
Al patético escándalo protagonizado por la ex jueza Collantes se suma uno más. Se trata del griterío de Josafat de Jesús Mendoza Villamar, un juez en ejercicio quien también amenazó de muerte a otro policía por cumplir con su trabajo.
Dígase lo que se diga, ambos son jueces de la era correísta. Ambos cumplieron, dicen las autoridades judiciales, con pruebas de aptitud profesional y evaluaciones psicológicas. Y aunque los exámenes demuestran que Collantes obtuvo casi la totalidad de la máxima calificación ¿cómo es posible que dos inadaptados como estos tengan mejores resultados en sus evaluaciones, técnicas y morales, que la mayoría de los concursantes?
A las suspicacias se suman las relaciones de Collantes con el poder. Sin ningún sonrojo, aparece por todas partes en actos proselitistas mientras ejercía su función como jueza y en compañía de altas dirigentes correístas, actuales candidatas de Alianza PAÍS que ahora niegan conocerla.
Cualquier carrera profesional responde a muchos años de disciplina, estudio y constancia. Quienes ocupen altos cargos en la administración de justicia deben primero haber demostrado su probidad profesional y moral, durante un desempeño muy prolongado en sus funciones. Mendoza y Collantes desnudan de cuerpo entero lo que intenta esconder el correísmo.
Un grupo de muchachos con maestrías, portando carteles proselitistas y jurando lealtad al correísmo, no pueden sustituir la experiencia medida en años de los cientos de funcionarios que fueron despedidos, algunos tal vez con razón. Pero hay otros cuya ausencia ha provocado la terrible crisis de poder protagonizada por estos arribistas, inhabilitados para el ejercicio de las altas funciones públicas, que se marearon con tanta autoridad en sus manos.
Pero para el correísmo todo pasado es oprobioso. Con ese pretexto se despidió intempestivamente a centenares de funcionarios judiciales, catedráticos universitarios y a funcionarios de la administración, cuyas vacantes fueron ocupadas inmediatamente por la nueva camada de jóvenes y agradecidos militantes de Alianza PAÍS.
El presidente Correa puede decir lo que él quiera, pero al interior de las filas del correísmo está arraigada la idea de que deben ubicar, a como dé lugar, en todas las funciones públicas a personas serviles a su proyecto. Importa poco si no tienen criterio, decencia o seriedad. A ellos les importa nada el país, la democracia o sus instituciones. Solo les interesa su defender su proyecto.
Muchos de los que llegaron a ocupar estos puestos en acefalia son Mendozas o Collantes, fanáticos de la prepotencia, que vuelan en la estratosfera de sus egos porque saborearon, en poco tiempo, las mieles del autoritarismo, la vanidad y la prepotencia, imitando al mandamás. Basta ver la arrogancia de algunos de los muchachos convertidos en ministros, secretarios, directores, delegados, gobernadores y gerentes de las más importantes funciones políticas. Basta notar su suficiencia en sus intervenciones públicas. En sus entrevistas, ruedas de prensa, comunicados y propagandas se dirigen a la gente como si fuéramos sus súbditos, ya no ciudadanos libres. Esta es la auténtica ebriedad del poder.
Aunque pocos sean los jóvenes políticos que conserven la sobriedad, respeten a sus subalternos y veneren a sus mayores, los Mendozas o Collantes “son más, son todos y son millones”. Estos dos casos son apenas la punta del iceberg.
Por eso es tan peligroso que los correístas conserven el poder, porque siguen de parranda con los dineros públicos, porque continúan ebrios de poder, porque se encolerizan contra quienes descubren sus abusos y porque amenazan con toda su arrogancia a quienes demandan fiscalización.
@ghidalgoandrade
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