
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Hoy que se ha puesto de moda el distanciamiento social por efecto de la pandemia, habría que pensar en trasladar ese concepto al campo de la política. El distanciamiento ideológico vendría a ser una medida sanitaria indispensable para la democracia, una suerte de antivirus contra las innumerables fanescas ideológicas que nos agobian. Y no es para menos: con cerca de 300 tiendas electorales legalizadas es imposible que no se produzcan las combinaciones ideológicas más insólitas.
En un libro de reciente difusión digital (La aleación inestable, Editorial Teseo, Argentina), Pablo Ospina analiza el rol del velasquismo en la consolidación del Estado transformista durante la primera mitad del siglo XX. Según el autor, Velasco Ibarra innovó magistralmente un estilo de administración del poder que le funcionó durante sus cinco presidencias.
Consciente de la extrema fragmentación política del país y de las élites, aplicó una lógica de las transacciones que implicaba compensar en forma simultánea o secuencial a las principales fuerzas políticas del país. El caudillo, acertadamente calificado por Ospina como maestro de la componenda, transitaba entre el partido socialista, el partido liberal y el partido conservador según las circunstancias y las necesidades, al punto de conformar gabinetes de una disparidad insostenible. Fue justamente por esa volubilidad que sus rivales le etiquetaron con el remoquete de loco: nadie sabía exactamente a qué atenerse. Al final, el esquema, útil durante un corto período de gobierno, no soportaba tanta flexibilidad y terminaba reventando.
Velasco Ibarra sembró escuela. Según Ospina, ese estilo se convirtió en una patente nacional. A partir de su primera presidencia fue puesto en práctica por todas las fuerzas políticas del país, porque la fragmentación nacional seguía siendo la misma. Gobernar es tranzar, era la consigna
No obstante, Velasco Ibarra sembró escuela. Según Ospina, ese estilo se convirtió en una patente nacional. A partir de su primera presidencia fue puesto en práctica por todas las fuerzas políticas del país, porque la fragmentación nacional seguía siendo la misma. Gobernar es tranzar, era la consigna. Los límites partidarios, que hasta entonces habían operado con rigidez militante, se doblegaron al calor de los repartos burocráticos. El tránsito de figuras y dirigentes entre las principales fuerzas políticas de esos años se volvió rutinario.
La fórmula, no obstante, se ha prolongado hasta nuestros días. La última fanesca nacional estuvo a cargo de Alianza PAIS. Durante los 14 años de su reinado, por sus filas han pasado todas las tendencias ideológicas imaginables. Su común denominador ha sido la obtención lícita o ilícita de beneficios. Y más ilícita que lícita, tal como lo evidencian los escándalos de corrupción que a diario se ventilan.
En estas condiciones, la candidatura de Pachakutik tiene la posibilidad de romper esta inercia secular en el próximo proceso electoral Si su presencia se consolida en las urnas a partir de un distanciamiento ideológico con las demás fuerzas políticas, podremos asistir a una reconfiguración del escenario político nacional. Una fuerza de izquierda en condiciones de intervenir decisivamente en las disputas del poder forzaría a la recomposición de los límites partidarios indispensables para construir una democracia contemporánea, donde los posibles acuerdos surjan del conflicto constructivo antes que de la tranza encubierta.
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