Nuevamente, Ban Ki-Moon se ha referido a la necesidad imperativa de una prensa libre a la que le dio el poder de enfrentar, quizás como ningún otro, a ciertos poderes de Occidente que, poco a poco, se han ido apropiando del territorio simbólico de la libertad, de la palabra y del sentido.
Qué arduo y complejo el tema de la libertad de expresión y, al mismo tiempo, cuán sencilla y hasta humilde la determinación de sostenerla y fomentarla. En el principio y en el fin de la existencia, la palabra es lo más personal y propio que poseemos. Desde el llanto del recién nacido que llama a su madre porque la requiere como su alimento, hasta las palabras de los olvidados y vejados que no dejan de dar cuenta de su presencia sufriente.
La palabra propia constituye la única y verdadera territorialidad de cada sujeto. Su palabra es su bien, su máxima posesión y la vía más adecuada para ir y llegar al otro, también camino que el otro transmita para llegar a él.
La libertad de expresión es la primera y más importante de todas las libertades posibles. Nadie puede vivir en ningún supuesto o real paraíso si su palabra no transita el camino de la libertad que le autoriza a decir, opinar, pensar sin el temor de que ello pase por el tamiz de la censura de un poder que vigila, evalúa y autoriza o reprime la palabra.
La libertad de palabra no es solo la más importante de las libertades, es la primera. La piedra angular sobre la que se levanta el edificio de toda subjetividad. Sin ella, todos los discursos no serán sino palabras hechas de vacío, enunciaciones ligadas entre sí por el cordón de la esclavitud.
Los defensores del control de la palabra del otro frecuentemente se justifican a sí mismos acudiendo al tema de la verdad. Ellos se refieren a la verdad como si fuese una cosa que la poseen de manera absoluta y que la administran con justicia. Creen que saben a la perfección qué es la verdad, cómo y cuándo ella se expresa. Ellos, dueños e intendentes de lo verdadero, nunca se equivocan. La verdad se ha convertido entonces en un bien a absolutamente personal, en una cosa a ser administrada por dueños soberanos.
Es importante recordar que la libertad de expresión no se halla necesariamente ligada a la verdad, sino al derecho irrenunciable a expresarse. Cuando se toma a la verdad como el referente necesario de la expresión, se presupone que alguien sabe a fe cierta qué es la verdad, en qué consiste, en dónde se halla. Ellos pretenden desconocer que la capacidad de equivocarse constituye una cualidad que surge del principio de que la verdad es siempre una construcción. La obnubilación del poder produce siempre más errores que aciertos, errores que nunca son reconocidos. Sin embargo, el poder, por su fascinación narcisista, tiende a errar más que los ciudadanos comunes.
Posiblemente constituya una grave herida al narcisismo el reconocimiento de que la verdad ni es un bien personal ni un derivado del poder. Hacia allá apuntaría el secretario general de la ONU cuando clama por la libertad de expresión. No pide al mundo decir la verdad y toda la verdad, tan solo hace un serio llamado a los poderes políticos a que aseguren que sus ciudadanos cuentan, sin reparo alguno, con la libertad de expresarse sin ser perseguidos, aun cuando se equivoquen. Ban Ki-Moon parte del hecho de que el tema de la verdad es muy diferente al tema de la libertad.
¿Qué sería del mundo si todos los enunciados fuesen absolutamente verdaderos? El mundo se convertiría en un cementerio. Por otra parte, quien posee más poder cuenta con menores posibilidades de producir enunciados de verdad puesto que el poder no es otra cosa que una forma de interpretar las relaciones y las dependencias de la sociedad. Buena parte del poder se sostiene en el sometimiento de un otro o engañado o fascinado.
"Necesitamos entender que la información no debe ser solo universal, sino también libre para desafiar el statu quo y dar una ventana de esperanza a aquellas voces silenciadas por la censura de la corrupción, la violencia, la intimidación y las represalias", señaló el Secretario General. Es grave que la libertad y la verdad se construyan en los espacios mínimos que deja el poder. Todavía se reproduce ese “cállate, qué sabes tú” que le lanza a la cara el papá a su pequeño que se permite enunciar su verdad, esa pequeña verdad que difiere mucho de los enunciados del poder.
Pese a que la democracia habla del poder del pueblo, sin embargo, hay gobiernos democráticos que se tornan autocráticos cuando rechazan el valor de las diferencias y apuestan al pensamiento único.
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