
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Entre la esperanza y el apocalipsis: el debate sobre el mundo que quedará luego de la pandemia se ha instalado entre estos dos extremos. ¿Colapsará el capitalismo en aras de un sistema más humanizado o simplemente asistiremos a una versión más despiadas de la explotación humana y la depredación ambiental?
No es la primera vez que la humanidad se ve empujada a este dilema. La última ocasión que el planeta fue sacudido por un conflicto generalizado las especulaciones y predicciones tenían matices similares. Fue durante los seis tormentosos años que duró la II Guerra Mundial. Las conjeturas no dependían únicamente de la evolución de la contienda, sino de las decisiones que tomaban las potencias involucradas en función de un eventual futuro. En ese sentido, la preocupación central de los países capitalistas y de la Unión Soviética no era cómo ganar la guerra, sino qué hacer luego de que la ganaran, porque los escenarios de una derrota no tienen ninguna viabilidad.
El Ecuador también anticipa alguno que otro escenario. Del aperturismo de los últimos años vamos a pasar a un sometimiento incondicional al mercado. Las leyes, decretos y acuerdos comerciales que se están aprobando prescinden de toda consideración social. La empresa privada será el eje de las políticas públicas.
Mucho de lo que vino después fue concebido durante y a pesar del conflicto. Las potencias no esperaron a que la conflagración terminara para tomar decisiones estratégicas. Lo hicieron desde mucho antes. Los países capitalistas, por ejemplo, fueron adelantando el modelo que pondrían en práctica por el siguiente cuarto de siglo: hegemonía de los Estados Unidos, un sistema financiero centralizado, contención de la amenaza comunista. Y los soviéticos no se quedaron atrás: anticiparon un mundo bipolar, el reparto territorial del planeta, un equilibro militar basado en la energía atómica. En realidad, la posterior guerra fría fue gestada durante ese conflicto a partir de las predicciones y cálculos que hacía cada bando.
El mundo pospandémico también está siendo diseñado a partir de las decisiones que se están tomando en los últimos meses. Es ahí donde hay que fijar la mirada. Al respecto, se puede señalar los sistemas de vigilancia informática personalizados. La mayor eficiencia de China frente a occidente a la hora de controlar al coronavirus implica un triunfo tecnológico en esa implacable disputa de los últimos tiempos a propósito de la tecnología 5G. La biovigilancia digital será del campo de batalla del poder político en los próximos años, y los asiáticos han sacado una importante ventaja.
El otro anticipo de la pospandemia será la desechabilidad de aquellos segmentos de la población que sean incompatibles con el funcionamiento de la economía. Los mensajes que han circulado a propósito de la supuesta sobrecarga que significa la población vieja para los sistemas de salud han sido sistemáticos. Hasta la exdirectora del FMI, Christine Lagarde, a quien se le atribuye la frase de que los ancianos viven demasiado y son un riesgo para la economía, tuvo que salir a aclarar que jamás ha dicho semejante perla.
El asunto, no obstante, va más allá: esta idea peregrina, difundida ampliamente en redes sociales, ha tenido su correlato en decisiones tangibles, que no han disimulado su dosis de crueldad. En varios países se ha excluido a los ancianos de la atención de emergencia desde una visión totalmente utilitaria, desde lo que podría denominarse una economía de la edad: si no hay respiradores para todos, toca segmentar a los beneficiarios a partir de un criterio etario. Es el pragmatismo de la desechabilidad humana. ¿Bajo qué consideraciones se desechará a la gente cuando se requiera una reactivación inclemente del aparato productivo mundial?
Guardando las proporciones, el Ecuador también anticipa alguno que otro escenario. Del aperturismo de los últimos años vamos a pasar a un sometimiento incondicional al mercado. Las leyes, decretos y acuerdos comerciales que se están aprobando prescinden de toda consideración social. La empresa privada será el eje de las políticas públicas. Es en ese contexto donde los movimientos sociales tendrán que actuar, y no a partir de una hipotética terminación de la pandemia, sino desde ahora.
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