
Mis amigas Aidé y Guillermina me invitaron a escuchar el primer concierto de la temporada de la Orquesta Sinfónica de Minería, bajo la conducción de Carlos Miguel Prieto, en la Sala Netzahualcóyotl. La historia de esta sinfónica se remonta a fines del siglo XVIII. Bajo la batuta de Jorge Velazco, volvió a escena en los años setenta del siglo XX. Es una orquesta un tanto especial pues está integrada por los mejores músicos de las orquestas sinfónicas estatales y de otros países, invitados para participar en la Temporada de Verano. La invitación es un reconocimiento al talento musical.
El edificio de la Sala Netzahualcóyotl se camufla entre árboles. Desde el exterior nada nos dice de la sorpresa que guarda. Es una experiencia sobrecogedora ingresar a la sala. Los diversos espacios para el público rodean el escenario, la luz se refleja en la gigantesca lámpara y la madera crea un ambiente cálido. Está inspirada en el diseño de la Berliner Philarmoniker y en la acústica del Concertgebouw de Ámsterdam.
La sala está llena. Los músicos, bajo la dirección del primer violín, afinan sus instrumentos. Hay un ambiente de fiesta, vibrante, cargado de una sensación indescriptible. Es el reencuentro de la orquesta con su público, puesto que se trata de la primera presentación en vivo después de dos años de pandemia. Es también una celebración de la vida. Así nos lo hace saber Carlos Miguel Prieto cuando se dirige al público luego de la apoteósica ovación con la que se lo recibe. La emoción es tan fuerte que parece que toda la sala vibrara como una cuerda de violín. Es un evento irrepetible. Los recuerdos me ganan. Cuando estudiaba en México, en los setenta, iba de cuando en cuando a la Netzahualcóyotl, recién inaugurada en diciembre de 1976, en compañía de mi hijo y de Isabel, su madre.
Sáinz Villegas pide al público que cuando termine la ejecución no aplauda. Es un homenaje para las vidas que fueron cegadas por la pandemia
El concierto empieza con Iberia, de Claude Debussy. La interpretación se celebra con fervor. A continuación viene el Concierto de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo. Pablo Sáinz Villegas, en la guitarra, es el consagrado intérprete. Toma la palabra y explica el sentido profundo del diálogo de la guitarra con los otros instrumentos de la orquesta. Según él, el compositor interroga a Dios sobre el sentido de la existencia: el hijo de Joaquín Rodrigo no sobrevivió al nacimiento. Es una visión distinta de Aranjuez. Sáinz Villegas pide al público que cuando termine la ejecución no aplauda. Por un lado, es un homenaje para aquellos cuyas vidas fueron cegadas por la pandemia; por otro, quiere que la música permanezca resonando en el corazón de los asistentes, en el centro del silencio. Mientras los acordes de la guitarra llenan la sala, los recuerdos me ganan nuevamente: la primera vez que escuché este concierto fue en Santiago de Chile. A lo largo de los años he vuelto a sus notas una y otra vez. El concierto concluye, el silencio se impone en la sala.
La segunda parte está dedicada a la Sinfonía fantástica, de Berlioz. Yo permanezco en el diálogo de la guitarra y la orquesta. Floto con la música, navego en los recuerdos, agradezco a la vida: la magia existe. ¡Gracias a Aidé y Guillermina por este regalo!
Si vas a México y es verano, te recomiendo que una noche de viernes o un mediodía de sábado o domingo visites la Sala Netzahualcóyotl. Será una experiencia inolvidable y distinta de un viaje a este país. Luego puedes ir a algún restaurante en San Ángel y tomarte los tequilas que se te antojen.
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