
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
¿Cuánto tiempo se demorará Guillermo Lasso en llegar al infierno? Pues no mucho, al menos si nos atenemos a la cantidad de buenas intenciones con las que está empedrando el camino. Sus llamados al encuentro y a la eventual reconciliación de los ecuatorianos empiezan a chocar con algunas decisiones que sobresalen por su falta de escrúpulos. Antes de posesionarse ya ha dado muestras de una lógica de la imposición que probablemente será el sello a su administración.
La primera decisión es la ratificación de Ivonne Baki como embajadora en los Estados Unidos. A menos que la señora Baki sea una irremplazable virtuosa de la diplomacia, no hay dónde perderse para entender esa designación. La ratificada embajadora tiene la misión de asegurar la suscripción de un tratado de libre comercio con ese país. Ni más ni menos. Para eso fue a Washington y para eso se ha mantenido en el cargo. El intenso cabildeo con el que ha promocionado su función lo confirma.
Muchos responderán que la firma de un TLC con Estados Unidos se enmarca en la propuesta de apertura comercial indiscriminada que, desde una concepción neoliberal, ha sido defendida a capa y espada por los sectores empresariales afines al primer mandatario electo. En efecto, así es. Pero lo que no mencionan es la diferencia que existe entre relaciones comerciales y subordinación comercial. Porque los TLC están claramente concebidos para operar desde lógicas asimétricas; es decir, en función de los intereses del país más fuerte.
Esta alianza parlamentaria confirma lo que ya se sospechaba. El lisonjeo de CREO con el movimiento indígena, antes de la primera vuelta, fue una simple artimaña, al igual que los llamados a juntar voluntades después del triunfo.
¿Cómo conciliar con aquellos sectores cuya economía será destrozada por este tratado? Lo que está ocurriendo en Colombia evidencia los impactos a mediano plazo de las políticas aperturistas. Colombia lleva una década de aplicación de un modelo comercial que solo ha profundizado las desigualdades y la marginalidad. Que ahora se produzca un estallido social incontrolable no es una sorpresa.
Otra decisión que contraviene el discurso del encuentro y la gobernabilidad es la alianza parlamentaria que acaba de propiciar entre las dos fuerzas políticas que peores antecedentes democráticos y éticos exhiben. Socialcristianos y correístas han hecho gala de una absoluta descompostura en la política nacional. Solo pensar lo que implicaría un acuerdo de ambos partidos para el control de la justicia le pondría los pelos de punta a una calavera.
Esta alianza parlamentaria confirma lo que ya se sospechaba. El lisonjeo de CREO con el movimiento indígena, antes de la primera vuelta, fue una simple artimaña, al igual que los llamados a juntar voluntades después del triunfo. Otra buena intención que terminó diluida en el altar de las conveniencias. En realidad, el pacto de las élites socialcristianas, correomorenistas y lassistas se levantó sobre un condicionante innegociable: la exclusión de Pachakutik de la segunda vuelta electoral… a cualquier costo.
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