
Miércoles, 1 de abril 2020
8:00. Me levanté con la sensación de que debía «hacer algo». Una tensión interior que me llevó a levantarme y «hacer algo». ¿Qué era ese algo? No lo sabía. Era un tensión que venía desde el pasado, una obligación pendiente, algo que era como la tarea escolar que no había cumplido. ¿Culpa? ¡Cumplid! Es una orden. ¿Cuál es la tarea que hoy debo cumplir? ¿Cuál es el afán de este día? Ya me lavé los dientes, ya me duché. ¿Qué más? ¡Tranquilízate! ―me digo― Tómate tu tiempo. Aprende a tomarte tu tiempo. No es fácil. Debo estar informado. Enciendo la caja de Pandora.
El titular de la BBC de Londres me lleva al horror que se vive en Guayaquil. ¡Cadáveres en las calles! Una imagen vale más que las frías cifras de contagiados y de defunciones y más que las palabras. El espanto, la incredulidad sobre la realidad que nos golpea inclemente. ¡No puede ser! ¿Qué hacer? ¿En qué creer?
Hace algunos años leí un diálogo entre Umberto Eco, el autor de El nombre de la rosa, y Carlo María Martini, obispo de Milán, se publicó bajo el título ¿En qué creen los que no creen? Eco apunta a una ética laica. ¿Cuál es esa ética en medio de la sociedad del contagio y de la sospecha? No tengo respuesta.
En mi modesto juicio, la mejor serie que he visto en Netflix es Algo en qué creer, un desafortunado título para Ride Upon the Storm. Me fascinó y a la distancia agradezco a Pamela Allan que me la recomendó. La historia gira en torno a la familia de un pastor luterano y su mujer. Las relaciones familiares se resquebrajan al igual que la fe. ¿Dónde está Dios en los momentos difíciles? Una actuación extraordinaria de todo el elenco, diálogos sublimes extraídos de la vieja escuela de la sabiduría de Shakespeare. Algo en qué creer para cabalgar en la tormenta.
16:00. Márai, Márai, Márai. Tres veces Márai. La tercera parte de La mujer justa es un agotador monólogo del tercer personaje: Judit. En la Roma de la posguerra, Judit, una mujer ya madura, cuenta su vida a su joven amante, un húngaro baterista de un grupo de jazz. Ella lo mantiene vendiendo las joyas que logró salvar de la ocupación rusa. Es una campesina cuya infancia transcurrió en una atroz pobreza que, paradójicamente, en sus palabras, no le pesa. En sus palabras: «La pobreza para los niños no es como imaginan los adultos que no han sido nunca realmente pobres. Para el niño, la pobreza también es diversión (…) no le importa la suciedad, puede tirarse y revolcarse en ella». Sin embargo, la pobreza marcará su vida en un sentido profundo desde el momento mismo en que entra a trabajar como sirvienta en la casa de Péter. Él, rompiendo con el mundo burgués al que pertenece, incluido su matrimonio, se casa con Judit. Ella espera, nada pide, nada exige, simplemente espera. Dice Judit: «La vida lo da todo, solo hay que saber esperar». ¿Amor? Desprecia a Péter. «De alguna forma ―afirma― yo no quería que se sintiese a gusto conmigo. Y eso que el pobre diablo lo había dado todo por mí, había hecho todos los sacrificios». Ella se convierte en una dama, pero nunca terminará por aceptar el mundo burgués, nunca lo entenderá: «Los ricos siguen siendo ricos…, aunque los despojen de todo» afirma. Odia a los burgueses, pero no porque sean ricos, sino porque tienen algo que para ella es inalcanzable. Toda su capacidad de amar se vuelca en su joven amante.
El monólogo, la voz penetrante e impúdica de Judit, no terminan de convencerme: Márai está demasiado presente como narrador. Es Márai quien habla, no Judit, o Judit es como el muñeco del ventrílocuo. Márai no permitió que Judit hablara por sí sola, no la dejó libre. La novela no es la oposición a la idea moderna del amor, aquella que nació con el Renacimiento: es sobre la radical ausencia del amor. Basta de Márai, por hoy. Aún queda por hacer una reflexión final. La haré otro día.
23:00. Noche fresca. Siento que la temperatura en Bahía comienza lentamente a cambiar. Marzo ha concluido. En junio se verán las primeras ballenas que llegan desde la Antártida. Salgo al balcón. La intensidad de las luminarias de la calle me impide ver si el cielo está despejado. Existe un sospechosa quietud, un silencio que pesa como una plancha de hierro y que únicamente deja que la brisa arrastre unas distantes señales de vida: una puerta que se cierra, la voces de la tele, una tos, sí una tos que nace en algún lado y que no encuentra eco. Es una noche en que ni los perros ladran.
En todo el día no he visto al viejo fumador. A esta hora ¿fuma el último cigarrillo mientras mira el techo con la esperanza de que el sueño se haga presente? ¿Encenderá otro para acompañar el insomnio?
Llega un mensaje. Pedro Santos, periodista, cinéfilo, estudiante de Teología, gran conversador, comparte la última noticia del día a través de Bahía TVE. Un grupo de mujeres controla el acceso a la ciudad por el puente Los Caras para evitar que ingresen potenciales contagiados de otros lugares. Es una película de ficción.
[PANAL DE IDEAS]
[RELA CIONA DAS]




NUBE DE ETIQUETAS
[CO MEN TA RIOS]
[LEA TAM BIÉN]
[MÁS LEÍ DAS]



