
Catedrática de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Católica de Quito
Aún en el contexto de la Asamblea Constituyente de Montecristi, el gobierno en la persona del presidente Rafael Correa comenzó a dar muestras de su poca disposición a dialogar. Hay que recordar que cuando se trataba el reconocimiento del Estado ecuatoriano como plurinacional se evidenció la incapacidad del primer mandatario para escuchar las voces distintas, tanto así que las organizaciones indígenas tuvieron que movilizarse a Quito para presionar que se cumpla su histórica demanda.
Algo parecido sucedió con el tema del mandato agrario que las organizaciones campesino-indígenas presentaron a la Asamblea.
Lo cierto es que a partir de la aprobación de la nueva constitución del 2008, el gobierno de la “revolución” y la “participación ciudadana” dejó de oír a los ciudadanos, no se diga a las organizaciones y movimientos sociales y políticos que le había llevado al poder. Se erigió en el Yo puedo, Yo decido, Yo pienso, Yo hablo, Yo mando, Yo castigo. Encerrado en una peligrosa mismidad, el gobierno del Alianza PAIS, reducido y comprimido en Rafael Correa, se ensordeció al tiempo que silenció o intentó silenciar a toda la sociedad. Las otredades (políticas, culturales, ideológicas) fueron prácticamente sitiadas y condenadas al silencio, mientras el gobierno de la RC se enclaustraba en su egoísmo y construía la “verdad” que se imponía a las otredades, a quienes se quería transformar en mismidades que alimenten su yo mismo, es decir su poder de dominación.
El silencio al que se quiso condenar a la sociedad requirió la construcción y ejecución de una política de Estado que contempló la elaboración de un cuerpo legal, que como la Ley de Comunicación, el nuevo Código Integral Penal, el Decreto 016, entre otros, coartan la acción comunicativa de la sociedad. Basados en estos instrumentos jurídicos de control social se puso en marcha una política de criminalización de la protesta social con la que se ha perseguido, apresado, enjuiciado y encarcelado a dirigentes sociales que no coinciden con el proyecto gubernamental; una política de vigilancia, censura y sanción penal a medios, periodistas y caricaturistas que no se hacen eco del monólogo del poder; una política de persecución, vigilancia y destrucción de organizaciones no gubernamentales y políticas consideradas “peligrosas” para los intereses del gobierno y los grupos económicos para quienes éste trabaja,intereses particulares que se proponen como generales.
Considerando que todos estos mecanismos jurídicos de vigilancia, control y castigo social no son suficientes para acallar las voces otras que puedan alterar la “verdad” del poder, el Yo-gobierno (Rafael Correa) ejecuta una agresiva política de publicidad política muy propia de la experiencia nazi-fascista, como forma de control ideológico. Saturación de publicidad política por la red de medios gubernamentales, sabatinas, cadenas nacionales de radio y televisión, aclaraciones y derechos a réplica, publicidad por internet bombardean cotidianamente la conciencian de la sociedad en el intento de establecer la verdad única. Queda caro que todos estos mecanismos de control y castigo nada tienen que ver con una vocación por la comunicación y el diálogo. Lo que el Gobierno ha hecho durante estos ocho años es tratar, por cualquier medio, de callar a la sociedad en su diversidad de opiniones, criterios y voces. Se intenta construir una sociedad undimensional usando las peores y más eficientes recetas del poder capitalista que dicen combatir, combinando la publicidad mercantil con el disciplinamiento y el control facho-stalinista.
La violencia del monólogo presidencial ha llegado a niveles de saturación y hartazgo que solo el poderoso no cae en cuenta, pues de tanto oír su propia voz y el eco de ella en sus incondicionales y sumisos funcionarios, pierde todo sentido de realidad.
En este contexto de la voz única, Rafael Correa ha venido haciendo y decidiendo el destino del país haciendo caso omiso del criterio de los, pueblos, naciones, personas y organizaciones concretas que hacen de él, el presidente. Después de las últimas arbitrariedades, de la larga lista que tiene a su haber, (ilegítimas enmiendas constitucionales, retiro del 40% del presupuesto estatal para los fondos de jubilación, confiscación de los fondos privados de cesantía, ley de in-justicia laboral, ley de herencias y plusvalía) regresa de Bruselas y se encuentra con un país movilizado. En su obsceno narcisismo político e ideológico, el Yo-puedo, Yo-gobierno, ciego de poder decide que no pasa nada, como decía desde el año pasado cuando empezaron las movilizaciones convocadas por el colectivo de los movimientos sociales.
Pero esta vez el grito de los otros y otras fue tan fuerte que rompió los blindajes de la sordera presidencial. Alter-ado en su poder y a pocos días de la visita del Papa decide, casi desesperadamente, convocar al diálogo con los sectores de buena fe.
Un diálogo con restricciones y condiciones no es un diálogo, es un simulacro de diálogo que busca reafirmar el poder del Yo-gobierno para seguir decidiendo a espaldas de la sociedad. Un diálogo con estudiantes encarcelados y acusados de sabotaje es un nuevo engaño. Un diálogo con los sectores de buena fe, es decir con los que no le van a cuestionar sino a afirmar en su vanidad es un monólogo. Un diálogo donde el Yo-gobierno dice con quién y qué se va a tratar no tiene razón alguna.
El diálogo no se da entre el Estado y la sociedad, pues, para empezar el primero no es sujeto de diálogo sino una institución. Segundo, el diálogo solo se da en el seno de la sociedad, sabiendo que ésta es infinitamente diversidad y heterogenia; es decir entre los distintos pueblos, naciones, organizaciones, sectores, gobiernos y personas concretas que cohabitan este país. Y, a propósito de la visita del Papa, y de lo católico que se declara Rafael Correa, debería ciertamente oír y hacer caso a Francisco cuando le dijo que hay que fomentar el diálogo y la participación sin exclusión. Así, también sería conveniente que preste atención a la referencia que Jorge Mario Bergoglio hizo a que el pueblo ecuatoriano se ha puesto de pie con dignidad y no insulte a los ecuatorianos y ecuatorianas que se movilizan en las calles. Y antes de citar en demasía las palabras de Francisco, sería bueno que empiece a cumplir con las reivindicaciones populares, con las cuales se comprometió y por las cuales llego a la Presidencia.
De lo contrario, aquella aclaración que Rafael Correa hizo en su discurso de bienvenida al Papa de que su tesoro no es el poder confirma todo lo contrario que quiere mostrar.
Por último, para dialogar entre ecuatorianos y ecuatorianas no necesitamos ni convocatoria, ni permiso del Estado ni de su gobierno de turno. Nos autoconvocamos, dialogamos, disentimos, acordamos y el resultado tiene que ser mandato para los funcionarios estatales, empezando por el Presidente, que es el primero que tiene que obedecer. Y si quiere dialogar debe bajarse del trono en el que su sordera le ha colocado -dejar de creer que es Presidente por sí mismo y entender que si es mandatario es porque el pueblo así lo decidió, e igual puede decidir que no sea más- y ser un sujeto de diálogo más entre todos los y las que vamos a dialogar.
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