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29 de Junio del 2020
Ideas
Lectura: 6 minutos
29 de Junio del 2020
Aparicio Caicedo
Guayaquileño, es Phd en derecho por la Universidad de Navarra (España). Ha sido investigador en dicha universidad y en la de California en Los Ángeles (UCLA). Director Ejecutivo de Ecuador Libre y profesor en la UDLA.
Educación: normalidad siempre nueva
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En América Latina, solo el 14 por ciento de los más pobres puede acceder a la web en su hogar, lo cual contrasta con un 85 por ciento en sectores más afluentes. También hay que sumar la situación actual de los padres, especialmente aquellos con hijos de corta edad, que se han visto en la súbita urgencia de afrontar una nueva responsabilidad para la cual nadie los preparó.

La pandemia hizo de lo online la regla y de lo presencial la excepción, algo más que evidente. Y eso se ha sentido con especial énfasis es en la educación. Un informe de UNICEF calcula que alrededor de 154 millones de estudiantes primarios y secundarios se han visto impedidos de asistir a clases físicas en América Latina y el Caribe, un 95 por ciento del total. Algo similar ha pasado a nivel universitario.

Este proceso abre enormes posibilidades, pero también serios desafíos. Por el lado de las oportunidades, la descentralización geográfica de la educación implica que un alumno de cualquier barrio pobre del Ecuador puede beneficiarse de los mismos contenidos que uno en Estados Unidos o Europa, desde el maternal hasta la universidad. La Khan Academy constituye un ejemplo de esto: pone a disposición, gratuitamente, cursos online de matemática y ciencias de alta calidad en inglés, español y portugués. Algo similar sucede a nivel de educación superior. Hoy un proyecto de la Universidad de Arizona y la Universidad de las Américas —en el que tengo el gusto de participar— busca precisamente acercar una formación superior de calidad a los jóvenes ecuatorianos impedidos de viajar por la crisis, por una fracción de su costo normal.

Por el lado de los desafíos, se encuentra la disparidad de acceso a la web. En América Latina, apenas un tercio de los colegios está equipado para la “nueva normalidad”, según PISA. Por otra parte, de acuerdo con la OCDE, solo tiene conexión en casa un 34 por ciento de los estudiantes primarios, un 41 por ciento de los secundarios, y un 68 por ciento de universitarios. La cuestión es más aguda por perfil socioeconómico. En la región, solo el 14 por ciento de los más pobres puede acceder a la web en su hogar, lo cual contrasta con un 85 por ciento en sectores más afluentes. También hay que sumar la situación actual de los padres, especialmente aquellos con hijos de corta edad, que se han visto en la súbita urgencia de afrontar una nueva responsabilidad para la cual nadie los preparó.

En lugar de exigir pagos millonarios por la concesión de espectro radioeléctrico para alimentar el agujero negro de la burocracia, fomentando corrupción y gasto superfluo, lo que debería exigirse a las operadoras es mayor inversión en infraestructura que permita llevar internet al último rincón del país, con énfasis en la cobertura de centros educativos más recónditos

¿Cómo aprovechar las oportunidades y superar los desafíos? De la revisión de la infinidad de estudios sobre el tema y las reflexiones realizadas desde Ecuador Libre, la respuesta a esa pregunta pasa al menos por tres derroteros básicos para afrontar la “nueva normalidad”: equiparar, complementar y dinamizar.

1. Equiparar el acceso digital promoviendo inversión de telecomunicaciones y abaratando/subsidiando equipos para los más pobres. Siguiendo la tendencia exitosa de otros países, resulta indispensable dejar de ver a las empresas de telecomunicaciones como vacas lecheras y comenzar a considerarlas aliados indispensables. En lugar de exigir pagos millonarios por la concesión de espectro radioeléctrico para alimentar el agujero negro de la burocracia, fomentando corrupción y gasto superfluo, lo que debería exigirse a las operadoras es mayor inversión en infraestructura que permita llevar internet al último rincón del país, con énfasis en la cobertura de centros educativos más recónditos y planes preferenciales para personas sin recursos. Por otro lado, hay que reducir toda carga tributaria a equipos informáticos, servicios y softwares relacionados a la educación, así como estimular alianzas público-privadas que brinden soluciones.

2. Complementar el sistema educativo nacional con los recursos online disponibles en la actualidad. Es conveniente no intentar redescubrir la rueda. No hay que gastar millones de dólares en consultorías, estructuras burocráticas o elefantes blancos cuando puedes aprovechar el camino recorrido por  proyectos como el ya mencionado Khan Academy, entre muchos otros. Decía en un artículo Andrés Oppenheimer que en lugar de buscar soluciones mágicas, debemos comenzar por emplear herramientas como esa. El sistema educativo público podría servirse de alianzas con esas organizaciones, concentrando los recursos ahorrados en capacitar profesores, así como en subsidios focalizados para equipos. Ello generará mucha mayor eficiencia en el gasto estatal.

3. Dinamizar el marco regulatorio para fomentar la innovación y la diversidad. Necesitamos una regulación que permita una constante adaptación de modelos e incentive la innovación. Un grave error del modelo de reglamentación educativa de los últimos años fue el dirigismo exacerbado y la centralización uniformadora bajo el pretexto del aseguramiento de estándares de calidad. Se generó todo lo contrario: una pesada imposición de trámites innecesarios y contenidos que rayan en el adoctrinamiento. Lo que se debe procurar es la experimentación de modelos de aprendizaje, con distintas alternativas, librando a los ciudadanos de monopolios públicos o privados, que permita a los centros educativos adaptarse en los nuevos terrenos en lugar de someterse a los paradigmas del viento tecnocrático que sople.

Todo esto requiere aceptar que las utopías no se imponen por decreto. Este será un proceso siempre inacabado de mejoría progresiva, con aciertos y errores, donde la normalidad siempre será nueva.

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