
I.
Es verano: días largos, anochece tarde. Retomo la lectura de Estallido. La rebelión de Octubre en Ecuador, el libro de Iza, L.; Tapia, A; y Madrid, A. Me he impuesto la tarea de leerlo a la par de la aventura mexicana. ¡Lo que dure! Abro el libro y doy con un poema liminar:
¡La insurrección ha despertado!
Estallan las voces
entre música de tambores y caucho quemado.
Eco del realismo socialista remozado con el humo tóxico de las llantas que ardieron en Quito, en las ciudades y carreteras andinas.
En los libros escritos a tres manos (a seis para ser precisos), es muy difícil saber cuáles son los aportes de cada autor y, por democrático que sea el ejercicio, alguno fue quien asumió la responsabilidad de la síntesis y de la redacción final y con ello “interpretó” el sentir y las ideas de los otros. Incluso en el entendido de que el acuerdo fuera total en cada uno de los planteamientos, queda siempre la duda de quién fue el autor del punto final. No insistiré en este asunto, aunque no dejo de percibir el marcado y tedioso carácter de tesis de posgrado que tiene el libro. Será una tarea de la hermenéutica determinar quién escribió qué en el caso de que Estallido se convierta en el Libro rojo de la revolución andina y ecuatoriana o en el Manifiesto del comunismo indoamericano. No hay que olvidar que el libro no solo es evaluación y análisis de lo acontecido en Octubre/2019, sino ante todo un programa de acción futuro de las fuerzas insurreccionales anticapitalistas forjado al calor de las hogueras y los enfrentamientos de aquel mes. Allí radica su importancia para entender Junio/22. No es un tema menor.
La primera parte, que lleva por título Inminencia, es un análisis que apunta a explicar las causas subyacentes de Octubre/19. Lo más relevante: las luchas y conflictos sociales más disímiles de los últimos 20 años, así como la pobreza, el empleo precario, las reiteradas crisis económicas, el fracaso de neokeynesianos extractivistas (Correa) y neoliberales, los “mellizos rivales”, y la crisis de legitimidad del sistema político. El estallido se estaba incubando en cada conflicto, en cada lucha, en un descontento social generalizado de los más diversos grupos: los jóvenes urbanos sin empleo y sin perspectivas, los antimineros y ecologistas, el movimiento de las mujeres a lo largo y ancho del país, etc. En fin todo confluye en Octubre/19. Sin embargo, es muy difícil, sin verse forzado al malabarismo intelectual, encontrar una relación orgánica entre las demandas y planteamientos de los heterogéneos movimientos de base y las demandas de corte totalmente economicistas de la Conaie en aquel octubre. El análisis de Iza, L; Tapia, A; y Madrid, A. no deja de tener un marcado carácter teleológico.
Sin embargo, nada de esto hubiese sucedido sin la presencia de lo que los autores llaman el Factor X, el Decreto N° 883, que como punto central eliminaba el subsidio a los combustibles (que de acuerdo a muchos estudios beneficia preferentemente a sectores de ingresos medios y altos). Fue la “chispa que encendió la pradera”, en el caro lenguaje de los autores. En sus palabras, “el estallido octubre no se desprende únicamente del Decreto […], sino de una cadena de acontecimientos que advierten de la inviabilidad del capitalismo” (pág. 77).
La crisis de legitimidad del sistema político es otra de las explicaciones de Octubre/19. No solo es crisis de los partidos o de las instituciones democráticas, como el voto, sino que “estamos al borde de una crisis orgánica capitalista”. Octubre/19, “devastó la degradada legitimidad gubernamental y hegemonía burguesa” (pág. 83).
De acuerdo con Estallido, la insurrección anticapitalista de Octubre es el primer y exitoso enfrentamiento con el “poder-realmente-existente”: burguesía en su conjunto, sistema político y de gobierno, partidos políticos de todos los colores, incluyendo a la izquierda institucional, los medios —por supuesto— y su función de legitimación de la dominación, y toda institución y grupo social por fuera del “pueblo ultrajado”.
¿Fue nacional el estallido de Octubre/19? ¿Fue un movimiento regional de Sierra y Amazonía que afectó a buena parte del país pero que no tuvo un apoyo activo en la Costa rural ni en la urbana? ¿Su valor simbólico radicó en la toma y devastación de Quito? Reconozco que las preguntas pueden ser irrelevantes y que su repuesta implica una investigación exhaustiva. Lo cierto es que Octubre/19 desde la perspectiva de Iza, Tapia y Madrid abrió un período insurreccional anticapitalista en Ecuador cuya continuación fue Junio/22.
Una última observación antes de apagar la luz y dormir: El capítulo cierra con una referencia a Jorge Luis Borges, parafrasea una supuesta afirmación suya: “La realidad superó a la ficción”. Me sorprende y me gustaría conocer la fuente. De lo que he leído en Borges y sobre Borges la realidad es una construcción ficticia y nosotros no somos lo que creemos ser. La realidad misma es puesta en duda, incluso su propia existencia como escritor. En una entrevista con El País, de España, sobre un enredo literario provocado por un artículo titulado Borges no existe, el afirmó: “no estoy seguro de existir”. Así lo relata Juan Forn en un artículo publicado en Página 12 (26-03-2010).
