
Coordinador del programa de Investigación, Orden, Conflicto y Violencia de la Universidad Central del Ecuador.
El panorama del nuevo año luce lúgubre en Ecuador, sobre todo, en materia de seguridad. Las acciones y omisiones del Estado alientan el pesimismo y la ciudadanía lo intuye. La inseguridad es la mayor preocupación, según los estudios de opinión más recientes.
A puertas de una nueva campaña electoral, todos los actores coquetearán con el tema de la inseguridad para moldear el “sentido común” de la sociedad. Por eso, para evitar ser parte del “enjambre de consumidores” de discursos maniqueos hay que pensar críticamente. Aquí propongo dos pautas que orientan en esa dirección.
La seguridad es relacional
Todos (pro)claman seguridad, pero no siempre la conceptualizan. Desde las clases dominantes la seguridad es una cuestión de acumulación de poder. Para estar seguro necesitas poseer: armas, dinero, tecnología, etc. Por eso, los voceros gubernamentales repiten de forma incesante que todo se resolverá comprando armamento y tecnología a Israel y EEUU. Según el Presidente, el plan de seguridad y paz cuesta USD 5.300 millones. La seguridad, como cualquier mercancía, se la compra.
Pero esta idea no es más que una ilusión. EEUU lo sabe muy bien. Tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, la mayor potencia militar no pudo evitar la muerte de más de 5000 ciudadanos en las Torres Gemelas de Manhattan, ni el pánico colectivo en todo el país.
También lo saben los vecinos del presidente Lasso. El 30 de agosto de 2022, delincuentes disfrazados de policías secuestraron a un acaudalado ciudadano en Guayaquil y luego ingresaron a su residencia, en una exclusiva urbanización ubicada en La Puntilla (Samborondón). Ahí, donde la familia Lasso-Alcívar tiene su domicilio, los delincuentes entraron sin ningún problema, a pesar de las murallas alambradas, la seguridad privada y las cámaras de videovigilancia.
Por el contrario, una mirada crítica de la seguridad comprende que ésta se construye socialmente. Los problemas se agudizan donde las diferencias sociales son más marcadas. Quienes ostentan el poder político, económico o simbólico tienen una posición privilegiada para categorizarlas como “amenazas” y decidir cómo afrontarlas. Esto nos conduce a la segunda pauta crítica.
El horizonte estratégico se amplifica. Las tareas de seguridad dejan de ser exclusivamente policiales o militares. Entonces, tan urgente como reducir la violencia criminal es reducir la pobreza, precautelar las fuentes de agua dulce y garantizar el acceso a una educación de calidad, entre muchas otras tareas pendientes
La seguridad humana como horizonte estratégico
En la historia moderna el objeto de la seguridad ha sido el Estado. En su nombre se han cometido las mayores atrocidades de la humanidad. Muchos “líderes” sacrificaron vidas humanas en nombre de la “seguridad nacional”. Para ellos lo que importa es la supervivencia del modelo económico, del régimen político o del gobierno de turno. Las “amenazas” siempre son definiciones políticas interesadas.
En esto tiene mucha experiencia el Estado israelí. Durante décadas ha perfeccionado el asesinato político y ha expandido la colonización del territorio palestino. En nombre de su seguridad ha consolidado un Estado policiaco para controlar y reprimir a propios y extraños con sofisticados dispositivos tecnológicos y una comunidad de inteligencia preparada para la guerra, literalmente hablando.
Hace pocos días Benjamín Netanyahu inició su quinto mandato como primer ministro de Israel. El primero lo empezó en 1996. ¡Adiós democracia, viva la hipocresía occidental! Su gobierno está integrado por colonos ultraortodoxos que prometen radicalizar el apartheid contra el pueblo palestino. Todo esto con el aplauso efusivo de los halcones en Washington y sus novatos secuaces en el Palacio de Carondelet.
Por el contrario, la seguridad humana ubica a las personas como objeto de protección integral del Estado. En especial, para garantizarles que vivan libres de miedo, libres de miseria y sean libres para vivir con dignidad.
Estas tres libertades que sintetizan un enfoque mucho más complejo exigen repensar la provisión de protección en la sociedad. El horizonte estratégico se amplifica. Las tareas de seguridad dejan de ser exclusivamente policiales o militares. Entonces, tan urgente como reducir la violencia criminal es reducir la pobreza, precautelar las fuentes de agua dulce y garantizar el acceso a una educación de calidad, entre muchas otras tareas pendientes.
El 2023 no puede ser la reedición del infierno homicida que experimentamos el año anterior. Urge un cambio de mentalidad y una fuerza social empeñada en conseguirlo.
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