
Sábado 28 de marzo, 2020
17:15. He podido concentrarme mejor que otros días. He salido un par de veces al balcón. Hay menos movimiento que los días anteriores. A media mañana veo a un anciano que camina, apoyado en su bastón, hacia el Centro de Salud. Lo acompaña una mujer más joven. Ella se detiene bajo un árbol de mango que crece en un lote baldío. Con un palo golpea las ramas y recoge los mangos que han caído. ¡Árbol extraño! De los «palos de mango» que hay en esta cuadra ese debe ser el último que aún tiene frutos. El palo de mango esperó a esa mujer para madurar.
A mediodía Miguel Molina, desde Nueva York, me invita a un almuerzo virtual. Se suman Cinthia Andrade, en Quito, y Maricruz González, en Puembo. Funciona. Maricruz es una experta en teorías de la conspiración. Sus argumentos me convencen cada vez más. Cinthia enseña sus arupos en maceta, mientras Miguel bebe una cerveza. Lo acompaño. Entre risas, compartimos nuestros temores. «Llorando mis alegrías, cantando mis desventuras», ¿pasillo?
El viejo fumador no ha sacado su silla para mirar la calle vacía. De pronto, extraño esa presencia grave, con esa manera de fumar, de llevar el cigarrillo a la boca que parece el recuerdo de una caricia, el cadencioso movimiento de una cintura atrapada en su abrazo, el lento aleteo del último pelícano que cruza la ciudad o los versos de Nostalgias imperiales, de César Vallejo. ¿Recuerdan? «Como viejos curacas van los bueyes, camino de Trujillo meditando […]. En el muro de pie pienso en las leyes / que la dicha y la angustia van trocando…». La calle está más vacía que nunca.
Vuelvo a Márai. No es mi propósito hacer una reseña de la novela. Quiero reflexionar sobre algunos pensamientos de Marika, la ex mujer de Péter, que es la narradora de la primera parte de la novela. El de Marika es un amor imposible: ama a su esposo; él, a su manera, también la ama. Lo paradójico es que él no puede recibir amor ni quiere ser amado. Marika le pregunta por qué se casó con ella. La respuesta de Péter, como dice ella, es «terrible». «Cuando me casé contigo lo sabía casi todo de mí. Pero no sabía lo suficiente de ti. Me casé contigo porque no sabía que me amaras tanto». Para Marika se convierte en una obsesión romper esa barrera. Se embaraza, y el amor y cuidados al niño están atravesados por la necesidad de mantener a Péter a su lado. En un determinado momento dirá: «No se puede amar con segundas intenciones». Márai, a través de lo voz de Marika —a veces me suena muy masculina— echa por tierra los supuestos del amor y, por extensión, los del matrimonio. Un diálogo con la madre de Péter es ilustrativo: «¿Me preguntas si vuestro matrimonio es el peor? Es un matrimonio y punto —sentenció con voz tranquila y severa».
Márai no es ni el primer escritor que lo hace ni será él último. Sin embargo, lo suyo es un radicalismo extremo que se resume en el rechazo a ser amado. No es un deber aceptar el amor que se nos brinde. El amor no es, en consecuencia, una necesidad universal. No todos quieren ser amados. La novela es una diatriba contra el amor. Desesperada, Marika acude donde un sacerdote para confesarse y buscar consejo. No lo encontrará. El confesor le dice: «No basta con amar, hija mía. El amor puede transformarse en un gran egoísmo». Más adelante le dirá: «Usted quiere privar a un hombre de su alma. Eso es lo que siempre quieren hacer todos los enamorados. Y eso es pecado».
Hay otro personaje, enigmático, Judit Áldozó. De ella hablaré en otro momento.
18:30. Es un atardecer gris. El sol no es la bola de fuego que enciende la superficie del mar y el cielo.
19:00. Santiago Carcelén me envía algunas fotos. Fotos de encuentros de antaño, de otra época. Él tiene una extraordinaria capacidad para sacar en los retratos lo mejor de nosotros, tal vez lo más bello. Lo llamo para agradecerle. «Es nostalgia, es afecto», dice.
20:20. Divago ¿Cómo cambiará esta pandemia nuestra forma de amar? ¿Desaparecerá el beso como una de las más comunes y maravillosas formas de expresar amor? Entre padres e hijos; entre amigos, amigas; entre amantes, novios, esposos. Tal vez podrás dar la mano pero protegida por un guante. ¿Y el beso? El beso nos hizo humanos. Era un lenguaje sin palabras. El beso era afecto, también el inicio del camino del conocimiento de los cuerpos. ¿Recuerdan el primer beso con lengua? Era como abrir el mundo del placer, lanzarse al abismo del deseo, elevarse al cielo prometido, entrar en el territorio de las promesas terrenales, de los sueños. Yo lo recuerdo vivamente. Fue en una fiesta de abril en Riobamba. Tendría unos catorce años y fue ella quien tomó la iniciativa y me besó en el zaguán de su casa cuando la iba a dejarla luego de una fiesta. Ella era audaz, mucho más que yo. Aún busco esa sensación indescriptible de su lengua abriendo mis labios. ¿Y los besos furtivos? ¿Ganarse un beso? Beso tus ojos… En el futuro será un delito, si no lo es ya; o se deberá cumplir un riguroso protocolo. El beso se convertirá en intento de homicidio o en un suicidio, todo por amor.
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