
Lunes, 4 de mayo de 2020
10:00. Hoy es lunes y parece domingo. Un lunes en que, en los hechos, la cuarentena ha concluido. Como un dique que tiene un agujero por el que se escapa el agua; el flujo, pequeño al comienzo, crece y, es cuestión de tiempo, el dique cede. En un par de días regresaremos a una sospechosa normalidad.
Como en los antiguos tiempos de los diarios impresos, leo las columnas de opinión publicadas la semana pasada, esta vez en la compu. ¡Asombro! Algunos columnistas escriben sobre el incidente mediático entre el periodista de CNN Del Rincón y Roldán, Secretario de la Presidencia. Un poco más de tinta y Del Rincón pasa a ser una amenaza para nuestra existencia nacional. Es curioso, pues a la vez se guardó un discreto silencio frente a las desacertadas y vergonzosas declaraciones del embajador de Ecuador en España para explicar la situación de Guayaquil. Percibo que en los argumentos de los columnistas que trataron el tema se despliega el nacionalismo narcisista herido. Alguno pide un reclamo formal del Gobierno Nacional a CNN. No había visto la entrevista y los comentarios me impulsaron a hacerlo.
Roldán solicitó ir a la arena para traer consigo las dos orejas y el rabo, y poner en alto el honor nacional y del Gobierno. Del Rincón, que domina esa plaza, lo esperó con capote, banderillas, muleta y espada, y la tarde fue suya. El toro que lidió era un toro afeitado. Recordó que el presidente Moreno se había negado a ser entrevistado y se llegó al punto inevitable: Guayaquil. Vino el cruce de palabras. Del Rincón exhibió un desagradable periodismo justiciero. ¿Exculpa eso a Roldán y al gobierno de las responsabilidades políticas de lo acontecido? Para nada, y sostenerlo no implica que se apoyen las demenciales apuestas correístas.
Roldán y el Gobierno de Moreno serán juzgados no por lidiar con Del Rincón sino por lo que sucedió en Guayaquil y no solo allí, también en la provincia de Santa Elena donde los muertos siguen sin contabilizarse; por los cadáveres perdidos; por la corruptela en el IESS y por un largo etc.
Mas allá de la tarde de feria en que se convirtió la entrevista, hay hechos que no se pueden desconocer: la querida ciudad de Guayaquil se ha convertido en la cruel imagen de los efectos de la pandemia. Guayaquil y Covid-19 están en la orden del día e indisolublemente unidos en el drama planetario. La lista de videos, artículos, etc., sobre el caso de Guayaquil son innumerables y están disponibles al golpe de un clic. Deberemos vivir con esa imagen por muchos años y trabajar duro para revertirla y sacar de allí las lecciones necesarias para crear un país que se respete a sí mismo y que sea respetado. ¿Podremos asumir la tarea en un mundo radicalmente distinto al que conocíamos hace un par de meses? Lo dudo.
Guayaquil ha sido fuente de una poderosa literatura, casi siempre desplazándose en la trágica y vacilante cuerda de los funambulistas. Dos novelas haces de soporte a la cuerda del tiempo literario: Las cruces sobre el agua de Joaquín Gallegos Lara, publicada en 1946, y El libro flotante de Leonardo Valencia, publicada en 2006. La primera es parte de la épica de las luchas sociales en Ecuador: realismo puro y duro. La segunda es una prolija y poética mirada de la ciudad a la que el mar sumergió. Es la infructuosa búsqueda del pasado. Sesenta años entre una y otra novela, con muchos hitos intermedios de autores como Velasco Mackenzie y Donoso Pareja, entre otros. Hoy, la ciudad vive un nuevo tiempo literario con el surgimiento de un grupo destacado de escritoras. También es la ciudad en que se ambientó, probablemente, la mejor película ecuatoriana: Ratas, ratones y rateros de Sebastián Cordero. También es la cuna de una pintora de la talla de Aracelly Gilbert. Guayaquil no necesita defensores del tipo Roldán.
11:35. Me amargué innecesariamente la mañana, he perdido el tiempo y me ha comenzado a doler la cabeza. Jaque-Mate, que siente la mala vibra, maúlla para que le abra la puerta. Parsimoniosa, sale al balcón y se recuesta en un sitio al que llega la leve brisa del mar.
Hubiese deseado reflexionar sobre el Diario del año de la peste (1722) de Daniel Defoe. Lo conseguí en Kindle a un precio razonable. Me atrapó. Ha sido fascinante descubrir que las medidas para luchar contra la peste hace aproximadamente tres siglos, no difieren significativamente de las que se han adoptado frente al Covid-19. Tampoco se ha modificado significativamente las conductas de hombres y mujeres. El entono ha cambiado. Científicos y médicos hoy tienen la palabra en la explicación de sus causas. Ya no es la ira de Dios, ni la conjunción de planetas, ni la presencia de cometas. Clérigos, astrólogos y videntes han sido desplazados del escenario. También circulaban teorías de la conspiración como ahora. El mundo virtual en que nos movemos y nos comunicamos marca la distancia abismal entre los siglos: entre estar en una casa «clausurada» en el Londres del siglo XVIII y la cuarentena actual, aquí o en cualquier otro lugar. Un smartphone hace la diferencia.
15:00. Preparé un almuerzo monacal. Después de esta experiencia podría optar por la vida de monje ermitaño.
18:00 Salgo al balcón. El viejo fumador viene por la calle que da al malecón. El toque de queda no existe para él. El sol enrojecido brilla a sus espaldas. Fuma y camina titubeante. Tal vez ha bebido. Quizá está poseído por el espíritu del capitán de El piquero, el carguero que hacía el cabotaje entre las islas en Galápagos, que debía estar muy borracho para enfrentar la arriesgada maniobra de atracar en Isabela. Me imagino que el viejo fumador bebió unos tragos: es de temerarios navegar por las calles en estos días. «La vida es oficio peligroso», decía el gran João Guimarães Rosa.
23:15. Concluyó la cuarentena y marchamos a la «nueva normalidad» sin timonel, sin timón, sin brújula y sin hoja de ruta. Agradezco estas páginas en que deposité mis miedos, también mis desesperanzadas esperanzas; mis pesadillas; la gratificante presencia de personas queridas y extrañadas con quienes he caminado largos trechos de la vida; que hicieron la soledad liviana, los prolongados silencios tolerables, así como la agresión acústica del imperdonable Rey del Reguetón. ¡En fin! Cierro este diario.
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