electorales, tendrá que esperar sentada en silla de piedra.
La lista es amplia. Allí constan prefectas y alcaldes enjuiciados, legisladores empapelados por casos de corrupción, funcionarios envueltos en actos dolosos, viceministros súbitamente destituidos… Son los desahuciados de la política que, a lo mejor, asisten sin ruborizarse a la próxima fiesta electoral.
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