Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Los regímenes autoritarios tienen una especial fobia por la creación intelectual. Es decir, por todos aquellos procesos del pensamiento que no se ajustan a dogmas establecidos o a imposiciones formales. Todo lo que se sale del libreto oficial es visto con suspicacia y desconfianza. Estos gobiernos no recelan de la crítica o la disidencia, sino de la agudeza mental.
En su apasionante recorrido por la historia de la Escuela de Fráncfort, y de la implacable persecución del nazismo a sus principales integrantes, Rolf Wiggershaus sostiene que las purgas de docentes y científicos en las universidades alemanas en los años 30 solo podían explicarse “por el odio de Hitler y los nacionalsocialistas a todo lo intelectual y cualquier actividad científica que no sirviera directamente a la ideología y la estrategia nacionalsocialistas”. La imposibilidad de la intelectualidad nazi de equipararse con la producción teórica de los pensadores críticos, sobre todo de izquierda, se resolvía mediante su eliminación física o profesional.
Mutatis mutandi, diez años de correísmo constituyen el intento más perverso por aplicar esta fórmula en el Ecuador. No es novedoso, pero sí tiene algunas especificidades: ha sido sistemático y cuidadosamente planificado, ha estado encabezado personalmente por el propio Correa, y ha operado particularmente en dos ámbitos: la academia y la comunicación social.
En el caso de los medios de comunicación, la asignación de frecuencias cierra la pinza de esta persecución. Y sus destinatarios tienen una identidad común: hacer buen periodismo. Más que por su actitud crítica o por su posición ideológica, el régimen correísta los acosa por su capacidad. Ni Rafael Correa ni los demás jerarcas del correísmo soportan la inteligencia, la sagacidad periodística, la ética profesional y la valentía. Frustrados porque los medios de comunicación correístas no han logrado desplazar a estos medios tradicionales de la preferencia ciudadana, ahora buscan desaparecerlos.
Un caso ejemplifica esta obsesión correísta por la mediocridad: el acorralamiento a tres radioemisoras con una trayectoria que, a diferencia de la grandilocuencia con que el oficialismo designa a sus obras (desde la pavimentación de una calle hasta la presentación de un vulgar informe), sí pueden ser calificadas de históricas: Visión, Exa-Democracia y Ondas Azuayas.
¿Qué tienen en común estas tres radios? Pues que se han convertido en patrimonio de la radiodifusión ecuatoriana. A tal punto que hasta los correístas no enceguecidos lo reconocen. Desaparecerlas es una afrenta a la audiencia radial ecuatoriana, particularmente la de Quito y Cuenca.
Un acto de sensatez por parte del gobierno saliente es mucho pedir. Una década de atropellos e irracionalidad en contra del periodismo nacional bloquea toda expectativa. Tal vez el nuevo gobierno entienda que el buen periodismo no se consigue eliminando a los mejores para favorecer a los incondicionales y sumisos.
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