
Jueves, 02 de marzo de 2020
8:35. ¡Que bien dormí! Fue lo primero que pensé apenas abrí los ojos y me toqué la cara para saber si era realidad y si aún existía. Jaque-Mate maulló. Es muy exigente a la hora de su desayuno. Dejé la cama. Caminamos hasta la cocina y escuché que hacía unos ruidos extraños, como si me llamara la atención por algo. Le reclamé pues siempre estoy a su disposición. Siguió con la cantaleta hasta que coloqué su comida en el plato. Creo que mi encierro le afecta. No sé si prefiere que yo salga de la casa por unas horas y que se sienta enteramente dueña del lugar. La verdad es que hay momentos en que no nos entendemos. «No lo tomes en serio», eso me dije y comencé mi rutina.
9:45. Para no perder la deliciosa sensación de haber dormido a pierna suelta, me dije en la mejor versión del coachingontológico (que debe ser algo así como lecciones de Ser y tiempode Martín Heidegger impartidas por un entrenador de básquet o lecciones de baloncesto impartidas por un filósofo miope): «¡Este será un gran día!». Con un café cargado, bien cargado (es un café que me obsequió mi hermano Leopoldo: café orgánico de altura que él cosecha y tuesta), encendí la computadora dispuesto a arrasar con veinte siglos de literatura acumulados en mi espalda. Entonces sonó el teléfono, no era una llamada, era un mensaje. Imposible ignorarlo. Era del banco. Debía pagar la tarjeta de crédito. Me quedé de una pieza. El mundo está paralizado en casi todo menos en el mecanismo de cobro de las tarjetas. Una parte del mundo, una parte de la antigua vida sigue funcionando, implacable. La rica sensación del sueño reparador, el coachingontológico y sus frases mágicas se disipan en el aire.
10:50. Salgo al balcón. Una rica brisa sopla desde el mar. Me reconforta. De pronto, veo al viejo fumador: camina con paso ligero por la mitad de la calle. Lo rodea una aureola de luz. El sol ilumina los mechones canosos de su pelo desordenado. Su paso no solo es ligero, sino también firme; no solo ligero y firme, sino también elegante; firme, ligero y elegante: expresa un deseo, un anhelo. Parece que camina al ritmo de un viejo son, una cumbia, un bolero, un tango o uno de esos requiebros manabitas: de pronto espero que se detenga y ensaye un paso de baile. Lleva una funda en una mano. El cigarrillo le cuelga de la boca al mejor estilo de Humphrey Bogart y deja atrás una invisible espiral de humo. ¿Habrá visto alguna de sus películas? Mira hacia el centro de la ciudad y (puede que sea mi imaginación) sus ojos brillan. ¿Recuerda otra caminata? Sí, tal vez sí: una que viene del pasado, insistente, que se ha vuelto perfecta, y que lo llevaba al cálido cuerpo de un amor. Camina por ese sueño, sin melancolía.
18:00 Hay días en que es mejor callar.
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