
Para algunos, quizás muchos, la disyuntiva en este rato consiste en mirar a sus propios intereses, defenderlos, saborearlos; o, en mirar a la situación del país, que ha entrado a una crisis de impredecibles consecuencias, y actuar solidaria, cohesivamente. Esta disyuntiva se expresa en las elecciones.
Al primer grupo, una candidatura le ofrece una vacuna revolucionaria: o aceptas sin más a la continuidad política y económica, o serás echado (te echaremos amenazan, te echaran chismean) al vacío de la pobreza súbita. O pagas con tu voto o te pego con incertidumbre para tu inserción social.
Al segundo grupo, la otra candidatura le ofrece mínimas defensas frente a la crisis, lenta reactivación económica y una cancha para procesar pacíficamente a los conflictos que se avecinan.
Aparentemente no es mucho. Pero sí lo es. Se trata de la restitución democrática como condición de vigencia de una nación para que podamos vivir juntos.
La una candidatura, de herencia populista, entiende que este es un momento de disputa por los pobres. Como lo ha hecho su mentor. Es dueño del pueblo, piensa como el pueblo, es mejor que el pueblo. Habla desde el podio del carisma sin importar la contradicción ni la veracidad. Basta con emitir un mensaje para que este convierta a la fantasía en realidad supuesta. Lo hace a través del aparato clientelar más depurado de toda la república de intercambio de votos por obras.
La otra candidatura, respaldada por una amplia y heterogénea coalición, entiende que este es un momento de disputa por la nación y sus componentes populares. En una de sus vertientes, mira con más claridad, a lo nacional y popular. Y desde el fondo puja por emerger una forma nacional-popular moderna. La tolerancia, la política pública concertada y el cambio necesario y posible. Es el destino de las coaliciones en torno a la nación en un contexto de crisis. Porque la crisis existe, se metió en nuestras entrañas.
Deshuesemos a esta segunda vertiente. Los hoyos negros de las dos campañas son, de un lado, como van a mantener una forma estatal funcional a un modelo económico que ha fracasado; mientras que, de otro lado, como van a plantear el alcance del aun opaco liberalismo económico que tendría la política pública.
Cuando se invoca a la nación como la columna de una coalición social se camina hacia dos objetivos. ¿Cuál es la forma estatal que adquirirá la nación? ¿Cuál es la forma democrática que vinculará a los actores sociales de la nación? Dicho rápidamente. Se trata de concertar ¿cómo se articulará un estado democrático más allá de la forma autoritaria precedente?
En el fondo están una asamblea constituyente y una nueva constitución, de perfiles por definir y acordar. Y el producto: una nueva relación entre el estado y la sociedad, el mercado regulado por un estado socialmente necesario, las reglas del régimen y los derechos ciudadanos individuales y colectivos, y un país internacionalmente articulado.
En el momento actual hay que sacar al otro –a quienes representan y articulan- de la agenda de disputa por los pobres que quiere imponernos. Y atraerlo hacia el camino de la disputa por lo popular dentro de la nación que proyectamos los ecuatorianos. Voto a voto, “pateando las calles” de la patria.
De este modo, la disputa no es cuan demócrata puede ser (o se negocia que sea) el candidato que encarna a lo nacional. La opción progresista consiste formular públicamente la expectativa de cuán democrático debe ser el candidato con la nación moderna a cuestas. Y estimular a que lo sea. Apoyar a que todos lo seamos.
La segunda vuelta electoral, en cuya dinámica nos encontramos envueltos, no es un encuentro programático entre dos posiciones ideológicas. Es la resolución pragmática de adhesiones disputadas desde muy diferentes construcciones afectivas, necesidades económicas, discursos variopintos. La cuestión central del planteamiento del progresismo democrático sigue siendo
¿Cómo evitar al populismo y sin embargo ganar? Porque es preciso ganar.
El escenario más probable que se deriva de la actual composición de la Asamblea Nacional es el bloqueo institucional al margen de quien sea presidente de la república. Será una asamblea copada por la fracción de Correa, legisladores de Alianza País, potenciales seguidores de la inestabilidad a su estilo, sea como fuere la composición del ejecutivo. Es decir, para usar una terminología perdida en el pasado, nos encontramos al borde de una “hiperparlamentarización” de la política y del funcionamiento institucional. Hasta que entierren o sean enterrados por la mal llamada muerte cruzada.
El escenario más complejo se producirá luego del triunfo de uno de los candidatos.
Con Moreno, podría producirse una implosión gestada por el conflicto con Glass -agente confabulado de su maestro- a todas voces anunciado, la dificultad (económica y de poder) de conciliación entre los intereses económicos revolucionarios de la costa y los intereses políticos revolucionarios de la sierra, y la casi nula posibilidad de que Moreno respire políticamente por su propia iniciativa.
Con Lasso, la agenda a tratar es de enorme complejidad: un ajuste plano, prolongado, condicionado; un conflicto social de términos y alcances abiertos; un conflicto político que oscila del bloqueo institucional hasta los acuerdos limitados; y, una reinserción externa –económica y política- compleja.
Al final, el acecho de Correa contra el pueblo ecuatoriano persistirá con Moreno o con Lasso. Sin embargo, este último tiene más capacidad para defenderse, para defendernos solidariamente.
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