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25 de Noviembre del 2019
Ideas
Lectura: 4 minutos
25 de Noviembre del 2019
Fernando López Milán

Catedrático universitario. 

El Centralazo
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¿Qué piensan las dispersas partículas de la masa mientras contemplan el cadáver pisoteado de la chica, y a los heridos que se llevan las ambulancias?

Otra vez la masa. Otra vez el desastre: el fruto necesario de su voluntad sin freno. Otra vez la fuerza como medio. Otra vez el deseo imponiéndose a la razón y al derecho. La masa quería entrar. No tenía derecho a hacerlo, pero lo hizo. Su deseo se cumplió. Se realizó a costa de la vida de una chica de veintiún años y de veinte heridos.

Disuelta después de haber conseguido su propósito, las personas que la conformaron contemplan, vueltas a su condición de individuos, los resultados de sus desafueros. ¿Qué piensan las dispersas partículas de la masa mientras contemplan el cadáver pisoteado de la chica, y a los heridos que se llevan las ambulancias? ¿Se confiesan a sí mismas que son responsables de lo ocurrido o, ahora que ya no forman parte del tumulto, ni siquiera alcanzan a discernir su responsabilidad individual?

No. Seguramente no se sienten responsables, porque algunos, al momento de la irrupción de la muchedumbre en el estadio de la Universidad Central, donde se celebraba el “Centralazo”, estaban lejos de quienes pisotearon a la chica y a los demás heridos. Sin embargo, todos, con su deseo y voluntad, contribuyeron a definir el deseo y la voluntad del tumulto. Ellos sabían del “puertazo” (entrar por la fuerza a un evento). Lo consideraban una práctica legítima. Y estaban dispuestos a llevarla a cabo. Si no pisotearon a la chica y a los heridos con sus propios pies, fueron parte del impulso destructivo que lo hizo.

En todas las actividades humanas en las que aparezca la masa es, por su gran potencial destructivo, un peligro inminente. ¿Cuántas peregrinaciones religiosas no han terminado en desastre, cuántos conciertos en estadios, cuántas movilizaciones políticas?

el tumulto es antidemocrático. Conspira contra el derecho y las autoridades legalmente constituidas, y se expresa mediante la violencia y la ruptura legal

Pese a esto, vivimos un momento en el que la formación y movilización de las masas se alienta por todos los medios. Los empresarios lo hacen, los políticos lo hacen. Se le otorgan todos los derechos y se la reconoce como portadora del poder soberano.

Más allá de la masa no hay a quién apelar, ningún juez al que se pueda recurrir en demanda de justicia. Además, para los que la convocan y sacralizan, los daños que produce no son verdaderos daños, sino actos creadores, de los que surge un nuevo y mejor orden: el de la extinta Unión Soviética o el de Corea del Norte.

El otro día, en una radio de Quito, un exprofesor de la Universidad Central, en referencia a las movilizaciones violentas de octubre de este año, habló, como justificación de lo ocurrido, de “democracia tumultuaria”. Solo que el tumulto es antidemocrático. Conspira contra el derecho y las autoridades legalmente constituidas, y se expresa mediante la violencia y la ruptura legal.

Se alienta la formación de la masa. Se desata su fuerza. Y, como lo característico de esta es el exceso, llega un punto en que es imposible o tremendamente costoso controlarla y reparar los daños que ha provocado. Las pérdidas en Ecuador por el paro de octubre de 2019 superaron los dos mil millones de dólares. La reparación del metro de Santiago de Chile costará 380 millones. Pero los muertos no se pueden reparar.

Los intelectuales, los empresarios, los políticos; los dirigentes corporativos y las autoridades públicas tienen que tomarse en serio este asunto. Y no invocar, imprudentemente, el “santo” nombre de la Masa. Quien invoca su nombre nunca lo hace en vano.

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El Centralazo
 
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