
Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
La pandemia trastocó el mundo. Todos lo sabemos. Lo reordenó, expuso lo esencial e imprescindible y lo distinguió de lo fútil y descartable. Por unos momentos valoró lo que es indispensable para la vida social e individual: la ciencia, el pensamiento, la filosofía, el arte, el cuidado, la producción.... Y a quienes ejercen estas actividades. Tanta perfección fue modificándose y mostró las múltiples paradojas en las que subyacía.
En ese escenario, la entrega de los premios Nobel 2020 a tres científicas y a una poetisa fue un reconocimiento a los aportes de las mujeres a la humanidad en dos ámbitos trascendentes: la ciencia, esta vez las naturales, y el arte, la creación y la estética. De la mano con ello, en paralelo, la evaluación de cuán crucial es el trabajo no remunerado en el hogar, ejercido mayoritariamente por las mujeres, fue otro dato que ya no pudo ser disimulado.
La astrónoma estadounidense Andrea Ghez fue galardonada con el Nobel de física por sus investigaciones sobre los agujeros negros. Fue la cuarta mujer en recibir esta distinción. Le precedieron Marie Curie en 1903; Maria Goeppert-Mayer en 1963, y Donna Strickland en 2018.
La francesa Emmanuelle Charpentier y la estadounidense Jennifer Doudna compartieron el Nobel en química por sus investigaciones sobre la edición genómica, que abren la posibilidad de modificar el ADN y curar enfermedades genéticas, aunque también la de emprender en experimentos carentes de ética. Marie Curie fue la primera científica en recibir este merecimiento en 1911. Su hija Irène Joliot-Curie lo obtuvo en 1935; Dorothy Crowfoot lo recibió en 1964; Ada Yonath en 2009 y Frances Arnold en 2018.
El premio en literatura fue para la poeta neoyorquina Louise Glück. Fue la cuarta mujer en una década en lograr este homenaje junto con Olga Tokarczuk, Svetlana Alexiévich y Alice Munro, y la decimosexta en la historia del galardón.
Las distinciones, halagadoras en todo sentido, evidencian la magnitud de las contribuciones de las mujeres, cuando pueden desplegar sus talentos.
Los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), correspondientes a 2017, indican que el trabajo no remunerado en el hogar representó para Ecuador un valor de 19.880 millones de dólares, equivalente al 20 por ciento del producto interno bruto. Para el mismo año, la participación del trabajo no remunerado en las cuentas nacionales significó el 19,1 por ciento. Esta aportación fue generada por los casi 12 mil millones de horas de trabajo no remunerado que desempeñaron los ecuatorianos. Más de 9 mil millones, el 76,8 por ciento, fue ejecutado por mujeres. Y casi 2.800 millones, el 23,2 por ciento, por hombres.
Lo lamentable es que esa riqueza, no cotizada en dinero ni valorada por todos, se sostenga en la inequidad y en la desigualdad, evidenciadas, sin lugar a dudas, durante la pandemia.
Con la pandemia, miles de millones de mujeres en todo el mundo tuvieron que dejar en suspenso sus actividades remuneradas, o pospusieron sus carreras y su desarrollo profesional para ejercer actividades vitales como son las del cuidado en el hogar.
Con la pandemia, miles de millones de mujeres en todo el mundo tuvieron que dejar en suspenso sus actividades remuneradas, o pospusieron sus carreras y su desarrollo profesional para ejercer actividades vitales como son las del cuidado en el hogar. Algunas tuvieron que recurrir a malabares para poder mantenerse en el ejercicio de sus opciones personales, sin desentenderse de la atención a sus familias. En Ecuador, según información del ministerio del Trabajo, 148.741 contratos firmados por mujeres terminaron por la emergencia sanitaria.
Los renunciamientos se han dado incluso entre mujeres con altos niveles de educación y de formación y experiencia. Por ejemplo, las científicas. Mientras en marzo el mundo se alegraba por el incremento de la publicación de artículos científicos suscritos por investigadoras, para junio la situación se había degradado. Las científicas habían dejado de publicar y de investigar, incluso sobre el coronavirus.
¿Las razones? “La desigualdad en la carga de cuidados y en la distribución del liderazgo”. Esto último ha contribuido a la baja representación de las mujeres en las noticias y en la información, según el reporte global de la International Women's Media Foundation publicado en setiembre. Lo cual se verifica en que la información sobre la pandemia esconde e incluso desecha las voces de las mujeres y sus puntos de vista, por tanto.
Frente a esta realidad, en modo alguna justa, es motivadora la imagen difundida por la científica Gretchen Goldman en Twitter, en la que muestra sus complicaciones cotidianas y su capacidad para superarlas. Lo es porque revela el escenario real en el que ella asistía a sus reuniones virtuales y a las teleconferencias.
Imagen difundida por Gretchen Goldman en su cuenta de Twitter.
Las situaciones que he descrito aluden casi exclusivamente a mujeres con una cierta comodidad socioeconómica, y con condiciones de quedarse en casa. Si tan difíciles han sido sus circunstancias, es fácil deducir cuán arduas son las de las mujeres en realidades opuestas y desfavorables. Y que, por añadidura, han debido soportar la crueldad de estar sometidas a las violencias en sus hogares. El sufrimiento de otros miles de millones de niñas y de mujeres, cuyas vidas están marcadas por el maltrato y por la humillación pueden ser inimaginables.
¿Cuánto la humanidad, las sociedades y las familias se están perdiendo por estas inequidades y desigualdades? ¿Cuál es el potencial de desarrollo, generación de riqueza, bienestar y felicidad que el mundo se priva por los discrímenes a las mujeres? Y ¿cuánto es lo que la misma humanidad, los dirigentes y líderes desaprovechan con la exclusión ya no solo de las mujeres, sino de miles de millones de seres humanos que caerán aun más en su situación de pobreza por esta pandemia?
Un poco, solo un poco, de inclusión, de generosidad, de empatía y de grandeza, cuánto beneficiaría al mundo. Así trastocaríamos el claroscuro en contrapunto: voces diferentes, distintas visiones, pero todas en armonía.
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