Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Complicado creerse de izquierda y apelar a un discurso reaccionario para defender el cargo. Es eso lo que les está ocurriendo a varios dirigentes de Alianza PAIS que alguna vez militaron en la izquierda, y que hace treinta años recomendaban incendiar el país como estrategia de lucha. Bueno, al menos de boca.
Hoy que la tortilla se está invirtiendo no saben cómo responder ante un pueblo indignado. Los argumentos para sostener las injusticias del poder son simple y llanamente cínicos. Querer convencer a la gente de que el Estado redistribuirá entre los pobres lo que trasquilen a las herencias ofende a la inteligencia. Como si la ciudadanía no supiera en qué bolsillos terminan los fondos públicos. Basta ver la corrupción que campea por la administración pública, las fortunas personales que se han ido amasando en estos años, la descomunal concentración de riqueza en los grupos monopólicos de siempre.
Por eso las declaraciones oficiales frente a las protestas de los últimos días aparecen como una triste emulación de la partidocracia más recalcitrante. Por torpes y desesperadas. Tienen tanto parecido con un pasado vergonzoso que da susto: Febres Cordero acusando a todo el mundo de terrorista, Bucaram sudoroso y desmoronado bajando el precio del gas, Gutiérrez amenazando a los forajidos.
No debe ser fácil despertarse un día y darse cuenta –aplicando el maniqueísmo oficial– que se está del lado de los malos.
El pueblo movilizado dejó de ser un canto épico a la libertad, un ejemplo de dignidad, un episodio heroico en la historia nacional, para convertirse en una amenaza a la estabilidad. Los héroes de antaño son los que hoy “calientan las calles” y propician un “golpe blando”. Son piezas de una “conspiración internacional de la derecha”. Quienes antes recitaban loas a los ciudadanos rebeldes de la patria hoy los contemplan aterrorizados por su irreverencia y atrevimiento.
Pero más grave todavía son los instrumentos fascistoides con que el correísmo busca responder en las calles. Porque alentar a muchedumbres fanatizadas escudándose detrás de la policía trae a la memoria las viejas tácticas de los fascios italianos. De ahí a estructurar fuerzas de choque financiadas y protegidas por el gobierno hay un pequeño paso. Por fortuna para el país, será muy difícil que formen unos camisas-verde-flex, porque el uniforme se prestaría más para un equipo de cheer leaders. Pero nada quita que sueñen con unos eficientes garroteros. Algo se percibió en las contramanifestaciones oficiales.
Y no es cierto que los piquetes de policía estén ahí para impedir el eventual enfrentamiento entre bandos opuestos; en realidad están para proteger a los escuálidos grupos gobiernistas de la ira ciudadana. La coincidencia de colores entre las banderas de Alianza País y los chalecos fosforescentes de los policías ensamblan una perfecta imagen de complicidad. En realidad, los policías están apertrechados y disponibles para consumar, de ser necesario, la operación violenta que los gobiernistas anhelan, pero que no tienen los arrestos para ejecutar.
La historia es pródiga en malos ejemplos. Cuando las fuerzas policiales se asocian con las fuerzas de choque del partido político en el poder, la espiral represiva se vuelve demencial. Que los correístas beneficiarios de la bonanza económica estén dispuestos a fomentar estos planes maquiavélicos no debe sorprendernos. A fin de cuentas tienen sobradas razones para perpetuarse en el poder. Lo inaceptable es que algunos quieran darle a semejante despropósito un matiz de izquierda.
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