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23 de Junio del 2021
Ideas
Lectura: 7 minutos
23 de Junio del 2021
Patricio Moncayo

PhD. Sociólogo. Catedratico universitario y autor de numerosos estudios políticos.

El asalto al poder por otros medios
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Cualquiera sea el modelo económico a implementarse, el de libre mercado o del Estado regulador, mantenerse dentro de la institucionalidad democrática rebasa los credos ideológicos. Esto supuso un avance en América Latina.

En su libro Dictaduras del Siglo XXI, Osvaldo Hurtado examina el proceso político mediante el cual un sistema democrático se convertía en dictatorial, desde la perspectiva de la Ciencia Política: “he puesto-dice-un especial cuidado en que el texto refleje el trabajo del investigador, con más de cincuenta años en el oficio, antes que las posiciones del político impugnador de las Dictaduras del siglo XXI”.

La investigación, aclara, “se circunscribe al ámbito de la política y específicamente a la afectación sufrida por las instituciones democráticas y las libertades públicas, en los países mencionados, no son materia de estudio las obras, programas y proyectos que llevaron a cabo los mencionados gobiernos y tampoco las políticas económica e internacional que siguieron, pero sí el fenómeno rampante de la corrupción”

El libro trata, entonces, del cercenamiento de la democracia formal, esto es, las reglas y lo procedimental. Muestra el valor de la formalidad intrascendente para los gobiernos que presumen de revolucionarios. Resulta paradójico que dichos gobiernos, pese a menospreciar las formas, se empeñaron y empeñen en socavarlas.   

En el capítulo 1, Hurtado define el concepto de democracia. Entre sus elementos sustanciales se destaca la limitación del poder, mediante un conjunto de instituciones que configuran el Estado de derecho. La alternancia en el ejercicio de gobierno fundamenta la competencia entre ideología y partidos que es el aspecto medular de la democracia.

Chávez intentó exportar la Revolución Bolivariana y el Socialismo del siglo XXI a otros Estados de América Latina, como lo hizo en Bolivia, Nicaragua y Ecuador.  No tuvo éxito en los que “triunfantes líderes populistas optaron por gobernar dentro de la institucionalidad democrática” Esta no es, pues, una diferencia secundaria. Países como Argentina, Brasil, México, Uruguay, cuyos gobiernos tienen inclinaciones de izquierda no abjuraron de la democracia.

Cualquiera sea el modelo económico a implementarse, el de libre mercado o del Estado regulador, mantenerse dentro de la institucionalidad democrática rebasa los credos ideológicos.  Esto supuso un avance en América Latina. Tras las dictaduras militares que asolaron el Cono sur, se terminó reconociendo que la democracia representativa era la mejor garantía en contra de los autoritarismos de izquierda y de derecha.

Por eso, dice Hurtado, sorprende que tras ese doloroso aprendizaje, haya revivido la fracasada letanía de la vieja izquierda que quedó desautorizada y deslegitimada con el colapso del campo socialista. Son sabias las palabras de Carlos Matus en su carta póstuma a Salvador Allende. “Usted- le dice- fue víctima del ideologismo extremo que dividió a sus partidarios y los incapacitó para adoptar una estrategia y una línea táctica que encauzara coherentemente el gobierno. Usted no pudo ver cómo se derrumbó el mundo que sirvió de guía a un tercio de sus adherentes”

Pese al derrumbe de ese mundo, subsiste el ideologismo extremo que todavía cree que la política es una lucha implacable contra “el imperialismo y el capitalismo neoliberal”, como lo postula el Foro de San Pablo. Tras el fracaso de la experiencia guerrillera promovida por Cuba, Fidel Castro no renunció a la idea de exportar la revolución.  Sólo que ahora, en lugar de llegar al poder mediante las armas, se lo lograría en las urnas, a expensas de la democracia.

Para poner en marcha las transformaciones ofrecidas al pueblo, los mandatarios de esa izquierda resucitada, despejaron todos los obstáculos que encontraron en su camino, comenzando por las restricciones constitucionales, jurídicas, así como las barreras políticas, morales, económicas e internacionales. Su vocación totalitaria no podía admitir la existencia de factores fuera de su control.

Por eso, emprendieron en una demolición programada de la democracia representativa, haciendo tabla rasa de sus elementos constitutivos: imperio de la ley, división del poder, independencia de la justicia, pluralismo político, alternancia en el gobierno, rendición de cuentas, libertades públicas y elecciones libres. Reemplazaron ese orden jurídico e institucional con otro que les otorgara amplias facultades para ejercer el poder sin ningún freno.

Institucionalizaron la represión contra sus opositores, apoyándose más en Gramsci que en Lenin, esto es, valiéndose, no de la eliminación física,  sino de la extirpación de las ideas opuestas al nuevo orden.

Institucionalizaron la represión contra sus opositores, apoyándose más en Gramsci que en Lenin, esto es, valiéndose, no de la eliminación física,  sino de la extirpación de las ideas opuestas al nuevo orden. De ahí la importancia que dieron a la propaganda, utilizada para envilecer a los adversarios. El control y manipulación de la opinión pública y la manipulación de las necesidades y frustraciones populares devinieron en el soporte de su poder.

Los servicios de inteligencia del Estado se convirtieron en mecanismos de persecución contra líderes políticos, dirigentes sociales, periodistas y activistas de la sociedad civil. Intentaron poner a los militares a su servicio, vulnerando su autonomía institucional. Ello lo lograron en Venezuela y Nicaragua. En Ecuador y Bolivia no les fue posible. Quisieron, incluso, falsificar la historia de los países y mentalizar a niños y jóvenes a través de textos de enseñanza, y convertir la educación en instrumento de propaganda y adoctrinamiento.

Los partidos y agrupaciones que se alinearon en esa línea, mal llamada socialista, también se sometieron al dogal del verticalismo impuesto por el líder. Pero terminaron convirtiéndose en cómplices de esta dictadura personalista.

Se crearon condiciones políticas, jurídicas, económicas y judiciales para la entronización y expansión de la corrupción. “Quienes se lucraban con los dineros públicos estaban seguros de que nunca serían investigados, juzgados y castigados”

Esto no habría podido ocurrir si los ciudadanos les cerraban el paso en las urnas. Pero, más bien con sus votos los reeligieron. Sectores alineados con la izquierda les hicieron el juego.  Empresarios grandes, medianos y pequeños financiaron sus campañas electorales. En consultas populares el pueblo dio paso al desconocimiento de la Constitución vigente y la destrucción de la democracia formal. 

El libro Dictaduras del Siglo XXI pone al desnudo una trama política que esconde una burla macabra a la voluntad popular.

[PANAL DE IDEAS]

Marko Antonio Naranjo J.
Alexis Oviedo
Alfredo Espinosa Rodríguez
Fernando López Milán
Pablo Piedra Vivar
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