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31 de Marzo del 2020
Ideas
Lectura: 5 minutos
31 de Marzo del 2020
Carlos Arcos Cabrera

Escritor

Diario de cuarentena V
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Hoy, todos somos diminutos centros, somos parte de miles de centros, sin un centro. Somos cifras de números que crecen exponenciales. La pandemia es un fuerza centrífuga que nos dispersa y nos lanza con frenesí a alimentar el invisible nexo virtual que nos une con los otros: voces, imágenes, palabras...

Domingo, 29 de marzo 2020

6:40. Despierto con un leve ataque de paranoia pandémica: ¿Qué haré si me sube la fiebre y, bueno, todo lo que sucede y que nos han repetido hasta convertirlo en un credo? Para despejar las dudas, tomo el viejo termómetro de mercurio, lo agito y lo coloco bajo mi lengua. Espero. 36.5 °C. «Normal para su edad», diría un médico. 

Anoche me quedé hasta tarde viendo la serie Freud, de Netflix. Creo que algunas imágenes me inquietaron tanto que desataron la paranoia pandémica.  ¡Qué difícil hacer un guion sobre la vida de un hombre cuyo material de trabajo fueron palabras, silencios, sueños y pesadillas! La alternativa que encontraron fue hacer de Freud una especie de detective que ayuda a resolver una serie de crímenes en la Viena en que ya se vislumbraba la caída del Imperio austrohúngaro. Es el período de los intentos de Freud de usar la hipnosis, de su lucha contra la medicina tradicional, en la cual la histeria estaba asociada a un daño orgánico. El personaje que se toma la serie —además de, por supuesto, Freud— se llama Fluer Salomé. Es de una belleza turbadora, maravillosamente maléfica. No me extrañaría que el guionista asociara su nombre al de Lou Andreas-Salomé, que tuvo una tormentosa relación con Nietzsche y que años después conocería Freud.   

10:00. Es domingo. Un domingo extraño. Son esas frases de cajón, que ya no tienen sentido y que, sin embargo, repetimos. La extrañeza es ahora la normalidad. La normalidad de la extrañeza. Lo extrañamente normal. Lo anormal extrañamente cotidiano. En Los hijos del limo, Octavio Paz acuñó la frase: «Tradición de la ruptura». Romper, dejar atrás el pasado como algo cotidiano se convierte en una tradición, en una práctica rutinaria. Ahora, este domingo, entiendo que la extrañeza radical del mundo pandémico es la normalidad.

En el terremoto del 2016 fui con algunos voluntarios a Don Juan, en Jama, a dar una mano. Había desesperanza y dolor. Sin embargo, al final del día, en el improvisado campamento podíamos compartir la cocina, las anécdotas del día, abrazarnos, organizar el día siguiente, tranquilizarnos cuando la tierra volvía a rugir y moverse. Podía decir que estábamos en el centro. Entonces escribí una crónicas. Hoy, todos somos diminutos centros, somos parte de miles de centros, sin un centro. Somos cifras de números que crecen exponenciales.  La pandemia es un fuerza centrífuga que nos dispersa y nos lanza con frenesí a alimentar el invisible nexo virtual que nos une con los otros: voces, imágenes, palabras.

19:15. A eso de las seis de la tarde, el viejo fumador salió a la calle. Caminó desde su casa hasta la esquina, regresó y se sentó en lo que en un lenguaje pretérito se llamaba poyo. Encendió un cigarrillo. Los gestos suaves y de intenso goce con que fumó la última vez que lo vi, han desparecido. Con apuro, vehemente, lleva el cigarrillo a la boca y aspira con fuerza como si quisiera terminarlo de una vez. Los recuerdos que bailoteaban con las volutas de humo se han trocado en una exhalación violenta que dispersa el humo ¿Está enojado? ¿Discutió con alguien? Lanza la colilla a la calle y entra a su casa. Es una sombra.

20:00. ¿Tiene sentido escribir lo que escribo? ¿Es un acto egoísta? ¿Una terapia para lidiar con la tensión y el miedo? No sé si la pregunta tiene sentido. Escribo y punto.

Rememoro este día: barrí el patio, intenté pintar una pared, pero descubrí que se necesita hacer algo más que pasar la brocha, así que abandoné la tarea. Debo buscar en YouTube una lecciones de cómo pintar. A mediodía me llamó Santiago Carcelén por una receta de pollo al horno que, con algunos amigos, en tiempo pretérito, preparamos en su casa. Hablamos más tarde. Nuevamente la palabra nostalgia se cuela por las rendijas del diálogo.

Me he mantenido alejado de las noticias, las cifras, los debates. El mundo sigue su curso. Debería aprender de Jaque-Mate: se pasa el día relajada buscando un sitio fresco donde dormitar. Escucha indiferente cuando le digo algo, deja que mis palabras se deshagan en el aire. «Las palabras son de aire, y van al aire / Mis lágrimas son agua y van al mar», cantaba Willie Colón.  

La jornada termina. Prepararé algo para cenar.

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