
Profesora universitaria, investigadora y periodista, con un doctorado por la Universidad Nacional del Cuyo, de Argentina.
La centralidad de la propaganda emergió en la campaña electoral de 2006, cuando la llamada revolución ciudadana aspiraba a ganar la presidencia ecuatoriana. Desde entonces hubo quienes la consideraron “creativa”, “novedosa” y se afanaron por aclamarla. Fueron casi inexistentes las críticas a toda la violencia que evocaban aquellos spots sobre el “correazo”, por citar un caso. Al contrario, aquellas piezas publicitarias fueron recibidas con beneplácito y hasta con admiración. No advirtieron o prefirieron ignorar, todo el machismo, patriarcalismo y autoritarismo que explícita e implícitamente evocaban "El Correazo 1", "El Correazo 2".
Luego la propaganda solo siguió su curso. Se extendió. Primero fue contra los periodistas, luego contra los ecologistas infantiles, más tarde contra los izquierdismos trasnochados, los estudiantes malcriados, por anotar unos cuantos ejemplos. Hoy ¿quién falta? ¿Alguien se ha salvado de la arremetida de la violencia de la RC?
No obstante, este febrero de 2016, más exactamente este bisiesto 29 de febrero, ha sido la ocasión para que la propaganda correísta se descubra, se muestre en su desnudez y se exponga más allá de las fronteras patrias.
El hecho que la ha evidenciado es el horrendo asesinato de dos niñas argentinas, originarias de Mendoza, en una playa ecuatoriana.
“Vivir en Ecuador es cada vez más seguro” publicó el ministerio del Interior el 27 de febrero, en su cuenta de Twitter. “Ecuador es el segundo país más seguro para vivir, en Latinoamérica” afirmaron voceros gubernamentales en octubre pasado. “Ecuador es un país más seguro para el turista” lo aseveraron en julio de 2014.
Los tres titulares demuestran el alcance de la propaganda gubernamental y cuán distante es ella de la realidad. Pues si nos atuviéramos a las consignas divulgadas por el correísmo, el pavoroso crimen contra las dos niñas mendocinas no ocurrió. Y si fue perpetrado, ninguna responsabilidad la tuvieron las autoridades del régimen. Si hubiera culpables ellas serían las dos víctimas pues, como sostienen los trolls del correísmo, “para qué viajaban solas”.
La mentira en la propaganda política y en la publicidad (1982), el clásico de Guy Durandin, estudia el objetivo de la propaganda y de la publicidad, el de “modificar la conducta de las personas a través de la persuasión, es decir sin parecer forzarla”. Los repertorios de ambas actividades es amplio. Una opción es la producción de informaciones falsas, otra la de propagar informaciones parciales, seleccionadas para desinformar, y una tercera, quizá la peor, es la ocultación de hechos. Es la más reprochable porque impide toda defensa, e inhabilita acudir a “otros medios” para resguardarse.
Para Durandin, esta es la forma más eficaz de propagandizar, rinde aún más que apelar a sentimientos, es aún más demoledora. En especial cuando los profesionales de la publicidad y de la propaganda “vuelcan en ello toda su competencia”. Así podemos entender la persistencia del correísmo en preservar la opacidad y la política de obstaculizar el acceso a la información pública, no solo a los periodistas sino a todo ciudadano.
Sin embargo, hasta las propagandas más eficientes tienen sus costuras y cuando son contrastadas con la realidad destapan su debilidad y su fragilidad.
En efecto, la trama difundida sobre las supuestas investigaciones de los presuntos femicidios en Montañita expone la precariedad de la propaganda. El libreto no se sostiene en los hechos es la idea que prevalece en las redes sociales y en los medios argentinos.
La Nación de Buenos Aires publica varias notas sobre el caso, que ha indignado a la Argentina, y en particular a la sociedad mendocina, de donde provienen las dos chicas.
El perfil de las jóvenes, su actividad de voluntariado y de compromiso social no concuerdan con el que, entre líneas, se insinúa. Es tan grosero el entresijo oficial que resulta no creíble. Revela además cobardía pues encierra la pretensión de desdibujar la memoria de las dos turistas, básicamente por ser mujeres. Un video de YouTube presenta la posición de las familias afectadas y por qué discrepan de la versión oficial.
La propaganda puede ocultar o maquillar la realidad por un rato. No eternamente. Puede ser verosímil. Tal vez sea fácil para los aparatos de publicidad y de propaganda crear guiones, difundirlos, incluso conseguir que mucha gente los crea. Pero, a la final siempre se terminan descubriendo sus vacíos. Tienen “patas cortas” y “nariz larga”. Si no, recordemos el caso de los 43 de Ayotzinapa, desaparecidos en Iguala. O el del fiscal Nisman, en Buenos Aires.
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