
Llegar al poder para acomodar a la pareja, a la familia, a la gallada de la época de la universidad. Rodearse de incondicionales con el pretexto de que son gente de "confianza" y en este país de gente taimada y ambiciosa no puede uno fiarse de nadie. Hermanos en el Gabinete: el uno en una cartera y el otro en otra. Matrimonios en el Gabinete con la misma receta, para evadir la normativa legal sobre el nepotismo. Hijos e hijas acomodados en cargos públicos, como si de familias reales se tratara.
Los gobiernos de Rafael Correa y Lenin Moreno tenían una ética muy laxa a la hora de administrar el Estado. En el correísmo clásico, el de los primeros diez años, se premiaba la sumisión incondicional, como en esas empresas mediocres en donde triunfan los más lambones. Sepan o no sepan, sirvan o no.
Al correísmo clásico, que bebía de las fuentes de nuestra sociedad autoritaria y de castas, no le importaba la competencia tanto como la obsecuencia. Por eso, Correa no veía mal que en su Gabinete hubiera hermanos, aunque en ministerios diferentes. Ni que las parejas sentimentales de funcionarios y funcionarias ocuparan al mismo tiempo, altos cargos en la misma administración. Por algún tiempo, la madre de los dos ministros fue embajadora en un país centroamericano. Derecho al trabajo, le llamaban, meritocracia, alegaban.
La meritocracia de ser parte de la gallada y, sobre todo, de ser incondicional con el líder supremo y gozar de su cotizada "confianza". Así se explican las fiestitas de cumpleaños en los salones de Estado de Palacio, porque el correísmo clásico siempre se vio a sí mismo como un grupete de amigos que había llegado a disfrutar del poder en lugar de a servir.
Correa aplicó también el modelo perverso de ciertas universidades decadentes de nuestro medio: el alumno más adulador, el que más admiración profesa en redes sociales es el mejor evaluado. Y recurrió a eso que llaman la endogamia académica: ocupó los cargos solo con su gente, con los perfecta e indiscutiblemente alineados, pues había aprendido bien esa receta exitosa con la que la que ciertas castas universitarias se aseguran la carrera y las de sus amigos.
En los cuatro años del neocorreísmo morenista, ese que algunos extranjeros despistados creen sinceramente que era la antítesis de la administración anterior, volvió a primar el criterio de que antes que la ética estaba la confianza.
Cuando llegó Moreno las cosas, en este ámbito, cambiaron poco. En los cuatro años del neocorreísmo morenista, ese que algunos extranjeros despistados creen sinceramente que era la antítesis de la administración anterior, volvió a primar el criterio de que antes que la ética estaba la confianza.
Y en el Gabinete morenista hubo un matrimonio: la esposa en una cartera, el marido en otra. El mandatario no dudó en que su hija siguiera siendo funcionaria en una representación internacional del Ecuador. Y cuando se lo cuestionaron, explicó que se lo merecía, pues era hasta abanderada. La cuota diplomática fue el escenario para premios a los incondicionales. Así, el padre de un ministro era embajador, mientras un amigo del presidente de toda la vida terminó de canciller aunque fuera para las últimas semanas del régimen. La madre de otro ministro también tuvo cargo diplomático: la receta del correísmo original replicada en los cuatro años de quien decía llegó para desmontarlo. Al neocorreísmo, a la revolución ciudadana descafeinada, le faltaba también el chip de la ética.
Guillermo Lasso ha anunciado la adopción de un obligatorio Código de Ética del Gobierno que señala que no habrán parientes. Ni amigos. Ni galladas. Y que él único que dará órdenes a los ministros será él. Ha señalado algo que se le olvidó al Ecuador en 14 años de correístas y neocorreístas: pueda que no sea ilegal, pero que las mismas familias se repartan los altos cargos del Estado como que no hay ecuatorianos capaces para el servicio público es indecoroso.
Que en lugar del retrato oficial del presidente en las oficinas y embajadas pongan un paisaje de Galápagos es intrascendente. Lo importante es que dejemos de normalizar que el servicio público en el Ecuador dependa de cuán incondicional, pariente o pareja de quienes están en el poder se sea. Colocar en cargos de libre remoción a personajes políticos, a técnicos o a quienes han hecho trabajo proselitista se puede entender. Pero que alguien llegue a ministro porque es el incondicional hermano o la confiable pareja de otro es algo que esperamos no pase nunca más.
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