
Consultor político, experto en comunicación electoral y de gobierno. Docente de la Universidad Andina Simón Bolívar
Afuera el clima es incierto. Se menea entre un sol desabrido y un frío encapotado. Es temprano. El silencio va cediendo poco a poco su imperio, al ladrido de los perros de siempre y al ruido de la primera eyaculación de vehículos motorizados que compiten por llegar primero a la yarda siguiente. Adentro, en las casas, o en las cabinas de los automotores, las radiodifusoras emiten sus señales vespertinas a la caza de los madrugadores, cuyo día será programado, sin que se den cuenta, sin que quieran saberlo, con los luctuosos acordes de consabidas lamentaciones andinas, o con las noticias somnolientas cobijadas en los periódicos de ayer, las cuales son leídas por los locutores del primer turno.
El olor a café y a ducha presurosa ambienta las voces edulcoradas de la pareja de presentadores de televisión, que se dispersan por el ambiente y anuncian los temas de interés y los nombres de los primeros entrevistados. El culebrón de la patria debe continuar. Es el fin de la “década ganada” y el principio de la incierta transición.
A esa obligada mutación de la formalidad política, Ecuador llega luego de diez años, como una sociedad fragmentada, enemistada, escéptica y confundida; hostigada por el evangelio propagandístico incesantemente repetido, que en el correato fue capaz de fraguar un tiempo de vuvuzelas y pasamontañas, y de atropellarlo todo, hasta las formas de respeto más elementales para clasificar a las mujeres en “mal culeadas”, “sumisas” y en “histéricas”. En la era del “Buen Vivir”, el léxico machista de prepotentes populistas que han medrado del poder en el “cambio de época”, es bien visto por sus gentiles “Diosas del Olimpo”, o por las desapercibidas que en una década solo pudieron aspirar a ser llamadas “compañeras”.
Las otras, las indeseables, son en ese precario diccionario pseudo radical, las “peluconas”; esas “ignorantes” que se negaron a bailar al son de la demagogia en el campo del activismo civil y la política militante; o las que se atrevieron a rechazar la presencia de abusivos en los restaurantes frecuentados por ellas, y en los que ciertos cesantes bien pagados de la patria grande nunca soñaron almorzar.
Los varones “opos” (no les alcanzó la neurona para deletrear opositores), en cambio, en ese breviario de sagaz genialidad léxico política que la revolución ciudadana ha editado con infinito amor intelectual, hemos podido ser ”tipejos”, “vendepatrias”, “enanos”, “mala fé”, y más de un centenar de otros calificativos negativos similares. Los buenos son llamados simplemente “compañeros”.
Parecería ser que en el mundo de las representaciones semánticas de esa década imaginaria, cuando “avanzamos patria”, lo que definió a un cualesquier o a un granpendejada en el imaginario socialista del siglo XXI y sus fieles convencidos, fue la capacidad de cada cual para blanquear los ingresos obtenidos y pasar de agache. Si alguien no lo consiguió, resultó el gil condenado a las hirvientes pailas de Miami; sentenciado a purgar su falta de coherencia y lealtad con “el proyecto” junto al puñado de “errores de buena fe”.
Para esos desafortunados expulsados del edén, la prístina gallada verde flex, con sus castos sacerdotes y vírgenes sacerdotisas cuidadoras del dogma y la verdad revolucionaria, no puede conceder perdón; tan grave es su falta que tras diez años de pulir vidrio, por primera vez en la arena de la falacia y la retórica refundacional se practicó un juicio político con todas las de ley: comparecencia previa, alfombra roja, tarima, show, estrechón de manos estilo bacán del barrio y hasta votación!
De ahora en adelante, los “compañeros”, están obligados a tener más cuidado con poner sus “manos limpias” en el fuego de sus “corazones ardientes”, por alguien que pudiese luego aprovecharse de su nobleza.
Más allá de tales circunstancias, entretiene mucho el mirar cómo, a través del lenguaje y de los medios que son escogidos para transmitir los mensajes en esta coyuntura, las dos fuerzas en pugna, “correistas” y “morenistas”, se enfrentan por razones y convicciones de diversa intensidad y origen.
El burdo y siempre muy limitado discurso del expresidente y sus allegados, resuma hostilidad y reproches contra el nuevo mandatario. El híper sumo controlador de la agenda pública, ahora ha vivido un infierno, al verse obligado a refunfuñar en twetter y en los mismos medios públicos que una torpe y pérfida estrategia comunicacional dejó sin lectores ni audiencias mínimamente importantes. Ahora, aferrado a un hashtag forzado, respira aliviado unas pocas bocanadas de buen vivir, cada vez que los “medios corruptos” le prestan atención; no importa que ello no se deba a que recogen sus inteligentes o constructivas declaraciones sobre temas trascendentes para el país. Eso es lo de menos, lo que parecería interesarle vivamente es continuar vigente en la esfera pública; pelear el espacio y el plato. Paradójicamente se ha vuelto parte de aquel contenido amarillista, un trozo más de la basura noticiosa que con tanto empeño combatió cuando reinaba a placer.
Del otro lado, las declaraciones eventuales, medidas en el tiempo, y a veces hasta ingenuas en su contenido, abren brechas y quebradas en el fanatismo de quienes confunden el interés del partido, con el interés del Ecuador, pero también son seguidas de actos que confunden y desorientan a quienes no estamos directamente involucrados en el fuego cruzado.
En política se dice que lo que no se ve, no existe. Los actos de la comunicación no son suficientes por sí solos, a menos que vayan de la mano con los actos de la política. Va siendo hora de que ciertas señales de cambio, les sigan acciones más trascendentes que comuniquen certezas, que despejen la opacidad con la que una sociedad muy susceptible está lidiando. La ley de comunicación, las amnistías, las leyes de herencia y plusvalía, los cambios en los organismos de justicia, control y fiscalización, el ingreso a las universidades, son solo algunos temas urgentes, sin mencionar el del manejo económico.
Mientras tanto, afuera el clima —como la oposición liderada por el exjefe de jefes y sus precarias diosas de su Olimpo desvencijado— huele a rancio, y amenaza con vientos turbulentos capaces de enredar cometas en un verano que parece ser de a perro.
Basta de culebrones.
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