
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Mal negocio está haciendo Leonidas Iza al meterse en pelea de compadres. Detrás de Lasso, Nebot y Correa operan intereses económicos poderosos, concretos y, sobre todo, confidenciales. Si Iza no es parte de la argolla, lleva todas las de perder.
El movimiento indígena es un fenómeno que interpela al poder desde dos racionalidades particulares. Por un lado, tiene la capacidad para salirse de la política formal; es decir, mediante levantamientos y movilizaciones, puede llevar las disputas políticas al espacio público, a la calle. Por otro lado, con su proyecto de Estado plurinacional cuestiona la principal injusticia histórica y estructural del país.
Que el gobierno haya incluido a Iza en el triunvirato de la conspiración no es gratuito. Debilitar al movimiento indígena ha sido una necesidad para los intereses de las élites. Solo toca pensar en la propuesta de expansión de las fronteras minera y petrolera para entender que los pueblos y nacionalidades indígenas son un escollo para los afanes de los grandes grupos empresariales, tanto internos como externos.
Los socialcristianos buscarán gobernar desde el chantaje al gobierno de turno. Los correístas, por su parte, tienen claro que la evasión de la justicia es su único horizonte. Los lassistas, a su vez, consideran que tienen el derecho de repartir la torta de las finanzas públicas a pesar de su debilidad intrínseca.
El peso del movimiento indígena ecuatoriano radica en su proyección estratégica. Una trayectoria centenaria no puede encogerse al calor de las coyunturas. Sería como meter un río en un embudo. Las inevitables contingencias de la política cotidiana tienen que encuadrarse en una visión de largo plazo.
Quedarse con el árbol impide abarcar el bosque. Y el mayor peso del movimiento indígena ha sido la necesidad de obligar a la sociedad ecuatoriana a pensar en un nuevo pacto social, no únicamente a preocuparse por sus penurias inmediatas.
Que socialcristianos, correístas y lassistas se estén peleando a dentelladas la mortaja de un Estado moribundo no llama la atención. Cada una de esas tiendas políticas tiene su quintaesencia, sus cálculos, sus apetencias. Pero que Pachakutik y la CONAIE entren en esa disputa puede resultar catastrófico. A fin de cuentas, con errores y metidas de pata, ambas organizaciones todavía conservan una imagen reivindicativa que sacude la conciencia –y genera simpatía– de gran parte del país. Los últimos resultados electorales, a propósito de la candidatura de Yaku Pérez, son un buen termómetro de este ánimo general. Por eso mismo, tampoco es casual que socialcristianos, lassistas y correístas se confabularan para excluirlo de la segunda vuelta.
El escenario es bastante obvio. Por enésima vez, los socialcristianos buscarán gobernar desde el chantaje al gobierno de turno. Es lo que llevan haciendo desde que volvieron al poder con León Febres Cordero. Los correístas, por su parte, tienen claro que la evasión de la justicia es su único horizonte. Ya lo evidenciaron con su intención de crear una comisión de la verdad espuria para evaporar sus delitos. Los lassistas, a su vez, consideran que tienen el derecho de repartir la torta de las finanzas públicas a pesar de su debilidad intrínseca.
Si el movimiento indígena quiere mantener sus referentes y sus proyecciones, tiene que marcar distancia con estas lógicas políticas vetustas, descompuestas y, sobre todo, escurridizas.
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