
PhD en Educación por la Universidad Católica de Lovaina, Maestro en Estudios Culturales y Desarrollo, Graduado en Economía. Ex gerente del Proyecto de Pensamiento Político de la SNGP. Docente universitario.
Hace casi tres meses iniciaron los diálogos entre las organizaciones indígenas y el Gobierno. A parte de las noticias que cuentan sobre aquellos aspectos puntuales donde hubo “humo blanco”, no se tiene todavía una idea general de los resultados del diálogo.
Un viejo amigo me pide que, como académico, apoye en una de las mesas en calidad de observador y que si fuera necesario me consultarían. Voy el día indicado, repleto de ingenuidad y en la puerta, un pequeño guardia de seguridad con gorra y mascarilla camuflaje me dice que no puedo pasar. Me presento y digo que vengo como observador.
-No está en la lista, responde. De lado y lado, cada día me dejan una lista de los que pueden pasar.
Evidentemente, lo que cuenta es que esté el nombre en la lista, más allá de lo que vaya a hacer adentro. No entro y mientras regreso por la calle Colón, pienso que, en un proceso tan importante, con inscripción previa o algo así, cualquiera que habita este país debería tener la oportunidad, de por lo menos observar cómo se desarrollan unas negociaciones que determinarán su futuro, tanto desde lo alcanzado, cuanto desde las consecuencias de lo no consensuado. Comento aquello a mi amigo y me dice que, si deseo, venga al día siguiente para mirar la dinámica del diálogo.
Al otro día, nos recibe el pequeño guardia con sus prendas militares y de no buena gana me deja pasar al estar acompañado. La mesa me recuerda esas asambleas de la Revolución francesa en donde se dio origen a los términos izquierda y derecha. Se ubican en esos lados, los delegados de las organizaciones indígenas y los funcionarios de las diversas carteras del Gobierno, respectivamente. En el centro están los facilitadores que comienzan su trabajo, resaltando que hay nada menos que 52 puntos a discutirse.
Se expone el punto uno y se espera que el vocero del Gobierno dé la respuesta al mismo. Esta viene y luego la reacción de los delegados de las organizaciones, luego una contrarréplica. Las intervenciones sin ser acaloradas, son directas y agudas.
Bajtín, el lingüista que organizó los sentidos, tonos y textos del diálogo en “otredad”, nos recuerda algunas premisas para que este sea un acto ético y responsable: en un diálogo honesto, nos dice, el actor dialogante que tiene más poder debe ceder y parte de este ceder es dar respuestas adecuadas, como un acto responsabilidad y signo de buena voluntad. No se puede hablar de un diálogo ético si es que este no busca conseguir esa mediación entre “otros”.
Mientras reflexiono sobre las palabras de Bajtin, presencio un diálogo que está muy lejos de brindar respuestas claras por parte del Gobierno. Los delegados de las organizaciones interpelan, pidiendo respuestas a sus demandas. Los delegados del Gobierno en sus respuestas muestran que no tienen capacidad decisión.
El diálogo muestra la falta de voluntad política del Gobierno y en qué medida los diálogos convocados por el poder, están muy lejos de las premisas bajtianas, muy lejos de ser éticos y de querer en serio resolver problemas.
-La Corte dictaminó que el Gobierno debe cumplir las sentencias ¡en enero, es casi octubre! ¿Cuándo?
-No podría decirles, no puedo hablar en nombre de otras instancias ministeriales...
El diálogo parece entramparse, pero el profesionalismo de los facilitadores no lo permite. La ambigüedad y el no asumir compromisos por parte del Gobierno hace que los delegados de las nacionalidades pidan que se declare a este sub ítem como un punto sin coincidencia… Otro más que iría a la mesa de coordinación, en la cual no necesariamente se solventará, pues cómo aclara un delegado de la CONAIE, es una mesa para coordinar, no para resolver particularidades… Ha transcurrido una hora y media y se resuelve el punto 1 con dos de tres coincidencias. Quedan 51…
Desde la experiencia vivida y la información recibidas por los medios de comunicación y por los propios actores participantes, soy pesimista pues creo que el diálogo no dará resultados contundentes. Es más bien un proceso de desgaste para las organizaciones indígenas, cuyos delegados van informando a sus bases que se consigue muy poco. Este desgaste puede también ser visto como una victoria pírrica del Gobierno, como un ganar tiempo y aplazar posibles movilizaciones. Pero el diálogo puede verse también como un aprendizaje importante para las organizaciones y sus cuadros, no solo desde el manejo de la dinámica y el foguearse en esta ritualidad, sino en que van conociendo la estructura del Estado, los diferentes aspectos donde se visibilizan las competencias claramente o aquellos que se amalgaman. Un aprendizaje que sin duda les muestra cómo el aparato estatal es una camisa de fuerza que, desde la burocracia, la manipulación o los tiempos políticos, enreda los procesos.
El diálogo muestra la falta de voluntad política del Gobierno y en qué medida los diálogos convocados por el poder, están muy lejos de las premisas bajtianas, muy lejos de ser éticos y de querer en serio resolver problemas. El diálogo convocado por el poder es una justificación ante la sociedad, un pretexto para mostrar solvencia y que revela lo poco que le importan los puntos a consensuar y darles respuestas serias. Es, más bien, una cortina de humo para legitimarse y que puede ser usada mediáticamente.
En el 2001, en un proceso de diálogo entre el gobierno y la CONAIE para “superar la confrontación social ante las medidas económicas” surgió en las paredes de Quito un graffiti socarrón: “Diálogo…, sí, pero con buenas piernas”. El lector dará su propia interpretación, la mía es la que he manifestado.
En síntesis, el Gobierno pide diálogo pero en realidad le importan otras cosas.
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