
El correismo, herido de muerte, hará lo que tanto decía aborrecer: calentará las calles. Ayer ya convocaron a decenas de personas a las afueras de Carondelet para gritarle de todo a Moreno, su copartidario. Le dijeron desde traidor hasta oligarca. Lo mismo viene sucediendo pocas semanas después de que se posesionara en el poder. ¿Por qué?
Jorge Glas, el caballo de Troya de Correa al interior del gobierno de Moreno, se quedó sin funciones después de la divulgación de unos audios judicializados en Brasil en donde se lo incrimina directamente en el delito de cohecho por recibir de Odebrecht 14 millones de dólares en sobornos. La decisión la tomó el presidente de la República como una forma de tomar distancia con su vicepresidente y con esa facción del correismo caída en desgracia.
Según la Constitución, las funciones del vicepresidente se resumen a reemplazar de manera temporal o definitiva al presidente en caso de ausencia y a cumplir con las delegaciones que éste le asignara. Ayer, Glas se quedó sin estas últimas pues Moreno derogó el decreto que le asignaba funciones directivas en la administración pública. Con esto le queda solamente la facultad constitucional de la sucesión temporal o definitiva. ¿El “todo poderoso Glas” estará dispuesto a convertirse en una figura insignificante del régimen?
Sin asesores, funcionarios, bienes, atribuciones, privilegios, ni recursos, el vicepresidente fue reducido a una figura decorativa. Proveniente de la facción más fanática del correismo, seguramente Glas y sus encubridores querrán reaccionar. Intentarán dividir las facciones internas de la Alianza Pais, azuzar sus diferencias con intrigas, encender los resentimientos, provocar enfrentamientos y sembrar el caos para la desestabilización del gobierno. Buscarán crear las condiciones para hacer lo que mejor saben: dar golpes de estado. Por eso necesitan estigmatizar a Moreno como un traidor.
“El vicepresidente de la República es un conspirador a sueldo”, dijo, en 1968, el entonces presidente de la República, José María Velasco Ibarra, refiriéndose a Jorge Zavala Baquerizo, quien ocupaba la segunda magistratura del país. Ese año, aunque Velasco ganó la presidencia, su compañero de fórmula Víctor Hugo Sicouret Pazmiño, no alcanzó los votos suficientes porque entonces no se votaba por binomio a las primeras magistraturas del Estado, y Zavala, representado en otra papeleta ganó la vicepresidencia, escribe Silvia Coello en una nota de 2003.
La solución llegó con la Constitución de 1978 que introdujo la elección del binomio bajo la misma fórmula electoral. Pero ¿qué sucede cuando el binomio está compuesto por personas de sectores en extremo disímiles y hasta enfrentadas dentro del mismo partido político?
Jorge Glas anunció que recorrerá el país “subido en su camioneta”. ¿Para qué? ¿Para contar su versión de los acontecimientos y defender su honra? No. Saldrá a buscar apoyo en los clientes del correísmo, a armar grupos de movilización y choque, a buscar sembrar el descontento y a crear un clima de protestas que desconozcan a Moreno como presidente. En resumen, saldrá a buscar la desestabilización del régimen de su copartidario y a buscar un golpe de estado. ¿Por qué? Glas no quiere el papel del subalterno, el de la insignificancia política. Después de ser el ministro y el vicepresidente más poderoso de la revolución, lo que le deparaba es la presidencia, con o sin votos o carisma. Glas quería ser el Michel Temer de Ecuador.
¿Igual que Zavala, en la época de Velasco Ibarra, Glas exigirá una oficina con burócratas bajo la amenaza de instalar un escritorio en la Plaza de la Independencia acompañado de un patético rótulo que diga, vicepresidente del Ecuador? No. Después de una década en el poder, hay un gran tejido de redes de clientes fanatizados por favores, cargos, sueldos y prebendas de las que Glas y las facciones más violentas de correismo querrán echar mano. Son los mismos que justifican el caos de Venezuela y la masacre de opositores como de oficialistas bajo el clima de violencia del gobierno de Nicolás Maduro. A esos les importa un rábano la democracia y querrán recuperar el poder aun a costa de convertirnos en otra Venezuela. Glas se ha convertido en un conspirador a sueldo.
Es el merecido final de una fantasía de revolución que sus cultores prometían que duraría 100 años. Lo que queda es una cuadrilla de conspiradores que patalean frente a tres principios incontestables de las democracias modernas: la alternabilidad en el poder, la responsabilidad republicana y la transparencia.
Chao revolución.
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