
I.
La segunda sección del libro de Leonidas Iza, et al, lleva por título Estremecimiento. Voluntad, dificultad y antagonismo. Es un pormenorizado recuento, de los acontecimiento en cuatro momentos de la insurrección desde el inicio hasta que, con “fogatas encendidas”, el movimiento concluyó horas después de que se firmara un acuerdo, económico en lo sustantivo, con el gobierno de Moreno. Es una especie de Parte de guerra que sintetiza información sobre los caídos (muertos y heridos), detenidos, vías cerradas, edificios públicos tomados, incendiados y destruidos, al igual que puestos policiales y sus vehículos, soldados y policías retenidos por los insurrectos, etc., así como el papel desempeñado por diversos actores políticos y sociales en los días en que ardió una parte del país.
Los acontecimientos se desarrollaron principalmente en la Sierra y en la Amazonía; los episodios violentos se vivieron en algunas ciudades (Ambato y Cuenca), pero se centraron en Quito que fue, sin duda, una caja de resonancia nacional e internacional de la insurrección, dado el simbolismo político que tiene la ciudad. Es innegable que aquella impactó en todo el país, más allá de que en la Costa el apoyo fuera marginal y esporádico. De los pocos datos sobre lo que aconteció en Guayaquil, se señala que apenas un 16% de entrevistados por la empresa Clima social, apoyó el paro (Pág. 195).
He preferido usar la palabra insurrección antes que estallido. La primera encaja plenamente con el punto de vista de los autores, en tanto que la segunda tiene una connotación de un acto improvisado. Si bien Octubre tuvo mucho de espontáneo, lo cierto es que se inscribió en la estrategia insurreccional anticapitalista que lideró la principal organización: la CONAIE.
¿Por qué un movimiento insurreccional de esa dimensión, el “más grande en la historia reciente de Ecuador” (Pág. 114) y de esa intensidad, de pronto culminó con un acuerdo limitado y básicamente vinculado a le eliminación del Decreto Nº 883, el factor X, que operó como un desencadenante del conflicto? ¿No es acaso un desenlace que está por debajo de las expectativas de un movimiento de la magnitud señalada? ¿Fue su alcance tan sorpresivo para los dirigentes e intelectuales orgánicos de la insurrección que finalmente no supieron qué camino seguir y qué hacer con el poder acumulado en aquellos días? ¿Las llamas que incendiaron la pradera no fueron suficientes para incinerar a la decadente burguesía y sus representantes políticos? Hay algo de incongruente tanto en los hechos como en su análisis. La derogatoria del Decreto Nº 883 marcó el fin de esta etapa del movimiento: “Celebramos, bailamos, cantamos, nos abrazamos, lloramos, nos agradecimos.” (Pág. 125). Tal vez esto no es lo más significativo, me refiero a los resultados tangibles de la insurrección, sino a las tendencias y cambios que ocurrieron en el país y especialmente en el interior del movimiento indígena.
La insurrección anticapitalista de Octubre/19 puso al gobierno de Moreno contra las cuerdas, evidenció los límites del sistema político (incluida la izquierda institucional), neutralizó a la Policía y Fuerzas Armadas, provocó enormes pérdidas económicas a empresarios grandes, medianos y pequeños; a través de las redes sociales y medios de comunicación alternativos, creó un relato distinto al de “las corporaciones de comunicación”. Sin embargo, lo más importante por sus complejas consecuencias futuras, fue el desplazamiento en el interior del movimiento indígena de las tendencias democratizadoras (desde mi punto de vista, las que impulsaron los mayores cambios en la vida política y social del Ecuador en toda la vida republicana) por una línea insurreccional anticapitalista. El brazo político del movimiento indígena, Pachakutik y sus líderes, que habían cobrado protagonismo en el marco de la institucionalidad democrática, fueron duramente criticados durante los días de la insurrección.
Como contrapartida, antiguos problemas de Ecuador, que se habían atenuado —no desaparecido— se hicieron nuevamente presentes. Por un lado, volvió con una fuerza inusitada un racismo renovado en las clases medias de las principales ciudades de los Andes y de la Costa; por otro, se exacerbaron las tensiones regionales, especialmente en Guayaquil, donde las voces autonómicas dominaron la escena y cobraron una fuerza inusitada y, por último, se inició un nuevo ciclo de inestabilidad política de los tantos que han caracterizado a Ecuador, de los que se ha beneficiado “el poder realmente existente” y de los que se beneficiarán los nuevos poderes “realmente existentes” como el narcotráfico.
