
I.
Decidí viajar a México. Es la puerta para escapar del vacío que enfrento cada vez que concluyo una novela y la veo, definitivamente, enajenada de mí, como un objeto extraño en el que consta un nombre, que por una razón desconocida, me parece familiar. En eso, estallaron los acontecimientos de junio. Quise escribir mis reflexiones, pero se escribe y se habla tanto en esos momentos y circula información tan inabarcable en las redes que finalmente consideré que la tarea me sobrepasaba. Lo evidente fue la polarización de las opiniones y puntos de vista sobre lo que estaba aconteciendo. Finalmente, deseché las notas que tenía gracias en parte a la crítica radical de un par de amigos lectores con quienes las compartí.
El movimiento de junio concluyó por lo menos en su fase insurreccional. Lo que a mi juicio fue una sorpresa es que, luego del rechazo por parte de los involucrados y por distintas razones de varios mediadores —incluyendo Naciones Unidas—, finalmente fue la Iglesia católica, a través de la Conferencia Episcopal, la que logró sentar en la mesa a las partes y llegar a un acuerdo. Es un hecho paradójico. Un Estado laico y un movimiento que, como veremos, en palabras de sus ideólogos es insurreccional y anticapitalista, que enfrenta al “poder realmente existente”, acepten la mediación de la Iglesia que es parte de ese poder. En determinado momento llegué a pensar que la Iglesia católica era una institución en declive atrapada en situaciones inéditas, como las denuncias, juicios y sentencias por pedofilia en todos sus niveles, por los oscuros manejos financieros de la banca del Vaticano, la competencia por fieles y la creciente influencia de las corrientes cristianas fundamentalistas, etc. Sin embargo, allí está con suficiente capacidad y poder para sentar a las partes en la mesa de negociación. Tal vez fue posible porque a partir de la opción preferencial por los pobres a fines de los sesenta, la figura emblemática de Leonidas Proaño fue cercana al movimiento indígena, mucho más que la izquierda marxista, y también porque ha estado junto al poder desde tiempos inmemoriales. Tiene puerto asegurado en todas las playas.
¿Cómo entender lo que había sucedido en junio 2022? Decidí acudir al libro de Iza, Tapia y Madrid, Estallido. La rebelión de octubre en Ecuador (FCE, Quito, 2021). Es una forma vicaria de comprender junio de 2022 a la luz de octubre de 2019. Compré el libro, lo guardé en mi mochila y lo comencé a leer en el avión. Lo primero que hice fue darle una ojeada rápida. En la última página, un texto llamó mi atención. Es una consigna posterior a la rebelión de octubre y tiene una carga simbólica enorme pues es anuncio y advertencia, dice:
Gobierno empresarial,
Octubre volverá.
Gobierno criminal,
Octubre volverá.
El libro, a más de sacar lecciones de lo acontecido en octubre de 2019, tiene como objetivo contrarrestar la visión construida por las “plumas del poder”. Octubre —y la interpretación que hacen Iza, Tapia y Madrid— es no solo el intento de construir un programa político de confrontación con el poder realmente existente (Gobierno-Estado, sistema político, medios, grupos empresariales, partidos políticos tanto de la derecha neoliberal como de la estatista neokeynesiana, de la izquierda institucional) a partir de la primera experiencia insurreccional anticapitalista pues, para los autores, Octubre significó eso. También es una disputa intelectual, cultural e ideológica sobre el sentido de la historia. Para Iza et al., aquel mes fue ruptura, rebelión, estallido y, a la vez, el inicio de un nuevo camino revolucionario. El libro es a la vez manifiesto, evaluación de un acontecimiento político trascendental, una insurrección y un programa de acción. Concluyo nuevamente: para comprender junio de 2022, es preciso entender octubre de 2019 y para eso hay que leer Estallido.
Aterrizamos. Es medianoche. Guardo el libro. Tengo preguntas que por hoy esperarán; debo encarar los tediosos trámites de migración. Me equivoco, es sorprendente la velocidad con que todo sucede. Solo me piden el pasaporte con la respectiva visa, no así el certificado de vacuna. Todo fluye. Estoy en México. Cambio unos dólares, compro una tarjeta para el teléfono y el boleto para el taxi. El taxi circula a buena velocidad en dirección a Lomas de Chapultepec por avenidas semivacías, por lugares inhóspitos de cualquier ciudad populosa del mundo, hasta ingresar a Paseo de la Reforma.
El movimiento de junio concluyó por lo menos en su fase insurreccional. Lo que a mi juicio fue una sorpresa es que, luego del rechazo por parte de los involucrados y por distintas razones de varios mediadores, finalmente fue la Iglesia católica, a través de la Conferencia Episcopal, la que logró sentar en la mesa a las partes y llegar a un acuerdo. Es un hecho paradójico
II.
