
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Da la impresión de que para Donald Trump no existió ni la Revolución Cubana, ni la guerra de Vietnam, ni el triunfo del fundamentalismo islámico en Irán. Es decir, aquellos hechos (solo por mencionar algunos) que marcaron hitos históricos porque respondieron a la torpeza de la política exterior de los Estados Unidos.
En su primitivismo político, Trump pretende reeditar las añejas estrategias coloniales del garrote y la zanahoria. De la sanción y el premio. Renuncia a cualquier medida de negociación que ponga límites razonables a su imaginario hegemonista. Atropella. Impone.
El pasado domingo, una nota del New York Times daba cuenta de las presiones ejercidas por la delegación gringa en la Organización Mundial de la Salud para que el Gobierno ecuatoriano desistiera de apoyar una resolución a favor de la lactancia materna. De por medio hubo amenazas para restringir las ventajas comerciales y militares que supuestamente estarían ofreciendo los Estados Unidos al Ecuador. Se trató de un auténtico chantaje.
Por fortuna, la medida no pasó, pero dejó en claro que la política exterior de Trump no se anda por las ramas. Así lo confirman decisiones como la guerra comercial con China, la construcción del muro en la frontera mexicana, el boicot a la Organización Mundial de Comercio, los desaires a sus aliados europeos o el apuntalamiento de la dictadura orteguista en Nicaragua. Todo por asegurar los intereses corporativos de su gallada.
La ignorancia de Donald Trump no es una novedad, como tampoco lo es la audacia de muchos de sus colaboradores cercanos. El problema radica en que la combinación de ignorancia con audacia es, en política global, un auténtico explosivo. Peor aun tratándose de la primera potencia militar del planeta.
La arbitrariedad imperial de los Estados Unidos durante el siglo XX sembró de tragedias el planeta entero. Sobre todo, en aquellas regiones consideradas como adminículos de su supremacía. El sentido colonial de esas políticas no fue una invención de la izquierda. Fue real. Esas políticas vulneraron vidas y derechos de millones de seres humanos, con el único propósito de asegurar grandes negocios privados.
Y Trump cree que el mundo sigue siendo igual que hace un siglo. Poco importan las derrotas sufridas por su propio país, o las catástrofes humanitarias y políticas provocadas por la arrogancia y la estupidez de sus predecesores. Poco importan los equilibrios globales que forzosamente se construyeron para rectificar esos errores. Poco importan las luchas de liberación de tantos pueblos sometidos. Trump delira. Quiere volver a dar órdenes como en una plantación de algodón.
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