Viernes Santo, 10 de abril de 2020
21:00. El reguetón provoca daño cerebral. Horas de bajos continuos, más fuertes que una orquesta formada solo por bombos y timbales, han creado un agujero negro en mi cerebro por el que han huido, igual que una bandada de aves enloquecidas, todas las ideas. Un agujero grande, tan grande que también arrastra la memoria y el olvido. Recuerdo como si hubiese sucedido hace lustros la imagen de lo ocurrido horas atrás: los hombres en la piscina, las botellas de licor y el parlante del tamaño de un auto a escasos dos metros. ¿Conversaban? Reguetón y conversación son tan lejanos como los dos polos, o como Marte y la Tierra. Probablemente rumiaban en secreto sus reguetoneros pensamientos en medio de una ruidosa soledad en compañía. El azar de la desmemoria deja en el recuerdo una de mis lecturas, la novela corta y asombrosa Una soledad demasiado ruidosa, del escritor checo Bohumil Hrabal. Es una pena, pero no está disponible en formato digital. Yo sé que los amantes del libro de papel me van a odiar, pero igual es una pena. ¿Hacia dónde iba? Ya recuerdo, quería proponer a un neurólogo —al que me hizo un tomografía y me enseñó unos diminutos agujeros negros en mi cerebro y, ante mi terror, me informó que se trataba de un deterioro «normal para mi edad»—, que investigue sobre daño cerebral y reguetón. Hablaré con el cumpleañero, el rey del reguetón (ver Diario XIV) para ver si está dispuesto a participar en el estudio. Se lo puede someter a setenta dos horas seguidas de la música que ama para saber si su IQ desciende unos puntos adicionales. Puede ser un aporte a los estudios sobre música y salud mental.
Algo indefinible sobrevive al agujero negro de este día. Es algo que solo descubro a la noche cuando Eduardo Baraona envía la foto de un plato de fanesca preparada en Bahía con entrega a domicilio. ¡Qué egoísta es Eduardo! ¡Hubiera avisado! (0tra expresión quitensis). La foto tiene la virtud mágica de cerrar el agujero negro del olvido. Los sabores, el aroma, la textura, los colores, las formas vienen plétoras. Es más que eso, mucho más. Son rostros que fueron amados, lejanos, manos generosas, el trajín de la cocina, la paciente preparación de los granos, el inicio de la cocción: todo a su tiempo, todo en el momento justo. El apuro, la falta de detalle puede provocar una catástrofe. Paralelamente los adornos: la empanaditas, el huevo duro, el ají, las hojas de perejil, el bacalao.
―Es que mamita preparaba así.
―Es que…
―Es que en la casa de… ponían arroz y lenteja.
―¡Qué barbaridad!
El molo era así o asá, los granos se pelaban o se los echaba a la olla con hollejo… Hay tantas recetas como familias; tantas recetas como las generaciones de mujeres que dominaban la cocina y en la cual los aprendices de cocineros deambulaban sin saber mucho qué hacer. Hay tiempo para dar un vistazo de toda la tradición gastronómica de las recetas de la fanesca de cada familia.
Luego la mesa de mantel largo, si es posible bordado, vajilla de las grandes ocasiones, también los cubiertos y las copas. Por cierto, el vino. Es el almuerzo más importante del año. No solo está la familia: fanesca que se respete debe compartirse con los amigos. Todos a la mesa, y a comer. Luego vendrá el fuerte, para que no patee, y alguna anécdota sobre algún comensal que terminó con cólico miserere.
Es una celebración paradójica: los cristianos en su acepción más amplia, que incluye a los católicos, se preparan para conmemorar la crucifixión y muerte de Jesús. Un acontecimiento fundacional de Occidente. Es una conmemoración luctuosa. Sin embargo, es también la glorificación de la comida, un libertinaje de sabores, aromas, texturas y colores. Un canto a la vida, celebración a la tierra que nos obsequia con granos tiernos, frescos, suaves de la primera cosecha. Es el regalo que recibimos de la primavera andina, del equinoccio de marzo. De allí la obligación y a la vez el deseo de compartir. Hay algo de pantagruélico en la repetición de los platos. Es una reafirmación. ¡Uno es ninguno! Se dice cuando hablamos de fanesca.
La enorme sabiduría de Bolívar Echeverría, que escribió tanto y tan lúcidamente sobre el barroco, olvidó la mayor expresión del barroco andino: la fanesca. El más intenso e íntimo momento del sincretismo ¡Muerte y vida en la misma mesa! Conmemoración y celebración en que se cruza el tiempo de Occidente con el tiempo de los Andes.
El agujero negro de mi cerebro reguetoneado se activa y me devora. Desaparezco.
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