Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
La vivencia efectiva de la unidad en la pluralidad fue un acontecimiento en las movilizaciones del 1 de mayo. No solo fue una demanda, una proclama, un deseo. Fue un hecho.
Lo prueban las imágenes, los testimonios, las experiencias de quienes protagonizaron las marchas por el día del trabajo. Además de los trabajadores organizados, participaron estudiantes, jubilados, desempleados, empresarios; gente de distinta proveniencia socio-económica y cultural, ciudadanos diversos, identificados por el deseo de cambio, e interesados en que no se perpetúen la arrogancia, el autoritarismo, la arbitrariedad y la mentira. Todos exigiendo respeto, apertura, libertades, democracia, transparencia.
Las calles de las ciudades ecuatorianas se vistieron de multiplicidad. Variedad en las insignias, en las objeciones, en los lemas coreados. En los sinfines de gestos expresados por las multitudes.
La evidencia de la unidad, sin embargo, no surgió este primero de mayo. Una de sus primeras manifestaciones fue la de los votantes, aquel 23-F, cuando aclamaron como autoridades electas a quienes no necesariamente coincidían plenamente con sus preferencias ideológicas, pero prometieron interactuar más con la ciudadanía, y no pretender someterla. Fue ratificada en la marcha del 19 de noviembre de 2014 y en la del pasado 19 de marzo. Fue concretada por tres autoridades territoriales de las dos ciudades más pobladas del país y de una de las provincias más influyentes de Ecuador: los alcaldes de Quito y de Guayaquil y el prefecto de Azuay. A esta iniciativa acaban de adherirse, hace pocas semanas, las vicealcaldesas de ambas ciudades y la vice prefecta de Azuay, quienes prepararon un encuentro de “mujeres por la unidad”, para luchar en favor de la democracia.
Lo ideológico, en modo alguno es insubstancial o irrelevante. Es importante, necesario, ysimpatizar con una ideología es un derecho de todo ser humano. No obstante, en momentos críticos, cuando están en riesgo bienes aún mayores, lo ideológico puede mantenerse en suspenso. Y tiempos como los actuales parecen ser cruciales para tantos ecuatorianos que salieron a las calles, sin temor a ser ofendidos, fotografiados, grabados, registrados y hasta asaltados como aquel joven, calificado de “muchachito malcriado”.
Incluso quienes trabajan en oficinas del gobierno se dieron modos de manifestar su posición y su rechazo por ser obligados a concurrir a la “marcha forzada”, como fue etiquetada en Twitter la convocatoria que arribó a la plaza de Santo Domingo.
La unidad también ha sido invocada por sectores políticos que concuerdan en la necesidad de diseñar acciones para evitar mayores daños a la institucionalidad democrática. De tal vertiente provienen iniciativas como las de proponer consultas populares y plantear la revocatoria del mandato a ciertos dignatarios, en ejercicio de su derecho a observar y pedir cuentas a sus servidores, que son los titulares del poder político.
Siendo la unidad, un anhelo de tantos ecuatorianos, su búsqueda y concreción deberá ser una prioridad para los políticos, si es que quieren diferenciarse de algunos de los actuales gobernantes, incapaces de dialogar con el pueblo, interesados solo en tratar de persuadirlo mediante sus gastadas fórmulas de mercadotecnia política, a través de piezas propagandísticas y publicitarias, que nos atosigan en todo instante.
El desafío es complejo. Construir una unidad, sin desconocer las diferencias ideológicas, de principios y de concepciones fundamentales, implica un enorme trabajo. Requerirá un ejercicio de reconocimiento de aquello que los une, de conjugar sus prioridades y de levantar una nueva propuesta, tal vez ecléctica, pero que responda a los empeños de los ciudadanos.
Si los políticos quienes configurar y consolidar una unidad, deberán escuchar todas las voces ciudadanas, descubrir los elementos de unidad que las alimentan y trabajar para recuperar la comunicación con el pueblo. Concordar con que cada ecuatoriano, en tanto ciudadano, posee los mismos derechos que sus mandatarios. Y asumir que ninguna autoridad tiene más valor que sus mandantes.
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