Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
En política, las decisiones polémicas suelen tomarse por cálculo, por cinismo o por torpeza. Aquellas que se originan en la ignorancia o la ingenuidad son ínfimas. Los últimos acontecimientos ocurridos en el país han evidenciado una serie de circunstancias que dan para un análisis suspicaz respecto de la conducta de algunos actores políticos.
¿Qué pasaba por la cabeza de Virgilio Saquicela, presidente de la Asamblea Nacional, cuando consignó su voto a favor de la destitución del presidente de la República? ¿Él era parte de una confabulación correísta que le encargó el rol de mediador del paro con un propósito diferente a la solución del conflicto? ¿Calculó mal y pensó que, con metida de mano al sistema informático de la Asamblea Nacional y todo lo demás, conseguirían los 92 votos para la aprobación de la muerte cruzada? ¿O simplemente metió la pata hasta la ingle?
¿Aspiraban a un golpe de Estado a la vieja usanza, en un momento en que esta opción se ha vuelto inviable por una serie de factores que no viene al caso enumerar? Torpeza. ¿Le hicieron un gran favor al gobierno quemando la figura de la muerte cruzada? Cinismo.
Lo real y concreto es que, con esta decisión, Virgilio Saquicela perdió cualquier atisbo de seriedad y coherencia indispensable para cumplir con su función. Nada incoherente con un organismo tan desprestigiado como la Asamblea Nacional, dirán algunos. Pero incluso en medio de esa descomposición institucional, es imprescindible contar con alguien que al menos cumpla con los pactos. Y el presidente de la Asamblea Nacional acaba de empeñar esa posibilidad hasta con sus amigos de ocasión.
El encuadre propuesto también nos sirve para intentar entender en cuál de las tres categorías incluimos la iniciativa de la bancada correísta de proponer la destitución de Guillermo Lasso. Difícil establecerlo hasta no ver resultados más tangibles. Pero algo se puede insinuar.
Si partimos de las afirmaciones que se hicieron desde los más variados sectores políticos de que la muerte cruzada no contaba con los votos suficientes, habría que suponer que el propósito no era destituir al presidente de la República por la vía constitucional, sino dinamitar el escenario político.
¿Pensaron que la radicalización del paro promovida por sus agentes al interior del movimiento indígena derivaría en una revuelta popular general? Error de cálculo. ¿Aspiraban a un golpe de Estado a la vieja usanza, en un momento en que esta opción se ha vuelto inviable por una serie de factores que no viene al caso enumerar? Torpeza. ¿Le hicieron un gran favor al gobierno quemando la figura de la muerte cruzada? Cinismo.
Lo único concreto es que, con la fracasada ofensiva de la destitución, el correísmo obtuso le entregó a Lasso el mango de la sartén. Durante los próximos dos años el régimen tendrá a su disposición este eficaz instrumento de chantaje político sin el recelo de un contragolpe. Un arma letal en toda regla. Es más, ya habrá algún acucioso cerebro gris que esté especulando sobre la posibilidad de llamar a muerte cruzada un mes antes de que el gobierno cumpla su tercer año de mandato. Gobernar seis meses por decreto, para aplicar el programa empresarial de los grandes grupos económicos, es mejor negocio que caerse ahora o que gobernar el último año con un grillete legislativo.
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