Octubre concluyó, desde mi punto de vista y recurriendo a un autor, A. Gramsci, reiterativamente citado por los autores de Estallido, en un empate catastrófico: la insurrección no triunfó y el gobierno, en su extrema debilidad, al igual que el precario orden existente, sobrevivieron.
Los autores de Estallido tienen razón al concluir que, entre el humo de las llantas y de las barricadas, cambió significativamente el escenario político de Ecuador: lo más significativo es sin duda la ya señalada transformación radical del movimiento indígena. De allí la estrecha relación entre Octubre/19 y Junio/22, separados por el interregno de la pandemia.
Concluyo estas breves notas. Es tarde. La tercera parte del libro de Iza, Tapia y Madrid deberá esperar.
Octubre/19 concluyó en un empate catastrófico: la insurrección no triunfó y el gobierno, en su extrema debilidad, al igual que el precario orden existente, sobrevivieron
II.
Una nueva jornada. Decidí caminar por Donceles, la calle de las librerías de viejo. Antaño, hace muchos años iba eventualmente por allí a mirar colecciones de revistas y comprar uno que otro libro, especialmente aquellas ediciones de los clásicos de la editorial Aguilar, empastados en cuero e impresos en papel biblia. De aquellas adquisiciones solo guardo un volumen de las obras completas de Dostoievski, los otros, probablemente retornaron a alguna librería de viejos para estar en la grata compañía de sus contemporáneos. Las visitas a las librería de viejo de Donceles era un viaje de iniciados. Me cuesta reconocer la vieja calle. Tal vez es la misma y lo que ha envejecido es mi mirada, o tal vez se ha quedado grabada en una imagen del pasado. Los viejos edificios y casas están deteriorados. Han proliferado los almacenes donde venden cámaras de fotos, lentes, trípodes, aparatos de iluminación, nuevos y usados, cámaras de seguridad, equipos de grabación; también han florecido ópticas que ofrecen exámenes, lentes y molduras en un tiempo récord.
En esta visita Donceles tiene un significado adicional. Roberto Bolaño, el sudamericano que va camino a convertirse en un clásico de la literatura universal, y los poetas infrarrealistas eran habitúes de las librerías de Donceles. Entre aquellas destacaba una: Librería inframundo. Era una más de la ubicadas junto al viejo edificio Labancarte y Labastida, en Donceles 74 y franqueada por la librería Hermanos de la hoja y Librería Bibliofilia. Inframundo y Hermanos de la hoja cerraron poco antes de la pandemia y con ellos el inframundo de los libros olvidados. Quien atiende Bibiofilia me cuenta que las librerías estaban comunicadas entre sí por oscuros pasadizos a los que solo tenían acceso los iniciados y donde se guardaban las verdaderas joyas.
Le escribo una breve nota a Miguel Molina contándole sobre el fin de Librería inframundo. Recuerdo su texto sobre la famosa librería de viejo, La Canuda, en Barcelona, que cerró sus puertas en noviembre de 2013. Me responde con una lacónica frase: “Todo se ha convertido en leyenda”. Recuerdo una sentencia del estoico Marco Aurelio, el primer budista de occidente: “todo lo del cuerpo es un río, lo del alma, sueño y vapor; la vida, una guerra y un exilio, y la fama póstuma, olvido.” Con esa frase en mente me despido de Donceles. Hace calor. Decido ir por una cerveza al Café de Tacuba. Entrar allí es hacerlo a un tiempo congelado.
Reanudó mi caminata. Me dirijo hacia la calle Uruguay, a la cuadra de las tabaquerías, donde compraré puros artesanales fabricados en Veracruz. Encuentro una. Pido una caja de Prueba 25. El joven que atiende me mira sorprendido. —Ya no se produce”, —responde. —Los hacían los hermanos Petrelli, pero ya cerraron su negocio. Me ofrece puros cubanos. No los quiero. Camino en dirección a Bellas Artes. Me detengo y me pregunto ¿Qué busco? ¿Recuperar algo del pasado?
Lentamente regreso a casa. Nubes negras amenazantes se desplazan raudas oscureciendo las calles y cubriendo de sombras los edificios.
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