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7 de Julio del 2016
Ideas
Lectura: 5 minutos
7 de Julio del 2016
Consuelo Albornoz Tinajero

Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.

El cuco y el miedo político
Las características del miedo, asegura el profesor Corey Robin, lo vuelven útil para una minoría, que suele beneficiarse de su existencia, e instrumentalizarlo a su favor, aunque perjudique a las mayorías que pueden ser sus víctimas y mantenerse como tales si el miedo se perpetúa.

Terrible que haya individuos que se jacten de suscitar miedo, terror, pavor.  “Ni me busquen mucho, me les presento en el 2021 y si no aprueba la transitoria la Corte Constitucional, me les presento en octubre, depende del nivel de bravuconería de los de siempre", ha dicho el presidente Rafael Correa.

Las expresiones, publicadas en el periódico del Ejecutivo, son casi una paráfrasis del infantil  “ya viene el cuco”, tendiente a suscitar la estampida de los niños, aterradores de que aparezca ante ellos este ser imaginario. Según el cronista guayaquileño Rodolfo Pérez Pimentel el cuco, en la tradición ecuatoriana, es el “asusta niños”, al que las madres invocan para conseguir que sus hijos tomen la sopa.

¡Cuidadito con portarse mal! Mejor se me están quietitos y calladitos. Ni se les ocurra denunciar, reclamar, protestar, dejar el silencio y la pasividad.  Y menos aún que alguien se atreva a propiciar alianzas. ¡Porque viene el cuco!

¿Quién tiene miedo?

Otro personaje que convoca al cuco es el jefe español de Podemos, Pablo Iglesias. En un video de okdiario, el dirigente expresa su congoja por la caída del muro de Berlín porque ello eliminó un acervo de miedos en el mundo.

Iglesias parece gustar del miedo por los efectos que supone causa. Lo considera un dispositivo social disciplinante. Y crucial para los cambios. Está convencido de que fue el miedo el elemento que motivó el Estado de bienestar, la demanda de justicia social y la lucha por la equidad. Por ello, la caída del muro de Berlín fue un pésimo acontecimiento porque eliminó el miedo al comunismo y significó el principio del fin de la Unión soviética y con ello la desaparición de estos dos cucos.

Toda conquista requiere del miedo, es lo que sostiene Iglesias. El valor que se despliega en la lucha social, la valentía que entraña la solidaridad, la persistencia en el esfuerzo, y la creatividad y la alegría con que mucha gente se involucra en acciones colectivas serían insignificancias. El miedo sería lo central y el único incentivo para la gestión.

Por supuesto, los pedagogos del horror, los auspiciadores de los cucos piensan en otros usos cuando hablan del miedo. Usos políticos para mantener la opresión, el dominio y la censura, o promover la manipulación, como los describe el politólogo Norberto Lechner. Porque vivir el miedo erosiona y debilita el vínculo social. Puede consolidar la desconfianza y destruir las relaciones.

Las características del miedo, asegura el  profesor Corey Robin, lo vuelven útil para una minoría, que suele beneficiarse de su existencia, e instrumentalizarlo a su favor, aunque perjudique a las mayorías que pueden ser sus víctimas y mantenerse como tales si el miedo se perpetúa.

La preservación del miedo puede pretenderse mediante legislación, prácticas, políticas y hasta propaganda. Pero nunca es un objetivo posible de modo permanente: algún momento se acaba. Y cuando se debilita y comienza a desfallecer, el miedo empieza a evaporarse y los ciudadanos “dejan de prestar atención a las alertas naranjas y rojas” afirma Robin. Se abren ante sus ojos otros paisajes y la tranquilidad acaba por acudir. Perdieron el miedo y aunque los gobiernos traten de recuperar su capacidad de espantar, incluso con la represión, es difícil que lo consigan. El miedo que provocaban era lo que los magnificaba. Una vez desleído ya no queda nada.

Y es lógico, porque, como agrega Lechner, el miedo es un “malestar social” que “habla de nosotros”, y actúa como un espejo, pues delata nuestras vulnerabilidades. El miedo nos revela, nos descubre. Evidencia nuestra fragilidad y nuestras inseguridades.

Cuando el amedrentador se transforma en el atemorizado, es cuando estamos comprendiendo al miedo, y hemos emprendido el camino para enfrentarlo y superarlo. De ahí a ganar en libertad de acción, como nos invita el filósofo de la escuela de Frankfurt, Erich Fromm, es cuestión de unos pasos más. El siguiente es asumirnos como individuos, responsables de nuestros actos y de nuestras decisiones: la antesala del ejercicio de la ciudadanía.

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