
Miércoles 22 de abril de 2020
09:00 El calendario mental no es el mismo que se despliega en la pantalla. Ayer fue martes 22 de abril, de eso estaba seguro. Error: era martes 21. Hoy que tomo estas notas es miércoles 22. En un tiempo inmemorial regalé a mis nietos un libro infantil titulado Un día se ha perdido, de María de los Ángeles Boada. No sé si lo leí. Creo que sí pues no he olvidado que fue el lunes el día que se perdió. ¿He perdido o he ganado un día? Cantaré con Sabina «Quién me ha robado el mes de abril». ¿Importa? Para nada.
09:30. Tengo un feroz chuchaqui, resaca o guayabo. No es resultado de una noche de tragos o sí, es del trago amargo de una realidad amenazante que me toca como individuo y como miembro de una colectividad atenazada por diversos miedos, la sospecha, la incertidumbre. No es el efecto localizado de un sismo, de una inundación, de una guerra: tragedias que ocupan por unos días los titulares de los medios de comunicación y que nos afectarán de acuerdo con la cercanía del lugar y de las víctimas. Lo que vivimos es distinto, es algo que está aquí en casa, en la calle, en el barrio, en la ciudad y así, en círculos cada vez más amplios en que nos hallamos todos.
Bebo una cerveza para asentar la resaca no alcohólica. La pregunta más engorrosa es si la dolarización sobrevivirá a la mezcla de los efectos del Covid 19 y de la crisis económica, agudizada hasta el extremo por la caída de los precios del petróleo. Es la pregunta del millón. No hay respuesta y no creo que el gobierno tenga una. Sin embargo, la falta de respuesta es la mejor respuesta. Quienes tienen poder e información privilegiada deben estar ya en la jugada y así como se manejan escenarios para la salida del confinamiento, para «desescalar» como lo llaman los españoles, deben estar trabajando los escenarios de una posible salida a la dolarización. Las élites económicas y políticas del país andino, tropical y ex petrolero son aves carroñeras, no solo abyectos depredadores por excelencia. Nunca pierden. No me llamaría la atención que a la par de esa explosión de paternalismo y solidaridad que, (junto a los politicastros en busca de votos y de hacerse de una imagen) hayan asegurado los potenciales beneficios de una «desdolarización» o tengan alternativas para minimizar sus pérdidas. ¡Todo es posible en el país de Manuelito! Y la historia nos enseña que siempre es posible estar peor.
11:00. ¡Qué manera de arruinarme la mañana! Enfrascarme en preguntas para las cuales no tengo respuesta, y si las tuviera tampoco serviría de nada. Debo repetirme que soy persona vulnerable: esta categoría que tiene varias lecturas: a) Si me contagio y tengo que ir a un hospital público (lo cual es imposible en esta ciudad que mira al mar), ocuparé una inexistente UCI que estaría mejor utilizada por alguna persona más joven con posibilidades de sobrevivir; por tanto, es mejor que no se me ocurra correr ningún riesgo. Mi vulnerabilidad afecta a los menos vulnerables. b) La vulnerabilidad obliga al Estado a protegerme y la manera más fácil es confinarme. Nos han convertido en menores de edad como en su momento lo hicieron con los locos. No es necesario llevarnos a un viejocomio sino prohibirnos salir de casa. En cuanto la curva de contagios y muertes descienda, todos tendrán derecho a salir. Los de mi edad deberemos prolongar el confinamiento. Es un cálculo de costo beneficio. Si me enfermo, utilizo recursos que podrían tener una utilidad marginal mayor si se los invierte en preservar la vida de alguien más joven. Es el argumento de los economistas de la salud. c) La vacuna no cambiará la situación. A la misma accederán, en primer lugar, los que puedan pagarla y, en segundo lugar, aquellos que por su edad y por su condición física harán un uso más prolongado de sus ventajas. d) Tampoco nos beneficiaremos de la «inmunización del rebaño» porque somos los que tenemos todas las probabilidades de perecer.
El Covid 19 más la crisis económica nos convirtieron a los de la tercera edad en un par de semanas, en población no solo excedentaria, sino y, ante todo: prescindible. Una categoría que no alcanza el estatuto de lo marginal. Si esta sociedad no fuera tan hipócrita como es, podríamos comenzar a discutir temas como eutanasia y muerte digna. Pero si se condena a prisión a una mujer que aborta a pesar de que el embarazo es resultado de una violación, no esperemos tener un debate franco sobre las condiciones en que uno finalmente se puede elegir el momento de morir. Revisar: Libertad fatal de Thomas Szasz. ¡Aún lo tengo o lo regalé?
Dicho esto, me siento más tranquilo. Con barbijo, guantes, sombrero, gafas protectoras, ropa especial y botas de montaña, saldré a comprar alguna tontería y aprovecharé para mirar las aguas del estuario, las fragatas, los pelícanos y las gaviotas; también a los pescadores. Espero no toparme con algún politicastro que se saque un selfi conmigo y lo difunda en las redes como testimonio de su compromiso con los prescindibles.
12:10. El viejo fumador ha leído mis pensamientos. Luego de días de ausencia camina hacia la esquina. Se detiene y con la actitud de un viejo capitán de barco que ha visto todo lo que podía ver, que ya nada espera, pues todos los puertos son iguales y todos los viajes son el mismo viaje, enciende un cigarrillo y lo fuma como si fuera el último. Aplasta la colilla en el piso y regresa taciturno al puente de su avejentado navío.
17:00 Una frase de George Bataille viene a mi mente: «El resto es ironía, larga espera de la muerte». Son palabras que leí luego de un momento de intensa felicidad y que se mantienen en el claro oscuro del pasado; aves nocturnas que de pronto se posan y nos recuerdan las promesas de amor que nunca hicimos o que las quebrantamos.
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