
I.
Esta jornada agrupa varios días. Estallido, el libro de Iza, L.; Tapia, A.; Madrid, A., deberá esperar. Leí la última parte, la tercera, titulada Influjo. Las dos primeras partes son historia, esta última es un plan de acción que nace al calor de las fogatas, las barricadas y de la lucha urbana que, sobre todo se desplegó en Quito en Octubre/19 y tuvo su reiteración potenciada en Junio/22. Considero que esta tercera parte debería ser de lectura obligada de todos los políticos, de cualquier tendencia, del presidente y sus ministros, Fuerzas Armadas y Policía; de los líderes indígenas, los que militan en Pachakutik y en la CONAIE, los que han llegado a ser alcaldes y prefectos; de politólogos de todas las tendencias, consultores, profesores y estudiantes de políticas públicas; de todo ciudadano interesado en comprender el trascendental cambio histórico del movimiento indígena que se evidenció en Octubre/19, y por cierto de los periodistas. El movimiento indígena fue en los años noventa la mayor fuerza democratizadora en la vida republicana de Ecuador. La reflexión sobre este acontecimiento es muy variada. Quienes quieran profundizar sobre el mismo pueden consultar entre otros libros, Indios: una reflexión sobre el levantamiento indígena de 1990, coordinado y editado por Diego Cornejo (1991) y El levantamiento indígena del lnti Raymi de 1990 (1992), escrito por Segundo Moreno, el reconocido historiador y Premio Eugenio Espejo y por José Figueroa.
Hoy por hoy, el movimiento indígena agrupado en CONAIE es, ante todo, la más poderosa fuerza insurreccional anticapitalista y antisistema. En toda América Latina, en diversos momentos históricos han existido movimientos insurreccionales que tomaron la forma de guerrillas rurales y urbanas. Lo que sucedió en Octubre fue también una ruptura con las experiencias insurreccionales conocidas. Regresaré sobre este tema para concluir con los comentarios al libro.
II.
Ciudad de México es la sede de una cultura rica y variada y no me refiero a la asombrosa e inmemorial arqueología que se puede observar en los museos o en visitas a los sitios monumentales como Teotihuacán, por citar un ejemplo y que en su mayoría forma parte de los circuitos turísticos. Me refiero a sus museos de arte.
El periplo que me tracé comienza con la visita al Museo Soumaya-Plaza Carso. Es iniciativa de la fundación Carlos Slim. El apellido es ampliamente conocido. El edificio es audaz y representa muy bien a la arquitectura mexicana contemporánea. Asemeja una nave interplanetaria suspendida o tal vez un gran cetáceo que surge de las profundidades y permanece por unos instantes en el aíre. Es obra del arquitecto mexicano Fernando Romero que trabajó con dos grandes: el ingeniero inglés Ove Nyquist Arup, y el arquitecto canadiense Frank Gehry. Una rampa como un caracol gigante permite recorrer las diversas salas. Sin embargo, hay algo que me desconcierta y me agobia. Las esculturas de todos los tamaños y materiales entre las que sobresale la obra de Rodin son tantas que la capacidad de atención y retención se colma rápidamente y se pierde interés en lo que allí se exhibe.
Ciudad de México es la sede de una cultura rica y variada y no me refiero a la asombrosa e inmemorial arqueología que se puede observar en los museos o en visitas a los sitios monumentales como Teotihuacán, por citar un ejemplo y que en su mayoría forma parte de los circuitos turísticos
El recorrido se convierte en la búsqueda a veces infructuosa, de lo que me interesa en medio de una dispendiosa, multifacética y abigarrada exposición. Llegó un momento en que me perdí al no encontrar un hilo conductor temático (una escuela de pintura, una época, un creador) y tuve la sensación de hallarme en un enorme almacén de anticuario, en el que había de todo un poco: cuadros de las más variadas escuelas y épocas, colecciones de monedas, instrumentos musicales, etc., etc. La recompensa postrera es encontrar un original múltiple (existen ocho, uno de los cuales se encuentra en el museo) de la Puerta del infierno de Rodin y Camile Claudel. Al salir, me detengo a mirar la magnífica construcción para lidiar con el mal sabor que me queda de la visita al Museo Soumaya.
