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10 de Agosto del 2015
Ideas
Lectura: 8 minutos
10 de Agosto del 2015
Rodrigo Tenorio Ambrossi

Doctor en Psicología Clínica, licenciado en filosofía y escritor.

De Eco y los sofismas del poder
Tras la férrea coraza de una supuesta verdad, todo dogma oculta una inmensa debilidad negada. El dogma se torna indispensable para cerrar la puerta a la duda y sostener el poder de unos y el sometimiento de las mayorías. Dogmas casi elementales pero irrebatibles: si la propuesta proviene del presidente, no cabe duda alguna de su bondad y legitimidad.

Una asambleísta es entrevistada en una de las emisoras de la ciudad. Luce joven y vivaz. Los largos años de permanencia en el espacio de la Legislatura, parecería, le han proporcionado cierta agilidad mental y una facilidad para repetir por su cuenta el discurso que ahí, en la Asamblea, se mantiene desde hace ya muchos años.

El entrevistador que, de suyo, es ducho y viejo zorro en la comunicación, pone la distancia necesaria para que la palabra de ella fluya, para que los lugares comunes se expresen sin obstáculos, para que aparezca la vieja estrategia de repetir una y otra vez un engaño hasta que la repetición lo convierta en verdad. 

La conclusión posee una doble característica. La primera tiene que ver con el sometimiento de todos a esa verdad incuestionable; la segunda con una posición mesiánica y misionera a la vez: la urgencia moral de repetirla a cada momento, sin cansancio alguno, para que hasta el último de los infieles llegue, finalmente, a formar parte del redil de los elegidos.

Utiliza una lógica elemental y escolar, sofística: lo que proviene de los labios del maestro es cierto pues quien ostenta el poder fáctico posee al mismo tiempo el don de la sabiduría y de la verdad. Quien posee la sabiduría que emana del poder, nunca se equivoca. Yo hablo la verdad, yo soy la verdad, por ende los otros deben asumirla sin cuestionamientos. Por otra parte, basta que algo se repita una y otra vez, aquí y allá, para que sea  verdadero. Y si el poder es el repetidor, la verdad se torna irrefutable. Pertenece al poder proclamar que su decir es siempre absolutamente verdadero.

Todos hablamos la verdad absoluta cuando nos olvidamos de nuestros profundos desconocimientos, cuando infatuados por supuestos saberes que surgen del poder, pasamos por alto que todo decir y  que todo enunciar se mueven entre la verdad y el engaño, entre la certeza y la duda. El poder no es saber, uno y otro corren rutas distintas, a veces opuestas e incluso contradictorias. Cuando se juntaron el saber y el poder, apareció el infierno.

La asambleísta no habla de ella, ni siquiera menciona al presidente. Hábilmente coloca un muro sutil, casi invisible, entre ella y el presidente. A lo mejor más inconsciente que conscientemente, solo habla lo que debe decir, lo que la obliga la pertenencia al partido, al bloque legislativo, a ese pedazo de poder interpretado como el mayor logro de su vida.

Nunca hace referencia a su personal convencimiento porque, joven como es, probablemente  no se preocupe aun  por la herencia familiar que con seguridad no será  ni la casa  que ya se cae enferma de vejez y casi no pagará impuestos ni un conjunto de grandes industrias, de esas que hacen daño al país porque acumulan capitales con los que, sin embargo, se producen y sostienen los desarrollos. Ella tampoco desea aparecer como enemiga del desarrollo del país. No lo dice así, de manera paradigmática, pero se escucha entre frase y frase que para ella el desarrollo del país habría comenzado con el actual presidente. Es evidente que las finanzas y el desarrollo no son sus temas. Pero hace suyo el discurso oficializado de que  antes de ellos, eran la noche, la miseria generalizada, el caos original, la gran nebulosa informe y tenebrosa. Cuando ellos llegaron, se hizo la luz, apareció el orden y la salvación de todos. 

Al escucharla, se tiene la impresión de que su discurso ha sido mentalmente pregrabado y que posee un sello de seguridad de tal magnitud que le impide cualquier modificación por simple y casi elemental que fuese. No lo grabó ella, lo hizo el sistema representacional al que pertenece, con orgullo.

El entrevistador sabe y conoce el disco y la grabación. De todas maneras, con agudeza y cierta picardía, como quien echa anzuelos al azar, trata de pescar un algo que corresponda a ella como sujeto, como ciudadana, como joven mujer que seguramente pudo haber construido otras alternativas representacionales de la realidad nacional, del mundo. Arroja anzuelos ocultos tras señuelos que parecen halagos. Pero a ella no le hacen mella los comentarios, las sugerencias, las críticas, la tentación. Pero no es un robot. 

No hay que confundirse. Ella no es Narciso, tan solo constituye una mínima superficie de la inmensa pared en la que nace y muere el eco. Así se entiende que no diga nada nuevo ni nada personal, incluso cuando pretende construir ciertos rellenos verbales que podría tener la marca de su subjetividad. Una suerte de alienación que ha construido esa nueva identidad que la significa ante sí misma y ante sus otros.

El entrevistador no siente decepción alguna por haberla invitado a su programa de análisis y crítica sobre el tema de impuestos y herencias. Al contrario, no oculta  su satisfacción por haber permitido que sus radioescuchas sepan algo más de ese mundo pobre y ecolálico en que quizás habita la mayoría de los asambleístas. No queda decepcionado,  a lo mejor todo lo contrario porque para él ha sido importante reconfirmar que al otro lado de la lucidez que provoca el diálogo anida la ceguera castrante del dogma. 

¿Desde dónde aferrarse a un enunciado como si este fuese absolutamente cierto? ¿En qué cementerio  enterrar la duda que sostiene los saberes, la existencia y la misma verdad que, irónicamente, nadie, absolutamente nadie, la posee? Por arte de esa magia que caracteriza al poder, la verdad a ser previamente construida se ha convertido en dogma que debe ser asumido y repetido. 

Tras la férrea coraza de una supuesta verdad, todo dogma oculta una inmensa debilidad negada. El dogma se torna indispensable para cerrar la puerta a la duda y sostener el poder de unos y el sometimiento de las mayorías. Dogmas casi elementales pero irrebatibles: si la propuesta proviene del presidente, no cabe duda alguna de su bondad y legitimidad.

De hecho, a lo largo de la entrevista, ella no cesa de recurrir a la legitimidad y conveniencia absolutas de la propuesta presidencial. Su palabra fluye rápida, como si tratase de impedir que se filtren pizcas de sus propias dudas y hasta quizás de su posible rechazo a la propuesta, dudas guardadas bajo cinco llaves.
Cuando nos convertimos en eco, olvidamos nuestros saberes, hacemos caso omiso a las creencias, deseos y temores de los otros. Parecería que la asambleísta ha borrado a los otros y que ese lugar  ha sido totalmente cedido a la presencia y a la palabra del otro del poder.

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