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8 de Junio del 2020
Ideas
Lectura: 6 minutos
8 de Junio del 2020
Aparicio Caicedo
Guayaquileño, es Phd en derecho por la Universidad de Navarra (España). Ha sido investigador en dicha universidad y en la de California en Los Ángeles (UCLA). Director Ejecutivo de Ecuador Libre y profesor en la UDLA.
El crimen lógico
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La imagen del policía con su rodilla apoyada en la garganta de George Floyd debe indignarnos porque es algo deshumanizante. No hay justificación que valga. Pero tampoco nada justifica la campaña de violencia que se está viviendo en Estados Unidos, o la que vivimos en Ecuador el año pasado, o lo que pasó en Chile.

El nivel de violencia en el cual degeneraron las protestas por el escabroso homicidio de George Floyd alcanzó niveles críticos. Circulan imágenes que parecen sacadas de una escena de The Walking Dead: autos y edificios en llamas, negocios arrasados por “guerreros de la justicia social” que han llegado a linchar a sus propietarios. Decenas de cabildos y estados han aplicado toques de queda y desplegado a la fuerza pública.

Y aquí es donde entra, como es normal, la polémica ideológica. Cuando se exclama indignación por esa campaña de violencia no falta el lince analítico que sale a relativizarlas o justificarlas con alguna frase que contiene palabras como violencia, opresión o racismo acompañadas de adjetivos como “sistémico” o “estructural”, de forma tal que las golpizas callejeras y fogatas con lo ajeno pasan a ser una suerte de legítima defensa. Es una trampa argumentativa que muchas personas—particularmente periodistas e intelectuales—usan a la ligera para luego quedarse con la barriguita llena de superioridad moral.

Hay un ensayo de Albert Camus que leí nuevamente para inspirar este artículo, El hombre rebelde. El argelino desarrolla ahí un concepto muy pertinente, el de “crimen lógico”, aquel que se comete con una coartada filosófica, “que puede servir para todo, hasta para transformar a los criminales en jueces”. 

El término “sistémico” se ha convertido hoy en esa estratagema justificatoria del crimen que exploró Camus, básicamente porque cualquier correlación estadística incierta —reparto de la riqueza, índices educativos, niveles salariales, etc.— puede ser considerada indicio de violencia o racismo “sistémico” en el florido mundo conceptual de la critical theory, que sirve de combustible ideológico a grupos radicales como Antifa. Así se enjuagan moralmente la destrucción de establecimientos y las palizas a quienes reclaman, como se hacía con los recurrentes pogromos contra los judíos en Europa. Algo parecido sucedió también durante octubre de 2019 en Ecuador con los secuestros de policías y periodistas, y después en Chile, donde se quemaron edificios, comercios e iglesias en nombre de la rebelión contra la injusticia “sistémica”.

La imagen del policía con su rodilla apoyada en la garganta de George Floyd debe indignarnos porque es algo deshumanizante. No hay justificación que valga. Pero tampoco nada justifica la campaña de violencia que se está viviendo en Estados Unidos, o la que vivimos en Ecuador el año pasado, o lo que pasó en Chile

La trampa argumentativa es burda, pero eficaz. Para cualquier gentil, la violencia solo se justifica cuando es necesaria para defenderse de agresores, lo que se conoce como “legítima defensa”. Si el vecino me apunta con una pistola con ánimo de matarme, pues tengo derecho a retaliar por cualquier medio necesario para evitar que me dé el vire. Pero si empiezo a convertir el término violencia en un bolsillo de payaso donde entra todo, pues sucede que basta con que él gane más que yo para que me sienta con derecho a quemar su casa al grito de “opresión”. Y esto que suena tan absurdo es exactamente lo que sucede cuando vemos que alguien intenta quitarle peso a la condena moral de la violencia masiva diciendo que “el origen de todo es violencia/racismo/discriminación sistémica”.

Así, lo “sistémico” deriva en un churichurinfunflais sociológico, una palabra clave que significa nada y todo a la vez, que legitima la violencia real como respuesta a todo aquello que nos parece condenable del mundo. Y la mejor parte es que si no lo ves así, según los acólitos más sofisticados del término, eres parte del sistema opresivo porque no tienes “conciencia crítica”. Te conviertes en una especie de Neo que eligió por conveniencia tomar la pastilla azul y seguir cómodo en la Matrix del privilegio. Se presume tu culpa por no querer despertar. Ahí no hay debate racional posible.

Y no quiero con esto negar algo evidente: todo incidente violento normalmente expone fenómenos complejos que es necesario investigar y analizar. El violador puede haber sido golpeado de niño, el ladrón quizá tuvo un hogar donde no lo querían, y anda a ver qué traumas tendrá el asesino y en qué circunstancias se crió. Pero no por eso la violación, el robo o el asesinato dejan de ser lo que son: actos inmorales que ninguna sociedad debe tolerar, porque las víctimas no están para servir de desfogue sicológico a nadie.

La imagen del policía con su rodilla apoyada en la garganta de George Floyd debe indignarnos porque es algo deshumanizante. No hay justificación que valga. Pero tampoco nada justifica la campaña de violencia que se está viviendo en Estados Unidos, o la que vivimos en Ecuador el año pasado, o lo que pasó en Chile. Porque esos actos de barbarie nos deshumanizan también, y generan mucho daño a gente inocente. No importa cuánto nos guste intoxicarnos por esa nube de falsa sofisticación intelectual que transforma a los criminales en héroes; lo único que logramos con ello es erosionar principios básicos para la convivencia pacífica. Camus lo tenía claro.

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