Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
A menos que ya tenga cocinados algunos ingredientes, el gobierno va a necesitar meter al diálogo nacional en una olla de presión. Porque 45 días es un tiempo demasiado corto para tratar temas tan complejos como, por ejemplo, la estrategia para salir de la crisis económica. O, peor aún, temas estructurales como la seguridad social.
Al parecer, la suspicaz imagen de los convidados de piedra ronda el escenario político. Por eso, ni la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) ni el Frente Unitario de Trabajadores (FUT) aceptaron la convocatoria. Las principales organizaciones sociales del país sospechan que los invitan a validar acuerdos previamente establecidos con los sectores empresariales. Y mientras no se transparenten los verdaderos alcances de la carta de intención con el Fondo Monetario Internacional (FMI), esa desconfianza tiene asidero.
La ausencia de los movimientos indígena y obrero en las mesas de diálogo anticipa una iniciativa que nace con desnutrición crónica, y evidencia que en Carondelet no hay quién haga una lectura coherente del momento político que vive el país. Nadie ve que en las pasadas elecciones Pachakutik experimentó una recuperación importante. Ni que en la multitudinaria marcha del Primero de Mayo el FUT ratificó su hegemonía política entre los trabajadores. Las marchas paralelas del Parlamento Laboral, la CUT gobiernista y los correístas obtusos no pudieron superar su estado marginal.
En cierto modo, el movimiento Alianza PAIS de Moreno está atrapado por su pasado correísta. No entiende que el fundamento de la política está en la sociedad. No en los electores, cuya condición es ocasional, sino en las fuerzas sociales que pueden apuntalar a largo plazo un proyecto de país.
El movimiento Alianza PAIS de Moreno está atrapado por su pasado correísta. No entiende que el fundamento de la política está en la sociedad. No en los electores, cuya condición es ocasional, sino en las fuerzas sociales que pueden apuntalar a largo plazo un proyecto de país.
Tal como ocurrió en la década pasada, el régimen promueve negociaciones restringidas, acuerdos particulares y secretos. En la lógica pragmática de la economía de la gobernabilidad, prioriza las conversaciones con grupos poderosos, aunque reducidos. Dialoga con las viejas élites nacionales. Moreno tiene demasiadas similitudes con aquellos bancos que concentran el crédito en clientes escogidos, porque cobrar a pocos les resulta más eficiente y rentable. Llegar a acuerdos con los movimientos sociales es una tarea más paciente, trabajosa y demorada.
Pero también persiste el prejuicio del corporativismo atribuido a las organizaciones sociales desde la perversidad del correato. A partir de ese criterio, toda agenda gremial queda deslegitimada de entrada. Se exige una pureza política inexistente en una sociedad como la nuestra. Tanto el FUT como la CONAIE actúan desde lógicas de resistencia (por no decir de sobrevivencia). Más aún luego de la década represiva y persecutoria del correato.
En tales condiciones, pedirles una visión política estratégica resulta excesivo. Son lo que las condiciones sociales e históricas les permiten. Pero invitarles al diálogo nacional como convidados de piedra no solo es un desaire, sino una grave equivocación.
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