Viví en Ciudad de México entre 1976 y 1979 mientras estudiaba mi maestría. De diversas formas México te marca: o te cautiva o lo odias; te dejas atrapar o huyes. No hay término medio. México y Bajo el volcán, la novela inolvidable de Malcolm Lowry, se entrecruzan en mi memoria. A mí me atrapó aunque decidí regresar a Ecuador. Viajé varias veces a México, la última fue en 2013 a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Catorce años. ¡Mucho tiempo! Todos los viajes estuvieron ligados a actividades profesionales. Hoy es distinto. Es un viaje a la memoria, que se ha convertido más en un juego de invención de recuerdos que recuerdos propiamente dichos, aunque la línea que los separa es tenue, al punto que se confunden. ¿Cuál es la realidad de los recuerdos? ¿Cuál es la verdad de la memoria?
La mexicana fue una época intensa. Uno de los momentos inolvidables fue la Navidad que pasamos con Mario Vásconez, el Pollo Corral y Hernán Burbano, en la Sierra Norte de Puebla. Mario Vásconez, en sus crónicas de viajes que se publicaron póstumamente bajo el título Tenga la bondad, relata esa extraordinaria e irrepetible aventura: lo hace con maestría y humor.
Hoy es un retorno en sentido estricto: el único deseo es reencontrarme con los viejos amigos, con aquellos lugares de la ciudad y del país que tienen un especial significado y, si es posible, conocer algo. Me alojo en Lomas de Chapultepec. En los años que viví aquí nunca caminé por Lomas a pesar de que siempre llamó mi atención, hoy lo hago por sus calles apacibles, cubiertas de árboles frondosos: ficus, casuarinas, ahuehuetes, jacarandás, plátanos, molles, también cholanes, en fin. Por allí algún maguey, también las adormideras o guanto que abundan en las serranías de Ecuador. Los rayos de sol atraviesan el frondoso follaje e iluminan el pasto, los cuidados setos y las cañadas que atraviesan Lomas. Todo parece recién trabajado, fresco, lozano, con matices de verde que contrastan con el follaje de los árboles: es un tiempo congelado.
Los únicos habitantes de aquellas calles son guardias de seguridad y policías, en sus grandes autos pintados de verde y blanco: vigilan, aunque nada podría suceder en aquellas calles tranquilas con nombres de montañas: Cotopaxi, Sierra Tarahumara, Montes Apalaches. También jardineros que se afanan en dar el último toque a un seto o dejar impecables las flores que rodean un árbol. Unos pocos vecinos o su personal de servicio pasean a los perros. Todos saludan como buenos vecinos. Nadie lleva prisa. Es impagable una caminata por aquellas calles para concluir el recorrido en Paseo de la Reforma, luego de tomar un delicioso café en el Barilaco. Sin embargo, la tranquilidad que se respira es engañosa: las casas, invisibles desde las calles, están protegidas por altos muros que para más seguridad tienen en lo alto cercas eléctricas y cámaras de seguridad. Son fortalezas señoriales infranqueables.
Lomas de Chapultepec es un lugar centenario. Su diseño data de 1920 como lugar de residencia de la élite económica y política de México, como el ex jefe de gobierno Cuauhtémoc Cárdenas, y el legendario y todopoderoso líder sindical Fidel Velázquez. También vivieron allí connotados personajes de la farándula y el cine, como Cantinflas. No es iluso pensar que en aquellas mansiones ocultas a la vista se tomaron desiciones trascendentales para México.
¿Cómo definir a Lomas de Chapultepec? ¿Una isla verde llena de árboles, un fortín, una burbuja? Sí, tal vez es una burbuja de aparente paz, asediada por los nuevos tiempos, los vaivenes de la fortuna, el crecimiento urbano, las nuevas prioridades en el uso del suelo, los cambios generacionales y tantas otras vicisitudes de la historia, económicas y políticas. Lenta pero imparablemente, por Paseo de la Reforma, por avenida de Las Palmas, avanza la nueva arquitectura, audaz, como lo fue siempre la arquitectura mexicana, como sus torres de cristal y acero, con sus formas caprichosas y sugerentes.
Lomas de Chapultepec, isla, burbuja, fortín es el otro México, el del pasado, rodeado de la otra ciudad, de la desconocida, de la que crece caótica, irresistible, con sus propias leyes, en el contacto cotidiano con la violencia, con la loca geografía de avenidas, puentes, autorrutas de dos pisos, que inevitablemente llevan a algún atasco, con la polución; también con sus espectaculares museos, su viva cultura y su sabrosa gastronomía, que la hacen única.
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