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18 de Junio del 2020
Ideas
Lectura: 7 minutos
18 de Junio del 2020
Alexis Oviedo

PhD en Educación por la Universidad Católica de Lovaina, Maestro en Estudios Culturales y Desarrollo, Graduado en Economía. Ex gerente del Proyecto de Pensamiento Político de la SNGP. Docente universitario.

Educación: las dos caras de la pandemia
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Si se quiere, se puede aprovechar esta presencia no grata de la COVID para darnos el chance de replantear el sentido de la educación del Ecuador y quizás dejar atrás esa propuesta educativa homogenizante y disciplinadora que ahoga a niños y jóvenes, a docentes y padres de familia desde hace décadas.

En marzo se decretó que los estudiantes debían quedarse en casa y desde entonces la educación tomó un ritmo diferente. La ausencia de un contacto personal modificó la esencia de la actividad educativa, que, como nos dice Umberto Eco, permite el diálogo constante, la confrontación de opiniones y la discusión entre lo que viene de fuera y lo que está en la escuela.

El pasado 13 de junio se cumplieron tres meses sin clases presenciales para 1 millón 927 mil alumnos primarios y secundarios del régimen Sierra y Amazonía, y el 4 de mayo, los planteles de educación primaria y secundaria del régimen Costa iniciaron el año lectivo en su modalidad virtual. Sin embargo, muchos padres de familia de esa región han decidido no matricular a sus hijos, tanto por no confiar en la nueva modalidad virtual, cuanto por no tener los recursos suficientes, dada la depresión económica e incluso por considerar que con ciertos tutoriales de Youtube podrían hacer de la educación de sus hijos un “hágalo usted mismo”, desde una suerte de educación en el hogar (homeschooling) artesanal. 

El proceso educativo, a partir del martes 17 de marzo, al igual que muchas actividades productivas, se centró en la virtualidad y este cambio sacó a flote las inequidades. Directamente la COVID 19 también puso a un lado a quiénes pueden seguir con sus estudios y en el otro a quienes no pueden hacerlo. En uno de sus extremos, los urbanos domicilios con fibra óptica y suficientes ordenadores para el teletrabajo y las clases. En el otro, tal cual lo muestra un video popular en redes sociales, decenas de niños campesinos, con sus padres, subiendo por horas a la cima de una montaña, desde donde pueden acceder a una transmisión educativa radial. 

La pandemia puso al descubierto, no solo que las instituciones educativas no están listas para asumir un contexto educativo no presencial, si también llagas del sistema educativo que antes de la pandemia estaban cubiertas por gasa: el control ejercido sobre los docentes y su actividad laboral desde la supervisión y desde las instancias locales, antes regulando sutilmente desde visitas y comunicaciones, se materializó en época de pandemia en mecanismos estrictos para que el docente demuestre que, aun desde su domicilio, está trabajando.

Otras fístulas relativas al ejercicio profesional docente, brotaron con la COVID 19, pero también se han generado procesos que deberían continuarse cuando “esto termine” ¿Es mejor que el maestro llene decenas de formularios administrativos que muestren evaluación y control, o que planifique minuciosamente y desarrolle su clase desde el aprendizaje significativo? En estos días de pandemia ha primado lo segundo. Estos 3 meses han mostrado la necesidad de revisar la recreación del currículo, al no poder estar ni docentes ni alumnos 6 horas seguidas frente a un ordenador. Se hizo necesario priorizar contenidos y sobre todo destrezas, se hizo necesario transversalizar la recreación y ludismo.

En los días post pandemia esto debe continuar y debe pensarse profundamente, si es que se sigue con las abundantes tareas para la casa: burocráticas para el docente y academicistas para el alumno. Pensar si se continua privilegiando la clase magistral, si es que importa demasiado la disciplina... En la educación no presencial se devela la rigidez curricular, y desde esta el debilitamiento de los rituales de poder propios de un estilo de escolaridad, que no son efectivos entre las pantallas del ordenador. Ahora que no se puede controlar férreamente a, digamos, 20 estudiantes en sus espacios propios, donde alguno de ellos deja que su imagen congelada atienda la clase, y se dedica a batir el record del video juego “plantas contra zombies”.

Si se quiere, se puede aprovechar esta presencia no grata de la COVID para darnos el chance de replantear el sentido de la educación del Ecuador y quizás dejar atrás esa propuesta educativa homogenizante y disciplinadora que ahoga a niños y jóvenes, a docentes y padres de familia desde hace décadas.

La COVID 19 también hizo que el Ministerio rector ponga su atención en lo que ahora es urgente pero que siempre será importante: la asistencia técnica, en esta ocasión con la producción desde el Ministerio de fichas pedagógicas para ayudar al docente en su trabajo del aula vía internet. Y la necesidad, madre de todos los vicios, puso en acción las comunidades de aprendizajes en los planteles públicos y privados, estas importantes dinámicas que no terminaban de cuajar en el entorno de “normalidad”.

Otra de las caras de la terrible pandemia, si es que queremos mirarla, es la oportunidad que da a los diversos sectores de la sociedad para enfrentar la educación del país con una visión estratégica, que trascienda los tres años en que nos acompañará el coronavirus. Generar procesos amplios de discusión entre todos los sectores sobre la urgencia de que se revalorice la profesión docente. Repensar la educación y la escuela, en la primera para trascender el enfoque informativo y reproductivo; en la segunda para analizar la continuidad de las formas de disciplinamiento y control eficientista.

Es la oportunidad de efectivizar la participación local en los sentidos del aprendizaje, en la diversificación del currículo, en la pertinencia…, sin miedo a que ceder parte del poder, desde un diálogo honesto, como lo plantea Bakhtin. Ante la imposibilidad estructural de que la ruralidad se eduque virtualmente, por ejemplo, el ente rector más bien debería apoyar con todos sus recursos posibles a las comunidades locales para que estas generen sus propias propuestas educativas, trascendiendo el desarrollismo y el paternalismo. Y debería tomar en serio ese adorno a la normativa (LOEI) llamado “interculturalidad”, y mirar sin recelo a la, tan mentada en discursos oficiales, “diversidad”. Si se quiere, se puede aprovechar esta presencia no grata de la COVID para darnos el chance de replantear el sentido de la educación del Ecuador y quizás dejar atrás esa propuesta educativa homogenizante y disciplinadora que ahoga a niños y jóvenes, a docentes y padres de familia desde hace décadas.

[PANAL DE IDEAS]

Pablo Piedra Vivar
Juan Carlos Calderón
Patricio Moncayo
Gabriel Hidalgo Andrade
Marko Antonio Naranjo J.
Fernando López Milán
Alfredo Espinosa Rodríguez
María Amelia Espinosa Cordero
Giovanni Carrión Cevallos
Luis Córdova-Alarcón

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