Hasta el siguiente capítulo.
¿Aún nos hablan sus dioses o callaron para siempre? Tal vez lo hacen pero dejamos de entender su lenguaje y sus mensajes se difuminan como volutas del humo en el aire viciado. Tal vez ríen a carcajadas contemplando la tragicomedia humana.
II.
Es un día soleado. El Museo del Templo Mayor es el objetivo de este día. Me acompaña Paulina, mi hermana. En anteriores viajes tuve el propósito de visitarlo, pero algo sucedía que lo frustraba. Y así pasó el tiempo. Hoy llegó el momento. Ubicado a un costado del Zócalo y de la catedral, el Templo Mayor fue el corazón de la inigualable Tenochtitlán y mudo testigo de su caída y posterior destrucción en manos de los castellanos y sus aliados.
En la explanada del templo, Pedro de Alvarado, que había quedado a cargo de la ciudad mientras Cortés marchaba apuradamente hacia la Villa Rica de la Vera Cruz para enfrentar la expedición dirigida por Pánfilo de Narváez, ordenó la matanza de los celebrantes de la fiesta de Huitzilopochtli. Si la matanza de Cholula despejó el camino hacia Tenochtitlán, la del Templo Mayor fue la gota que desencadenó la resistencia de los mexicanos contra los castellanos y concluyó en la derrota y muerte de muchos de ellos, en lo que hasta hace poco se llamó la Noche Triste, la de la derrota, que en un proceso de revisión histórica se ha renombrado como Noche Victoriosa. Nada impidió que meses después Tenochtitlán cayera definitivamente y fuera destruida.
Contemplo la maqueta que representa el templo en todo su esplendor. La imaginación me lleva inevitablemente a mi novela Un día cualquiera. Uno de mis personajes, Francisco Arcos, estuvo allí, fue testigo y actor de esos acontecimientos. Solo la ficción podía recrear esa realidad fantasmal construida con fragmentos que están allí cargados con el silencio de siglos, hieráticos.
Literatura e historia son próximas y a la vez, lejanas. Ambos son relatos, pero tienen fines distintos: la historia apunta a la interpretación plausible de un hecho histórico, libre de ser discutido e investigado nuevamente. En tensión con los hechos, la ficción tiene como primera condición el de reinventar la realidad, no ceder ni a sus presiones ni a su lógica. La historia, en tanto disciplina avanza sobre reinterpretaciones de acontecimientos y hechos. La literatura puede basarse en un hecho histórico pero no intenta demostrar nada que no sea su propia “verdad”, sino establecer un pacto de verosimilitud con el lector: no interpreta, sino que crea un mundo. No busca una mejor comprensión de la realidad sino que puede jugar a confrontarla, a desvanecerla, a iluminarla con la “luz lateral” de Pablo Palacio. En Guerra y paz Tolstoi creó la más extraordinaria historia de la invasión napoleónica a Rusia. Los hechos y circunstancias en que viven los personajes son tan reales que no importa si acontecieron de esa u otra forma, si se ajusta o no a las historias oficiales sobre las guerras napoleónicas que no han sobrevivido a Guerra y paz.
Siglos después, la evidencia de la grandeza de Tenochtitlán, de la complejidad de su panteón y de sus culturas, me abruma. Trato de mirar con los ojos del joven judío converso (que ha huido de Sevilla para escapar del Santo Oficio en la segunda década del siglo XVI) la magnificencia de una ciudad desconocida, insospechada y que rebasa la más poderosa de las imaginaciones y no solo eso, sino que es expresión de la total extrañeza de una cultura sobre la que él, Francisco y los que lo acompañan carecen de los códigos elementales para entenderla. Los monolitos de Tlaltecuhtli y Coyolxauhqui, las estatuillas de Tlaloc me dejan absorto y desatan en mi corazón la sensación de total desconcierto que también vivió el joven protagonista de mi novela.
Salimos del Museo. Es tarde y hace calor. El Zócalo y los alrededores bullen. Por los sinuosos, accidentados e impredecibles vericuetos de la historia, la aparentemente congelada experiencia del Museo late en medio esta ciudad cuyo centro sigue siendo el Templo Mayor. ¿Aún nos hablan sus dioses o callaron para siempre? Tal vez lo hacen pero dejamos de entender su lenguaje y sus mensajes se difuminan como volutas del humo en el aire viciado. Tal vez ríen a carcajadas contemplando la tragicomedia humana.
Caminamos rumbo a la avenida 5 de Mayo. Vale la pena tomar una cerveza en el clásico bar y restaurante La Ópera, allí, según la leyenda urbana, Pancho Villa disparó contra el techo. ¡México! ¡México!
Dejamos La Ópera el atardecer. El cielo luce unos listones anaranjados que el viento arrastra. Las predicciones de lluvia no se cumplieron. El libro Estallido me espera en casa.
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