Muy cerca se encuentra otro museo, el de la Fundación Jumex de arte contemporáneo. Presenta al multifacético Urs Fischer. La exposición se llama Lovers que contiene esculturas, pinturas, fotografías y objetos varios que ponen en jaque el concepto mismo de arte y que se hacen eco de las preguntas que se hace el visitante. También una instalación fascinante de gotas que simulan lluvia. Las esculturas de cera al igual que cualquier cirio arden lentamente. Una simula la famosa escultura de Miguel Ángel, La piedad, que representa un hombre con corbata en brazos de una mujer, Eugenio y Esthella. El fuego ya consumió el rostro de la mujer. En contraposición a la clásica escultura de mármol, la de Fischer es la expresión de la impermanencia, de la fragilidad de la evidencia física de la existencia. Cuando la exposición concluya, esa escultura de cera y las otras habrán desaparecido para convertirse en una masa informe sobre el reluciente piso. El visitante se encuentra en un contraste violento con las esculturas de cera, con Things, un enorme rinoceronte construido de brillante acero inoxidable, que como un poderoso imán tiene adherido a su cuerpo los desechos de objetos representativos de nuestra cultura centrada en el consumo. ¡Sorprendente! Para el lector interesado en este artista comparto el sitio Web del museo https://www.fundacionjumex.org/es/exposiciones/239-urs-fischer-lovers.
III.
Otro día. El propósito es visitar el museo Rufino Tamayo. Me acompaña Aidé Grijalva, con quien estudiamos la maestría a fines de los 70, reconocida historiadora, investigadora sobre temas migratorios y una gran conocedora de la cultura mexicana. Tamayo fue uno de los grandes pintores mexicanos del siglo XX. El edificio que alberga el museo, ubicado en el Bosque de Chapultepec, es en sí mismo una obra de arte y fue diseñado por los arquitectos mexicanos Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky que también diseñaron el edificio de El Colegio de México: vigas de concreto desnudo que parecen tan livianas que se las podría levantar con las manos. La llaman «arquitectura brutalista» precisamente por el uso de ese material. Es otra de las grandes muestras de la arquitectura mexicana.
El museo tiene una colección permanente de los premios de las bienales que convoca la Fundación Tamayo. Es una muestra interesante de calidades muy diversas. En la presente temporada se expone la obra de Ugo Rondinone (Suizo radicado en Nueva York) bajo el título Vocabulario de la soledad. Se trata de una instalación con números payasos en diversas posiciones corporales y actitudes. Los visitantes se sientan junto a las figuras bajo la atenta mirada de los guardias y recurren al inevitable selfi. Es una instalación que llama al juego, más allá de la tristeza de algunos rostros: se dice que no hay nada más triste que el rostro o la risa de un payaso.
Sin embargo, la recomendación de Aidé para visitar el museo Tamayo es la exposición de Julio Galán, titulada Un conejo partido a la mitad. Galán murió a los 47 años, en 2006. Yo no conocía su obra y desde el cuadro que abre la muestra me atrapó. El complejo tema de su identidad sexual, de la relación con su madre, de la irónica mirada del nacionalismo mexicano atraviesan la exhibición. En su originalidad siento la presencia, en algún plano secundario, de Warhol (vi la serie de Netflix, basada en su diario). Es a la vez una pintura desoladora, dolorosa, irónica y con una profunda capacidad para expresar el complejo mundo subjetivo y arquetípico del Galán. Si vas a México recomiendo visitar esa exposición y si no viajas y te interesa la obra de Galán dejo el enlace al sitio Web: (https://www.museotamayo.org/exposiciones-actuales). Hasta la siguiente jornada.
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