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28 de Marzo del 2020
Ideas
Lectura: 7 minutos
28 de Marzo del 2020
Carlos Arcos Cabrera

Escritor

Diario de cuarentena II
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¿Era responsabilidad de Nebot reducir la pobreza? Nunca Nebot fue santo de mi devoción, sin embargo, me parece descabellado cargar sobre sus espaldas el drama de Guayaquil. Gobiernos de mierda, incluido el de la década perdida, políticos de mierda, empresarios de mierda, y mierda acumulada en todos los rincones patrios.

Jueves, 26 de marzo 2020

 8:00. Otro día. Igual que ayer. Aumenta la preocupación por mi hijo que está en México con su familia. Por lo demás, la misma rutina. Ayer trabajé poco. Me cuesta lidiar con esa sensación de que el mundo que conocía se deshace, se difumina. Leo Plan V, El País y las noticias de la BBC de Londres. Ecuador es el país con más infectados en relación con su población. Las autoridades echan la culpa a la gente. Leo algunos comentarios: «Imposible estar en cuarentena en un cuarto de 15 m2 con 30 °C de calor sin saber si habrá arroz para mañana». Tienen razón.

Enrique Gil Gilbert escribió la novela Nuestro Pan, eso representa el arroz en la cocina nacional. Roque Espinosa hizo su tesis doctoral (Suma Cum Laude) sobre la historia de la producción del arroz en estas tierras. Se publicó con un título muy sugerente Desmemoria y olvido.

Otros comentarios rayan en la estupidez; por ejemplo, uno que dice que la pandemia ha desenmascarado la alcaldía de Nebot, pues nada hizo por los pobres: ¿Era responsabilidad de Nebot reducir la pobreza? Nunca Nebot fue santo de mi devoción, sin embargo, me parece descabellado cargar sobre sus espaldas el drama de Guayaquil. Gobiernos de mierda, incluido el de la década perdida, políticos de mierda, empresarios de mierda, y mierda acumulada en todos los rincones patrios.  Alguna vez César Montúfar dijo que las élites de aquí eran depredadoras. Es la mejor definición que se ha hecho.  ¡País de broma! ¡Caricatura de país! La pandemia nos ha desenmascarado a todos. ¡Todos llevamos algo de culpa a las espaldas! ¡Ninguno es inocente! En mayor o menor medida todos somos depredadores.

Lo mejor son los memes, las bromas, la capacidad de la gente de reírse de sí misma y del resto. Tenemos una frase recurrente: «¡Es para cagarse de risa!» Esa es la consiga ¡Cagarse de risa! Eso no quita un gramo al drama en que estamos todos, pero igual, ¡a cargarse de risa!

Nunca Nebot fue santo de mi devoción, sin embargo, me parece descabellado cargar sobre sus espaldas el drama de Guayaquil. Gobiernos de mierda, incluido el de la década perdida, políticos de mierda, empresarios de mierda, y mierda acumulada en todos los rincones patrios.

Ayer por la tarde avancé en la lectura de La mujer justa, de Márai. Comencé a leerlo con la pulsión de antaño:  consumirlo, concluirlo, olvidarlo. Buscar otro libro e iniciar el ciclo de consumo.  Hay tanto para leer. Decidí detenerme en sus frases y releer. ¿Cómo sonarán en húngaro sus agudas palabras? ¿Una música violenta y tempestuosa? ¿Un sonido como la suave lluvia? Lo imagino. «La vida es siempre cruel con todo el mundo», dice Peter, el narrador de la segunda parte. La duda me invade frente a una afirmación tan radical. Eso que llama vida no podemos definirlo si no es a través de la existencia de signos vitales, más allá de eso es indefinible, tanto como la afirmación «es siempre cruel con todo el mundo.» Márai habla en nombre de la humanidad, pero tampoco la humanidad existe más allá de compartir el genoma humano. El «nosotros» humano es apenas una isla en el mar de «los otros», con quienes a duras penas compartimos un tiempo y un espacio.

 

Nunca Nebot fue santo de mi devoción, sin embargo, me parece descabellado cargar sobre sus espaldas el drama de Guayaquil. Gobiernos de mierda, incluido el de la década perdida, políticos de mierda, empresarios de mierda, y mierda acumulada en todos los rincones patrios.

Márai es experto en frases lapidarias, hace de la soledad el destino inevitable del hombre que quiere encontrarse a sí mismo: «quien debe cumplir una misión siempre está solo», afirma. ¿Cuál es esa misión? ¿Conocerse? ¿Desentrañar el sentido de la vida? Sí, pero hacerlo ya no como parte de la especie sino en la finita individualidad del ser, el que sabe que, ahora más que nunca, el cerco de vida se estrecha. Márai concluye: «… un día nosotros también nos hacemos adultos y descubrimos que, en la vida, la soledad, la verdadera, la elegida conscientemente no es un castigo, ni siquiera es una forma enfermiza y resentida del aislamiento, sino el único estado digno del ser humano. Y entonces ya no es difícil soportarla. Es como vivir en un gran espacio donde siempre respiras aire limpio».

Un paso más y la soledad total. Paradójicamente, hoy por hoy esa soledad ya no existe.  El celular, las redes, el internet abolieron definitivamente esa vivencia. Hoy es una soledad vigilada o que se interrumpe a cada instante con el sonido del teléfono alertándonos sobre un nuevo mensaje y con el comportamiento pavloviano que nos impulsa a tomarlo y mirar. Ser ahora cenobita por opción es imposible, ni aun dejando el celular a kilómetros de distancia. Alguien con buenas o malas razones terminará por hacer de esa soledad, una soledad asistida. ¡Puede ser una bendición! No lo sé.

13:45. Debo cocinar. Lo más fácil y rápido es un arroz, o fideos, o abrir una lata de atún. Debo pensarlo. Antes de la cuarentena me hice los exámenes médicos de rutina. Todo por lo alto: triglicéridos, glucosa, ácido úrico, colesterol. Lo demás se resume en una frase: «Normal para su edad». ¡Qué es lo normal para mi edad?

19:30. A las seis regué el pequeño jardín de la casa. Los gladiolos (aquí los llaman platanillos) que sembré hace un par de meses están floreciendo. Es un regalo que me alegra el día. He visto pocas noticias y he leído un artículo del MIT sobre el mundo que nace en estos días. Lo que llamábamos normalidad ya no existe, ergo, es imposible volver a la normalidad.

Prepararé una ensalada y retornaré a Márai.

¡Hasta mañana!

[PANAL DE IDEAS]

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Juan Carlos Calderón
Patricio Moncayo
Gabriel Hidalgo Andrade
Marko Antonio Naranjo J.
Fernando López Milán
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María Amelia Espinosa Cordero
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